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Las señales del camino


Enviado por   •  9 de Enero de 2013  •  Informe  •  807 Palabras (4 Páginas)  •  285 Visitas

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Epifanía del Señor

Las señales del camino

Mt 2,1-12

Todo comenzó cuando unos magos de oriente vieron surgir una estrella en el cielo. Aunque no era nada “del otro mundo”, sino más bien un signo discreto, fue una señal tan poderosa que los hizo dejar atrás lo conocido, lo de siempre, lo seguro. Aquella señal atravesó la piel y les tocó el alma; sintonizó con la nostalgia, el deseo, la búsqueda grabada en su corazón. Al verla, los magos quedaron tan fascinados que se arriesgaron a seguirla sin saber a ciencia cierta a dónde los llevaba y en dónde terminaría la aventura.

El profeta Isaías regaló al pueblo una señal igualmente poderosa: “Levántate y resplandece, Jerusalén, porque ha llegado tu luz y la gloria del Señor alborea sobre ti”. "¡Levántate!": Es el grito que se da para despertar al que está dormido o para infundir ánimo al que está desesperado. "¡Brilla!": Es la invitación a mostrar un rostro risueño porque —iluminados por la luz y la gloria de Dios— la tristeza y la desesperación han quedado atrás. El profeta exhorta a la ciudad de Jerusalén a dejarse ya de lamentos y levantar la cabeza para recibir el resplandor de su Dios.

La señal que siguieron los magos y la señal que Isaías ofreció al pueblo son capaces de levantar a los caídos, resucitar a los que, estando vivos, han muerto. ¿Hemos encontrado nosotros señales que nos apasionen, nos sacudan, nos “muevan”, nos hagan soñar, nos saquen del letargo, nos ponga en camino, nos desinstalen? ¿Dónde están esas señales? ¿Aún existen? Quizá muchos piensen que ya no existen, pero lo que pasa es que ya no tenemos tiempo para mirar las estrellas que cautivan y arrebatan el corazón, por las cuales vivir y morir, a las cuales entregar la vida. Debemos reconocer que muchas señales se han desgastado, achicado, empequeñecido. No son ya sino luces apagadas, devoradas por la oscuridad.

El relato de los magos de oriente nos cuestiona: ¿Qué buscamos? Los magos se pusieron en camino porque buscaban algo. San Agustín, un maestro de introspección, decía que sólo buscamos aquello que previamente nos ha atraído, fascinado. La búsqueda parte de una seducción y dinamiza nuestros días. Si nos hacemos conscientes de nuestras búsquedas, quizá nos demos cuenta que buscamos ser más productivo en el trabajo, aumentar nuestra fortuna, buscar otro empleo. Quizá ser mejores padres, esposos, cristianos. Quizá la búsqueda de Dios. Todas estas búsquedas son buenas, pero sin duda la búsqueda de Dios está detrás de todas las demás.

¿Dónde buscamos a Dios? ¿Dónde experimentamos la seducción de Jesús? ¿Dónde está el resplandor de Dios, la manifestación (la epifanía) de su gloria? Pongamos atención a uno de esos lugares epifánicos, es decir, donde se muestra la belleza de Dios. Para los cristianos, la ciudad de Jerusalén

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