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La perspectiva individualista-materialista en una ética de los fines


Enviado por   •  12 de Septiembre de 2016  •  Apuntes  •  5.596 Palabras (23 Páginas)  •  326 Visitas

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 del poder
[pic 1]

La perspectiva individualista-materialista en una ética de los fines
En este módulo desarrollaremos los fundamentos antropológicos y filosóficos de una propuesta 
ética del poder. Esta posición es recuperada actualmente debido al avance de los modelos de una racionalidad técnica estratégica sobre la totalidad del ámbito de la acción humana. Es decir que, tal como explicamos en el contenido del módulo 1, la vida activa del ser humano resulta racionalmente a partir del uso de la razón práctica, pero también de la razón técnica. El ejemplo paradigmático (ver glosario) de la importancia que tiene el uso de la razón práctica para nuestra vida como seres humanos sociales lo tuvimos al estudiar la posición de Aristóteles con su propuesta ética. La misma sostiene que esta razón humana es la encargada de hacer de nosotros, como seres humanos, seres capaces de vivir con otros seres en un estado de bienestar, en tanto tenemos como objetivo la realización y conservación del Bien Común. Esta razón práctica o frónesis, como facultad, es capaz de desarrollar virtudes. Entre ellas, la prudencia es la materialización más útil y necesaria para esta realización, que propone Aristóteles para una buena vida humana o vida feliz.
Por el contrario, la posición que denominamos ética del poder, se basa, para la realización de una buena vida, en el desarrollo y aplicación de la racionalidad técnica. Dentro de este contexto, esta buena vida radica en la obtención y conservación del poder que tenemos cada uno como individuo y que radica en la fuerza vital de nuestro cuerpo.

   En la medida en que somos fuertes somos poderosos, porque en esta fuerza está la posibilidad de tener lo que queremos, y por    lo tanto, nuestra felicidad y libertad.



Habiendo desarrollado hasta aquí algunas pistas sobre esta perspectiva ética, y reiterado las características de la perspectiva aristotélica con la cual se diferencia radicalmente, iremos trabajando sobre esta ética del poder a través del ejemplo teórico conceptual de dos grandes pensadores, sobre todo en el orden de la filosofía política, como son Nicolás Maquiavelo y Hobbes.
Hemos elegido estos autores porque son paradigmáticos del modelo de acción de la razón técnica aplicada a las cuestiones ético-políticas; no obstante, cabe reconocer la existencia de otros autores antiguos tan importantes como éstos. Cabe resaltar que en el Renacimiento se prefigura, y en la modernidad se impone, una asociación entre un modelo de acción humana y un orden socio-político correspondiente, del cual nuestra sociedad es heredera. Como argentinos en democracia nos es de utilidad intentar visualizar y comprender la existencia de modelos de acción claramente establecidos en la sociedad. Así también, es importante reconocer que los mismos no siempre son los mejores para promover un estado republicano democrático constituido por 
ciudadanos (ver glosario), con todos lo valores que implica esta última categoría socio-política. El modelo de acción que proponen tanto Maquiavelo como Hobbes es un modelo que se define finalmente en la modernidad, y que posiblemente nos afecte en nuestra contemporaneidad. Este modelo es correspondiente con la conceptuación de un orden político monárquico y del poder absoluto. Por este hecho, no hay que perder de vista que, aunque Nicolás Maquiavelo sea reconocido como un héroe nacional italiano por su vocación orientada al estudio de las reglas para la constitución de una Nación independiente del poder papal, los consejos que constituyen estas reglas van dirigidos a alguien que debe ser el único con poder para gobernar: aquél que tenía que lograr detentar el uso legítimo del poder sobre todos los otros integrantes de la república, en aquel entonces bajo el modelo de principado. Nos estamos refiriendo aquí a la figura del Príncipe o Monarca.

