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La impostora.


Enviado por   •  8 de Febrero de 2017  •  Resumen  •  43.169 Palabras (173 Páginas)  •  186 Visitas

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La impostora

(Light of the Gods)

Sacha, la hija de un erudito pero modesto vicario, recibe la visita de su prima hermana, Lady Deirdre Lang, reconocida en el mundo social como la mujer más bella de Londres.

Deirdre hace saber a Sacha que está comprometida en secreto con el Duque de Silchester, quien, víctima ahora de un accidente, está temporalmente ciego. Ella debe visitarlo en Escocia, pero planea, en cambio, asistir por unos días a una reunión que ofrece Lord Gerard, quien la ama locamente.

Deirdre convence a Sacha para que tome su lugar a la cabecera del duque y esta conmovedora novela nos relata cómo ella lo alienta y lo inspira a sobrellevar la pérdida de la vista, que él cree definitiva.

 

 


Capítulo 1

1860

SACHA estaba arreglando las flores en la salita cuando escuchó el ruido de las ruedas de un carruaje frente a la casa.

Nanny, la sirvienta que cuidaba de ella y de su padre, no se encontraba allí en esos momentos, por lo que dejó a toda prisa las flores, se alisó el vestido y se dio una rápida ojeada ante el espejo que había en la repisa de la chimenea para ver si no se había desarreglado el cabello,

Debido a que estuvo muy ocupada toda la mañana con las labores domésticas de la vicaría no se había preocupado de su apariencia y ahora esperaba que la persona que había llegado, y que sin duda venía a ver a su padre, no fuera de mucha importancia.

Por otra parte, muy pocas personas en la parroquia tenían carruaje. Los granjeros se trasladaban en carretas de madera y el doctor usaba un calesín en el verano, al que añadía una vieja capota de piel en invierno para protegerse de las inclemencias del tiempo.

El carruaje se había detenido y alguien estaba llamando a la puerta y Sacha, al abrirla, vio aparecer en e! umbral a una hermosa joven vestida de rosa pálido que parecía una flor recién cortada.  

—¡Deirdre! —exclamó.

—¡Buenos días, Sacha! —contestó su prima, Lady. Deirdre Lang—. ¡Supongo que te sorprenderá verme aquí!

—Mucho —reconoció Sacha—. Pensé que estabas en Londres…  

—Lo estaba, pero volví a casa anteanoche.

Sacha la hizo pasar y Deirdre entró en la sala por delante de ella.

—Cierra la puerta. Quiero hablar contigo —dijo.

Sacha fe dirigió una mirada interrogante.

Deirdre era su prima hermana y eran casi de la misma edad; pero, desde que ambas crecieron, Sacha descubrió que la intimidad de que habían disfrutado cuando eran niñas ya no existía.

Siempre se daba cuenta, cuando Deirdre llegaba a visitarla, lo cual era poco frecuente, de que consideraba, tanto a ella como a sus padres, como los “parientes pobres”.

Había sido diferente cuando su madre vivía; pero desde que murió, hacía ya tres años, Sacha había comprendido cuán poco importante era ser la hija del Vicario de Little Langsworth, excepto por el hecho de que era también la sobrina del Marqués de Langsworth, el dueño de toda esa zona.

Cuando Lady Margaret Lang, la única hija del segundo marqués, había insistido en casarse con el Reverendo Mervyn Waverley a pesar de la oposición de sus padres, sus parientes se habían lavado las manos con respecto a ella, metafóricamente hablando.

—¿Cómo puedes ser tan tonta como para desperdiciar tú belleza y tu posición para vivir en un curato? —le habían preguntado.

Y no la escucharon cuando Lady Margaret insistió en que estaba “enamorada sin remedio” del hombre más apuesto, más encantador y atractivo que había conocido en su vida.

No era de sorprender que no la creyeran, porque Lady Margaret había tenido un asombroso éxito social en Londres y muchos hombres solicitaban su mano.

De hecho, su padre ya estaba pensando en aceptar a un distinguido miembro del Parlamento, o a un baronet cuya fortuna y propiedades excedían con mucho a las de él.

Pero Lady Margaret había dicho que si no le permitían casarse con el hombre que amaba se fugaría con él, y sus padres habían cedido por temor al escándalo que, eso provocaría.

La boda había sido modesta, pero ambos contrayentes eran dos seres completamente felices cuando se instalaron en la pequeña vicaría de la propiedad que, por fortuna, había quedado vacante hacía poco tiempo.

El viejo vicario, que tenía más de ochenta años, había muerto y el marqués pensó que lo menos que podía hacer por su hija era proporcionarle un techo sobre la cabeza y, a su yerno, un modo de ganarse la vida.

No fue, sin embargo, muy generoso el estipendio que estipuló para su yerno. La flamante pareja, empero, era demasiado feliz para preocuparse por nada que no fueran ellos mismos y no deseaba ver a sus parientes ni recibir sus agasajos.

Sólo varios años después, Lady Margaret había comprendido que estaba privando a su hija de muchos placeres que debían ser suyos por derecho. Su hermano se había convertido para entonces en el tercer marqués y dispuso que su hija y Sacha compartieran una institutriz.

Esto significaba, por lo que a Sacha se refería, que podía disfrutar de muchos lujos, como una magnífica mansión de estilo georgiano por la cual corretear; una soberbia biblioteca llena de libros, y una caballeriza repleta de excelentes ejemplares para cabalgar con Deirdre.

La nueva marquesa, sin embargo, insistió en la actitud de su predecesora, pensando que Lady Margaret había sido una tonta al casarse con el vicario. Apenas se le presentaba la oportunidad hacía notar, tanto a su cuñada como a Sacha, que las consideraban las parientas pobres”.

Lady Margaret había sobrellevado aquellos desaires con paciencia a fin de que Sacha pudiera seguir estudiando con Deirdre.

Sabía muy bien que Sacha aprovechaba más las lecciones que Deirdre. En música, recibían excelentes enseñanzas de un experimentado maestro, que había sido músico profesional hasta que su quebrantada salud lo obligó a abandonar su profesión.

Era Sacha quien disfrutaba de las lecciones que tomaban en el salón de baile del castillo, destinadas a enseñar a Deirdre a bailar, a fin de poder hacer un buen papel en las fiestas de Londres a que se proponía asistir.

Era Sacha, también, quien se sentía agradecida por los libros que había en la biblioteca y la única en la casa que los leía.

—¿Sabes, papá? —le había dicho a su padre cuando tenía quince años—. El bibliotecario me dijo hoy que soy la única persona que ha tornado un libro de la sección de obras de los griegos. Y hay muchos libros allí que tú no tienes en tu biblioteca. Su padre se había mostrado interesado al escucharla.

—Me gustaría saber si serían útiles para las traducciones que estoy haciendo —respondió.

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