La estructura del texto no escribe el Coronel
Enviado por POPOYPIPI • 23 de Marzo de 2015 • Resumen • 914 Palabras (4 Páginas) • 308 Visitas
Cuando leí El coronel no tiene quien le escriba tuve la sensación de reconocer el
pueblo innominado en que se desarrolla la acción de la novela, cuya primera edición
en la colombiana revista «Mito» data de 1958. El caso es que, no mucho después de
esa lectura, cuando yo vivía en Bogotá, realicé una travesía por el rió Magdalena en
un vapor propulsado por ruedas de paletas, desde Barrancabermeja, en la zona
selvática de Casabe, hasta la mar caribe de Barranquilla. Las sucintas
descripciones del espacio físico en que enmarca García Márquez su novela,
coincidían por algún razonable motivo con uno de esos pequeños puertos en que
recalaba, fugazmente mi barco. Aunque el narrador no proporcione ninguna pista,
llegué a convencerme entonces de que el pueblo en que el coronel esperaba la carta
que nunca llegó era Magangué, una especie de balcón fluvial de las sabanas de
Bolívar, no lejos ya del Atlántico. Tampoco es que esa localización suponga ningún
dato relevante, pero me agrada ese presunto hallazgo del lugar desapacible en que
malvivía aquel viejo ex combatiente revolucionario. Las imágenes portuarias, la
presencia sensible del río, las callejas una y otra vez recorridas por la triste figura
del coronel, ese «laberinto de almacenes y barracas con mercancías de colores en
exhibición», remitían sin duda al puerto fluvial de Magangué, por donde yo anduve
justo cuando El coronel no tiene quien le escriba se publicaba en libro (Medellín,
Aguirre, 1961). Incluso es muy posible que me cruzara con el coronel durante alguno
de sus obstinados paseos hasta el muelle para vigilar cada viernes, a lo largo de
más de un cuarto de siglo, la llegada de la lancha del correo.
Después de algunos cuentos y reportajes publicados a partir de 1947 y de la
novela La hojarasca (Bogotá, Ediciones S. L. B., 1955), viene por su orden
cronológico El coronel no tiene quien le escriba. Si bien García Márquez aún no había
alcanzado el general reconocimiento que le deparó Cien años de soledad (Buenos
Aires, Sudamericana, 1967), ya estaban ahí estabilizados sus más reconocibles
modales estilísticos. La dinámica expresiva, la agudeza de la adjetivación, la
atractiva estructura del texto, avisan -o son una consecuencia- de las mejores trazas
narrativas de García Márquez. Pero en El coronel no tiene quien le escriba hay como
una limpieza retórica muy especial, como si la poética de su autor no se hubiese
perfeccionado todavía con el uso. La novela supone, en efecto, un acabado modelo
de sencillez, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal. Montada sobre
unos aparejos literarios extremadamente simples, todo queda sujeto a la pericia del
narrador para dotar al texto de unas persuasivas recetas léxicas y sintácticas y
mantener constantemente en vilo la atención del lector. Incluso se podría hablar de
esa rara astucia de que se vale García Márquez en el suministro de sorpresas
expresivas y en la escueta manifestación de lo aparentemente complejo.
La trama de la novela responde asimismo a una sobria conducción temática.
No hay intermitencias
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