2. El fundamento del poder: la fuerza
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Si leemos las propias palabras de Maquiavelo en 
El príncipe[1], una de sus obras más famosa, leemos que entre los consejos respecto a la forma de conservar el poder establecido como orden político, se refiere al uso de las leyes como la más adecuada a los hombres. Sin embargo, inmediatamente dice “pero, la experiencia nos demuestra...”. Esta expresión se repite a lo largo de toda su obra (¿Qué implicancias tiene en su obra esta reiteración? Quizás podría ampliarse esta explicación).
Este es un primer punto importante a destacar: este movimiento constante en su pensamiento y recomendaciones del mensaje, entre cómo las cosas deberían ser y cómo son en la realidad humana-social. Es decir, él muestra el contraste de oposición que se establece entre el orden del ser (
cómo son las cosas) y el del deber ser (cómo deberían ser las cosas)Cómo son las cosas tiene que ver con el mundo de la realidad empírica. Cómo deberían ser las cosas se refiere a un mundo ideal de valores inexistente, de acuerdo a este realismo pesimista de nuestro autor renacentista. Desde la perspectiva de este pensador, si las cosas no se experimentan como deberían ser no son de ninguna manera reales. 
Este mundo ideal de valores como el bien, la paz, la justicia, la verdad, la honestidad, la justicia, etc., no tiene posibilidad de concretarse en la acción social y en el orden de las sociedades. Esto se debe a que la misma naturaleza humana es “perversa” (Op.cit., pág. 90) (ver glosario), tal como dice Maquiavelo. Lo que prevalece es la existencia del más fuerte y del más apto naturalmente para conservar la vida. Posiblemente, usted se pregunte aquí: 
¿Porqué esta visión resulta tan desalentadora respecto a la naturaleza humana? Una respuesta sería que la visión desalentadora se debe a que Maquiavelo tiene una concepción antropológica donde la racionalidad en el hombre aparece investida o subsumida bajo el poder o la fuerza dominante de los instintos animales, propios de nuestro ser biológico. La herencia cultural y la tradición institucionalizada en Occidente y consolidada por el poder de la Iglesia sostenían la idea de que el hombre, al tener un alma inmortal con una función especial que es la actividad racional, se posiciona como superior al resto de los animales. Pero la idea antes mencionada es refutada por la obra de Maquiavelo, quien destaca que esta idea no es real, porque los mismos hechos humanos, es decir, el desarrollo de la historia de los pueblos, muestra que en la experiencia lo que prevalece es el deseo de vivir. Este deseo de vida, de existencia en un medio social y humano, es posible mantenerlo a costa del desarrollo de ciertas capacidades o también llamadas virtudes (ver glosario).
Maquiavelo aconseja imitar las virtudes o capacidades del león y del zorro a aquellos individuos que quieren vivir teniendo dominio sobre los otros, porque consideran que este dominio es útil ya que es un beneficio para su propia vida:
“De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el príncipe se transforme en zorro y en león, porque el león no sabe protegerse de las trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Los que sólo se sirven de las cualidades de león demuestran poca experiencia. Por lo tanto un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos, este precepto no seria bueno, pero como son perversos, y no lo observarían contigo, tampoco tú debes observarlo con ellos. Nunca faltaron a un príncipe razones legítimas para disfrazar la inobservancia. (...) Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a las necesidades del momento que aquel que quiere engañar encontrará siempre quien se deje engañar”.

¿Por qué esta idea? La causa radica en los atributos propios de cada uno de estos animales. Por una parte, el león es el rey de la selva; si desplazamos esta imagen a los fines de la obra de Maquiavelo, lo que él intenta mostrar al Príncipe (futuro gobernante de la nación italiana, que todavía no existía como tal) es que él, como hombre, tiene que desarrollar su naturaleza animal en sus principales atributos. Es en la fuerza del león donde se manifiesta el modelo a imitar ya que es el más poderoso en la selva. Esta fuerza, sin embargo, hay que entenderla. El príncipe como individuo puede ser un ser corporalmente débil, pero aquí la idea de fuerza corporal no se refiere al cuerpo propio del individuo, del Príncipe, sino al cuerpo político social que es su poder material o principado. Esta fuerza, dentro del proyecto político, se materializa en el poder del ejército y en el poder de las armas o de una economía que permita tanto la compra de armas como de fuerza corporal, es decir soldados.
La fuerza como virtud tiene que ir acompañada de la astucia, propia del zorro, que es el despliegue de una particular actividad racional humana. Esta astucia es lo que hoy denominaríamos la racionalidad estratégica (ver glosario) que, como la misma palabra lo indica, tiene un origen bélico, ya que estratega significa general de ejército. 

