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Las Siete Lamparas De La Arquitectura


Enviado por   •  10 de Abril de 2014  •  2.495 Palabras (10 Páginas)  •  408 Visitas

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“LAS SIETE LÁMPARAS DE LA ARQUITECTURA”

INTRODUCCIÓN

“Sepa lo que tiene que hacer y hágalo”, frase dicha por un pintor, que en pocas palabras resume todo el contenido de este libro,-¿Por qué?-, porque el principio básico de cualquier quehacer humano es ese, este libro nos muestra a manera de lámparas las características que debe de poseer una obra arquitectónica para considerarse esta arquitectura real, son una serie de principios estudiados para lograr que como dice la frase el hacer de la arquitectura se digno de llamarse obra de arte.

CAPÍTULO I: LA LÁMPARA DEL SACRIFICIO

Esta lámpara, he dicho que nos mueve al ofrecimiento de cosas preciosas meramente porque son preciosas, no porque sean útiles o necesarias. Es el espíritu que, por ejemplo, de dos mármoles bellos, aplicables y duraderos por igual, nos hace escoger el más costoso por serlo.. Por consiguiente s muy irracional y entusiasta, y acaso mejor negativamente definido; todo lo contrario del sentimiento dominante de los tiempos actuales, que busca producir los mayores resultados al mínimo coste.

Pues no es cuestión ahora de si la hermosura y majestad de una construcción pueden o no responder a un fin moral; no es el resultado de ningún tipo de trabajo de lo que estamos hablando, sino, lisa y llanamente, de la suntuosidad. Tallen una o dos columnas en un pórfido cuyo precio solo conozca quien desee usarlo de este modo; añadan otro mes de trabajo para esculpir unos cuantos capiteles cuya exquisitez no sea vista ni apreciada por un observador de diez mil; procuren que las más simple albañilería del edificio sea perfecta y duradera; para quienes estiman estas cosas su testimonio será claro y solemne; para quienes no las estiman, todo será cuanto menos inocuo. P ero si piensan en la sensibilidad en sí como un disparate, el acto será inútil.

L a obra puede ser un derroche por demasiado buena para el material que la sustenta, o demasiado primorosa para aguantar la exposición; y esto por lo general característico de las obras tardías, es acaso el peor defecto de todos. Que las construcciones se lleven consigo a la tumba sus poderes, sus honores; pero que dejen sobre todo su adoración.

CAPÍTULO II: LA LAMPARA DE LA VERDAD

Hay defectos pequeños en el espectáculo del amor, errores pequeños en la estimación de la sabiduría; pero la verdad no olvida una ofensa ni soporta una mancha. Si esto es justo y prudente en atención a la verdad, mucho más necesario lo es con respecto de los placeres sobre los que tiene influencia, es maravillosos ver que poder y universalidad reside en este sencillo principio, y como en el aconsejarse de el u olvidarlo radica la mitad de la dignidad o del declive de todo arte y acto humano. En términos generales, las mentiras arquitectónicas se pueden distribuir en tres categorías:

1.- L a insinuación de un tipo de estructura o soporte que no es el verdadero.

2.- Pintar superficies para representar un material que no es el que en realidad hay.

3.- El empleo de ornamentos de cualquier tipo, hecho a máquina o moldeados.

En consecuencia, se puede afirmar que la arquitectura será noble exactamente en la medida que se eviten estos recursos falsos.

El edificio será mucho más noble cuando descubre a la mirada inteligente dos grandes secretos de su estructura, como lo hace una forma animal. La introducción de miembros que tendrían, o profesan tener, una función, sin tener ninguna es una falta a la verdad en un edificio.

Quizá la fuente más fructífera de toda esta clase de corrupciones, de la que tenemos que protegernos en los íntimos tiempos sea una que, sin embargo, representa una forma “indirecta”, y de la que no es fácil determinar los límites y las leyes que le son propias; me refiero al empleo del hierro. “EL ORDEN Y EL SISTEMA SON COSAS MAS NOBLES QUE LE PODER”

L a arquitectura guarda tan estrecha asociación con las figuras y mantiene tan magnífica confraternidad con ellas que se sienten a un mismo tiempo como una sola obra; y dado que las figuras han de estar por fuerza pintadas, se sabe que la arquitectura también lo estas. No existe pues, engaño. Se puede definir entonces el engaño como la inducción de la creencia en alguna forma o material que en realidad no existe.

En lo tocante a la representación falsa del material, la cuestión es muchísimo más sencilla y la ley, más radical: toda imitación de este tipo es absolutamente infame e inadmisible. La última forma de falsedad que, se recordará, teníamos que lamentar era la situación de la obra manual por la máquina o el molde, expresable como engaño de fabricación.

No fue el ladrón, ni el fanático, ni el blasfemo quien sello la destrucción de lo que habían labrado; la guerra, la ira, el terror podrán haber causado todo el mal posible, pero lo recios muros se habrían levantado. Lo que no pudieron es alzarse de las ruinas de su propia violada realidad.

CAPITULO III: LA LÁMPARA DEL PODER

Existe la diferencia entre lo que hay de original y lo derivado en la obra humana; pues cuanto hay en la arquitectura de justo y hermoso es imitación de formas naturales; y lo que no lo es, si no que su dignidad depende de la disposición y porte que recibe de la mente humana, se convierte en expresión del poder de esa mente y cobra sublimidad en proporción al poder expresado.

Así pues, todo edificio muestra al ser humano ya copiando, ya mandando, y el secreto de su existo consiste en que saber acopiar y cómo mandar.

Así pues aunque no se ha de dar por sentado que el mero tamaño ennoblecerá un diseño humilde, sí que cualquier incremento de magnitud le otorgará cierto grado de nobleza: de modo que conviene definir de buen principio si el edificio ha de ser acusadamente hermoso o acusadamente sublime.

CAPITULO IV: LA LÁMPARA DE LA BELLEZA

Todas las líneas bellas son adaptación de las más comunes en la creación externa; que en proporción a la magnificencia de su asociación, la similitud con el mundo natural, como símbolo y apoyo, ha de ser perseguida de más cerca y percibida con mayor claridad. L a decoración idónea se buscaba en las formas naturales de la vida orgánica, y principalmente en las humanas. Además, por frecuencia entiendo esa repetición aislada y limitada que es característica de toda perfección; no mera multitud.

La arquitectura que por fuerza ha de tratar con líneas rectas, esenciales para sus fines en unos casos y para la expresión de su poder en otros , ha de contentarse muchas veces con el grado de belleza inherente a tales formas primitivas; y cabe suponer que el máximo grado de belleza se habrá alcanzado cuando las ordenaciones

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