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La bruja De las Cerezas.


Enviado por   •  13 de Marzo de 2016  •  Ensayo  •  751 Palabras (4 Páginas)  •  260 Visitas

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La bruja De las Cerezas.

Nunca pensé tan seriamente en seres fantásticos, hasta el día en que Zutano Lomas de las Cerezas (así de feo vamos a llamarlo) me conto “la historia”.

Revueltos él y yo entre el humo de los cigarros, a  Lomas le pareció prudente llevar nuestra conversación hacia temas bastante escabrosos, y yo cedí, porque como dije al principio de estas líneas nunca pensé seriamente en seres fantásticos, llámese este “Dios”, o llámese “el chupacabras”

Así que después de agarrar confianza, me conto que su abuela De las Cerezas tenía fama de bruja.

No quise preguntar si la vieja era de la clase de brujas que comen niños o si era de las que nada más se los roban, y que bueno que no lo hice, porque al lueguito que lo pensé, Zutano me aclaro que  “faltarle al respeto” a la señora, era como escupirle al cielo, o lo que es lo mismo, uno se maldecía instantáneamente. Como si De las cerezas fuera un objeto embrujado.

Tan en claro quería dejarme esto último, que se le hizo fácil contarme “la historia”:

Un buen/mal día, a su tío le dio por “faltarle al respeto” a la señora.

Zutano no se dio el tiempo de aclararme que significaba “faltarle al respeto”, así que bien pudo ser levantándole la mano…

Robándole de su cartera

Negándose a llevarla para allá, o para acá

Obligándola a tomar sus pastillas de calcio

O quizás el muy pendejo la tuteo…

El caso es que la cosa sucedió como castigo divino.

El tío se queda dormido en la sala. Al frente las cortinas blancas y largas, atrás la puertita de madera que conecta a la cocina, el aroma a yerbas arrullándolo en medio de un silencio que de pronto se ve interrumpido por un ruido.

El tío abre los ojos. No hay nada. Sopla el viento en las cortinas.

Vuelve a cerrar los ojos, dispuesto a dormirse. Segundo ruido. Los abre y  el sonido resulta no ser otra cosa más que un duende. Uno pequeño, con dientes de piraña, trajecito verde y zapatitos curvos. Al tío la cara se le vuelve cebolla y la respiración aspas de molino.

Se tapa la cara con la sabana. Cuando se descubre el rostro y mira otra vez, el duende ya no está. Una alucinación, se dice a sí mismo. Pero como “sí mismo” es muy curioso, quiere ver si de casualidad el duende esta detrás, allá por la puerta de madera. Gira la cabeza y efectivamente. Allí esta:

Paradito, con la frente amplia, sonriendo con los dientes afilados y moviendo el índice como diciendo “ven”.

El tío comprende entonces (solo hasta entonces) que debió haber sido más flexible con la vieja De las Cerezas, y sale corriendo de la casa a encontrar a la anciana para besarle los pies. Primero los juanetes, asomados por entre las chanclas de hule amarillo, luego los taloncitos rasposos, y al final las manos frías.

La vieja se queda calladita y tranquila.

Como si las cosas no dependieran de ella.

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