3. Fundamento antropológico del poder como éxito
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La racionalidad estratégica es una de las formas en que nuestra razón se activa o tiene que ser activada cuando tenemos que resolver un problema. Es en esta situación en la que se requiere por parte nuestra tener una visión de diferentes alternativas de acción, es decir, tener una visión de campo. Esta visión del campo de acción y de las alternativas posibles es necesaria previamente para poder elegir la alternativa más apropiada, que es aquella que me lleva a lograr el éxito.
Esta racionalidad es la que vulgarmente denominamos astucia y cuyo sentido más elemental está referido a un fin que es sostener la existencia, conservar la vida. Es en los animales donde vemos de forma más clara esta 
ley de la naturaleza que radica en el uso de las capacidades naturales para el logro del fin único y superior que es conservar la vida. De allí que Maquiavelo, como pensador naturalista, se apoye en una concepción del hombre como esencialmente un ser animal, natural, sin que entre en este concepto de natural la existencia de un alma como principio meta-físico (ver glosario) del ser humano. Para esta concepción naturalista del hombre en Maquiavelo, como en otros pensadores que tienen esta posición antropológica, la razón y su actividad es esencialmente una racionalidad estratégica, que es una de las formas en que se manifiesta nuestra razón técnica. Y esta razón tiene su fundamento en la materia orgánico-instintiva del ser humano, en su inteligencia como actividad cerebral, no de un alma supuestamente ligada a un más allá del cuerpo y la materia.
El 
éxito, dentro de este contexto de los fines que se persiguen cuando nuestra racionalidad estratégica está activada, es el logro del poder. También es importante aquí captar el significado de esta idea de poder, que es lograr el dominio de la circunstancia que se presenta en función, o con el objetivo, de favorecer la propia existencia. La idea de que en nuestra vida social, o en común con otros seres humanos, estamos en una especie de guerra o enfrentamiento es clara cuando se caracteriza esta racionalidad como estratégica, ya que solamente en un estado de guerra o de enfrentamiento es donde razonamos en base al sentimiento de temor a perder, porque perder en estas circunstancias significa la muerte.
De la forma en que estamos entonces considerando a este pensador político, pareciera que nos hemos alejado de las cuestiones éticas, que son las que a nosotros en este momento nos preocupan. Pero no es así, por el contrario, la idea es que Ud. logre comprender que la cuestión política, significa -por su origen y realidad en todos los tiempos- la cuestión ética: en el ordenamiento socio-político en que siempre vivimos -ya que nunca somos seres humanos aislados totalmente, separados sustancialmente de los otros- no es posible establecer una separación entre lo ético y lo político, como se mostró desde la antigüedad de la historia del pensamiento.

4. El poder como el Bien o fin último
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Con Maquiavelo nos encontramos, desde la perspectiva de nuestro interés que es el modelo de acción relativo a una valoración ética, en lo que se denomina una posición relativista (ver glosario) de la ética.
¿Qué significa esta denominación? Quiere decir que no hay ideas universales trascendentes a la vida humana, que no existe el Bien en sí mismo, como una esencia inmóvil y por lo tanto que no esté sujeta a los cambios propios del movimiento de las situaciones espacio-temporales. Llevada esta teoría a nuestro pensador, para Maquiavelo el bien o lo bueno como valor está determinado por la situación vital, para la cual el valor supremo es la conservación de la existencia o vida. De allí que su obra contenga todas las recomendaciones necesarias para el logro de este propósito, pero referido no solamente a la vida del príncipe, sino al poder político de éste, que está materializado en la conservación e independencia, respecto de cualquier otro más poderoso, de la Nación italiana.
El Bien como la Vida del Estado independiente se presenta así como el ideal concreto, el fin último al cual es preciso sujetar los medios o alternativas de acción. Es así que la redacción de esta obra muestra, como lo dijimos al inicio de nuestra exposición, un marcado giro lingüístico y estilo retórico, que provoca una poderosa persuasión a los lectores: nos dice que tenemos 
ideas de lo que es el bien, lo honesto, el amor, la bondad, la piedad, la felicidad, en tanto tradicionalmente o culturalmente hemos heredado este discurso sobre eldeber ser, “pero..., –nos dice a continuación– dada la naturaleza perversa de los hombres, es preferible, (por ejemplo), ser temido a amado (...)”. Con lo cual queda fuertemente asentado, en nuestra convicción de lectores, que los hechos pueden más que las ideas. En esta convicción se produce una sustitución del orden del deber ser por el orden del ser, quedando este último, que es la constatación del valor de los hechos, convertido en el ámbito que otorga el valor moral a nuestros actos.

