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La minería de carbón en Amagá


Enviado por   •  10 de Mayo de 2013  •  Informe  •  2.255 Palabras (10 Páginas)  •  345 Visitas

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La minería de carbón en Amagá ha sido el sustento de miles de personas en la llamada Cuenca del Sinifaná. Miles de familias han vivido de la explotación legal o ilegal, tecnificada o no, formal e informal, grandes y pequeñas, de esos socavones que abren en las áreas rurales de municipios como Amagá, Angelópolis, Venecia, Fredonia y Titirbí.

La Cuenca del Sinifaná es una extensa franja de Antioquia, donde los campesinos, pero también numerosos habitantes de esas localidades arrancan de la tierra estos recursos energéticos, a través de minas que poco a poco se convierten en grandes socavones, extensos y profundos túneles, grandes complejos de exploración, explotación y comercialización del mineral.

Las autoridades estiman que en esa zona existen no menos de 160 explotaciones carboníferas, muchas de ellas, la mayoría quizá, ilegales, en las que trabajan centenares de personas, hombres y mujeres, de todas las edades.

Existe información histórica según la cual esta actividad se ha observado desde el siglo XIX, y que en 1918 la Asamblea Departamental de Antioquia mostró interés en conocer nuestras riquezas geológicas del departamento, y mediante Ordenanza 16 de 1918 estableció una Junta del Mapa de Antioquia…

Alrededor de estas explotaciones carboníferas en Amagá se ha tejido toda una leyenda, tal vez una historia negra como ese mineral, sobre las condiciones laborales de quienes arriesgan su vida para permanecer en un puesto de trabajo, o para explotar una propiedad de la familia, o para llevar el sustento a sus hogares.

En Amagá, como en los demás municipios de esta cuenca, surgen también los problemas relacionados directa o indirectamente con esta actividad, la principal de su dinámica económica.

Barrios enteros que se encuentran en riesgo porque la explotación de los suelos, los zarpazos a las entrañas de la tierra, los han convertido en terrenos inestables, que si alguna vez fueron aptos para la construcción de viviendas, ahora no ofrecen ninguna seguridad.

Grandes franjas de la población que afianzan su futuro en estas actividades también admiten que se trata de una dependencia muy frágil, una forma compleja e insegura de cimentar el porvenir y mejorar la calidad de vida.-

En 1865 tuvo La Ferrería, una de las primeras empresas siderúrgicas establecidas en el país…

En 1914 se convirtió en un eslabón importante del Ferrocarril de Antioquia, del sueño del Ferrocarril del Pacífico, y pese a que está a solo una hora de Medellín, nunca se pudo montar en el vagón del desarrollo, ni ha mejorado las condiciones de la ciudadanía.

Ni siquiera con la llegada a la presidencia de un hombre parido en estas tierras, como el abogado antioqueño Belisario Betancur Cuartas.

Historias humanas

tácita de los padres, precisamente por cuestiones económicos para ayudar en el soporte del hogar.

Admiten también los muchachos, que niños y adolescentes metidos en esos socavones, son empleados por los dueños de las minas en oficios varios, especialmente en la pica de las rocas y el arrastre y extracción del carbón hasta la superficie, para lo cual utilizan su propio cuerpo y fuerza.-

Las tareas de las autoridades que controlan y tratan de establecer la presencia de los menores en las minas se dificulta por la propia iniciativa de los muchachos que se campanean (avisan) cuando se aproximan los funcionarios, y se precipitan a los socavones y túneles donde permanecen escondidos para evitar la acción de la autoridad.-

Las mujeres

Se van a acabar los hombres en Amagá… Esa fue la dese

Cientos de historias se tejen también en torno a la forma como los mineros empiezan su vida –desde la más temprana edad— en las minas, y muchos de ellos termina esa misma existencia en los socavones o en sus casas sin el derecho a una pensión, a una seguridad y cargando en sus espalda las secuelas de una vida entregada a los túneles, las profundas fosas, el aire denso, los gases tóxicos…

Hombres que hoy superan su medio siglo de edad o más recuerdan que desde la más temprana infancia empezaron a trabajar en estas faenas, a hundirse en esas entrañas para extraer material de carbón, llevar el sustento a la casa, y confiar en que la Providencia Divina los alejará del peligro.

La historia de la accidentalidad en esas minas muestra que son centenares los que no han contado con esa protección ni humana ni divina y por ellos no regresaron vivos a casa. Algunos de ellos, ni siquiera muertos, como ocurrió con muchos de los fallecidos en la reciente tragedia que pasaron de los socavones a la fosa en los cementerios.

Adolescentes que llevan años en esas actividades y ya están curtidos por la experiencia, el riesgo y la dureza del trabajo.

La historia también ha mostrado la presencia de numerosos niños ejercicio este oficio, especialmente en los municipios de Amagá y Angelópolis, con el permiso de sus padres, con o sin la autorización legal del Estado colombiano.

Se trata de un hecho que ha ido cambiando paulatinamente luego de un denodado esfuerzo de varias instituciones públicas y privadas.

Quedan algunos rezagos de esta presencia infantil en los socavones, donde son aprovechados por su baja estatura o su pequeña contextura.

Los propios niños y adolescentes reconocen que la decisión de trabajar como obreros en esas minas ha sido personal, con la autorización sperada conclusión de una mujer en Amagá para referirse a la muerte de 72 obreros que trabajaban en la mina San Fernando.

Alertó porque el municipio de Amagá se está convirtiendo en un pueblo de viudas y huérfanos de padres. Así de sencillo.

Pero la realidad va más allá de esa desgarradora conclusión de la señora, porque en algunas minas también se observan mujeres que trabajan al lado de los hombres como una forma de llevar también el sustento a sus hogares.

La falta de oportunidades laborales para las mujeres o la falta de hombres en sus hogares, como sentenció aquella sin esperanzas, son las causas para que ellas también vayan a las minas.

Las mujeres también quieren hacerle una gambeta a la pobreza, y por ello arriesgan su vida o su salud en los estrechos túneles, y como auténticos topos humanos penetran la montaña, arañando la roca, armadas de picas, palas, o arrastrando pesados carritos con bultos de carbón.

Deben ejercer los mismos oficios de los hombres como picar, arrastrar, cortar, y hasta malacatear.

Las mujeres, como los hombres, deben dirigirse

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