5 Relación entre medios y fines
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Cuando el fin de la acción es el éxito, ganar, este concepto, como ya lo hemos explicado, tiene su fundamento en el supremo valor de la Vida, y cualquier medio pasa a ser bueno en tanto esté orientado hacia este fin u objetivo. ¿Por qué cualquier medio? La razón es que no habría parámetros superiores o externos a la misma vida que le pongan un límite de valor universal. De lo cual se deduce que si tengo que mentir para tener poder, 
está bien mentir; si tengo que matar para vivir, está bien matar. Pero atendamos que no inferimos que sea un bien matar, sino que esta valoración se da dentro de una situación concreta que la condiciona.
Este pensador, como otros relativistas éticos, lo que intentan mostrar es que, de alguna forma, la educación y la cultura nos han impuesto la idea sobre los valores absolutos, o esencias, pero que esto no es así realmente. 
[pic 6] Los valores o esencias no existen como esencias trascendentes (ver glosario) a la materia, al cuerpo, a los hechos concretos e históricos, como son los resultados de nuestros actos. Para esta posición solamente las circunstancias, los hechos, son los que determinan, finalmente el valor de nuestros actos.
Es entonces que, cuando debemos determinar los medios más aptos para vencer alguna situación, ya que la existencia humana es casi un constante campo de batallas o una selva, en la que la ley última es matar para vivir, si uno entiende así la existencia humana, ¿cómo no va a aceptar que cualquier medio 
está bien para este fin?
Maquiavelo no dice en ninguna parte de su obra que el fin justifique los medios, pero el modelo de acción que él recomienda desde toda esta perspectiva expuesta, es que, si debemos conquistar el poder y tenerlo –dada la naturaleza humana que es semejante a las bestias– entonces si hay que matar, o mentir, o estafar, está bien.

Vemos que, al igual que Aristóteles, Maquiavelo tiene una posición ética que se basa en el modelo teleológico de la acción, es decir, en el análisis de que las acciones humanas, sociales e individuales, son constantes encadenamientos de medios y fines. La diferencia radical es cómo ordenamos estos encadenamientos, en relación al valor de bien último, supremo bien o lo debido. Aquí es donde aparece la gran diferencia teórica entre estos pensadores modélicos de propuestas éticas.
Por una parte, el modelo aristotélico se basa en el valor de bien social cultural como una idea que trasciende al valor de la Vida tomada como bien del individuo y aun del grupo. Ese bien social y cultural trasciende de tal forma las circunstancias que aun en una situación concreta de guerra, este pensador no podría aceptar que matar al enemigo sea un bien en sí, sino que es un 
mal elegido, querido. La razón práctica, en oposición a la razón técnica, no puede ignorar la realidad de ideas trascendentes a la materia histórica concreta de los hechos actuales, es decir que la razón tiene un capital simbólico, como lo expresaríamos hoy en día, que no puede ser ignorado o dejado de lado, ya que éste es parte constitutiva del valor de mi propia vida actual. Este capital simbólico es el saber de las ideas y conceptos que poseen realidad fuera de las cosas aunque en ellas se materialicen. Este mundo de valores es experimentado en la vida activa, pero su existencia no puede estar limitada solamente a esta experiencia ya que ésta carecería de sentido si no pudiéramos y no aceptáramos el valor de las ideas.
Aristóteles es un pensador realista; él no piensa que las ideas posean una subsistencia en sí fuera de las cosas, pero en tanto esencias trascienden las cosas, los actos, y se posicionan conformando una realidad simbólico-cultural que está viva en la vida concreta de individuos, pueblos, sociedades.
Por el contrario Maquiavelo, al ponderar la razón técnica al punto de desplazarla de su ámbito propio que es el espacio de la producción material –donde alguno o alguien tiene las reglas porque las conoce y entonces las impone, y porque al mismo tiempo este alguien sabe que el valor supremo es el poder material (vida)–, entonces el valor de la acción es lo que 
está bien para tener éxito.

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