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Leyenda "Una Noche Con La Muerte"


Enviado por   •  7 de Mayo de 2014  •  1.915 Palabras (8 Páginas)  •  836 Visitas

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LEYENDA DE UNA NOCHE CON LA MUERTE

Han transcurrido muchos años que de esto que voy a relatar, y sin embargo todavía me queda la impresión de aquella noche sombría en que estuve de visita en la casa de la muerte.

La tarde del 2 de noviembre de 1925, día de los fieles difuntos, me encaminé al cementerio municipal, para llevarle un ramo de flores a Telina, prima hermana mía, que se había ausentado para siempre ese mismo año, cuya separación había dejado un inmenso dolor en el hogar y en mi corazón.

Esa tarde el recinto de la muerte era un inmenso jardín matizado de flores y coronas que adornaban tumbas, nichos, mausoleos y monumentos.

Una enorme cantidad de visitantes llenaba la mansión donde la vida descansa en le sueño eterno. Mujeres llorosas hacían destacar su hermosura con su tocado negro; viudas llevando en brazos el ultimo vástago nacido en la orfandad. Hombres de mirada triste postrados junto a las tumbas guardadoras de los despojos de sus seres amados. Pequeñuelos jugando junto a un montículo de tierra recién removida, donde acababan de sepultar un cuerpo. Allí cerca, la oración fervorosa mezclada con sollozos en labios de una mujer deshecha en llanto, pidiendo descanso eterno para el ausente. La plegaria del viento que se esparcía entre el follaje de los cipreses, y el arrullo de la torcaza despidiendo los últimos reflejos de la tarde que se iba por el ocaso, como se nos va la vida…

La noche llego con su cargamento de Estrellas, y el manto de sombras cubrió el contorno de las montañas.

De la ciudad subió el quejumbre funeral de las campanas tocando a muerto, cuyo sonido hacia mas triste la fisonomía de la tarde.

Los deudos y visitantes abandonaron el cementerio que se quedo silencioso y lleno de flores.

Ya transponía yo la puerta de hierro, para salir, cuando me saludo don Isaac, el viejo enterrador que se había acostumbrado a vivir entra las tumbas y los muertos, que guardaba en su memoria muchos relatos de tragedias y espantos.

Me invito a participar en una singular aventura.

- quiero,- me dijo, - que me acompañe a vivir esta noche entre los muertos. Iremos al subterráneo donde están las momias, para que vea lo que hacen y dicen esos despojos…

-aquella invitación me sorprendió y me lleno de horror. Negarme era tanto como de mostrarle miedo y a la vez desconocer lo que hacen esos cuerpos que un día tuvieron vida.

Al aceptarle yo esa proposición, volvió a decirme:

- así me gustan, que no tengan miedo. El otro año invite a dos amigos míos, y nomás de pensar que irían con las momias, uno s enfermo del susto, y el otro desde entonces no me habla.

En esos momentos, llego su hijo Juan Antonio con la merienda: champurrado, leche y puerquitos de granillo. Me ofreció y comí de aquello.

Abajo, a través de la puerta de hierro, Guanajuato esplendía con sus miles de luces como cocuyos prendidos en los cerros. Las campanas habían cesado de doblar y el silencio era imponente.

Después de permanecer casi una hora sentados, contándome que el había visto de cerca la Llorona y un Jinete sin cabeza, me invito que fuéramos a la capilla a rezar un rosario de difuntos por el alma de Cirilo el degollado, cuya cabeza se encontraba en el altar.

Al llegar a la puerta de la capilla, salieron graznando dos lechuzas.

- estos animalitos vienen aquí todas las noches a beberse el aceite de la lámpara que alumbra el recinto.

La capilla presentaba un aspecto sombrío. La luz parpadeante

De la lámpara proyectaba un débil reflejo, dándole a las cosas formas lúgubres y misteriosa. Allí estaba la cabeza apergaminada de Cirilo que murió de susto al saber que iba a hacer fusilado.

-cada año le crece un centímetro el pelo de la barba y la cabeza. A muchas personas les a hecho milagros.

Terminado el rosario, le dijo a su hijo:

- hoy mi amigo y yo vamos allá bajo, y para que ninguno de los dos nos salgamos, cierras con candado escotillón de la escalera, y hasta mañana a las seis nos abres.

En seguida nos dirigimos a la puerta de entrada. El bajo primero, y yo lo seguí. Un frió un helado como la caricia de la muerte toco mi cara… a tientas baje los escalones por que la oscuridad era completa.

- aquí no hay que fumar, - me dijo al oído, - ni debemos de hablar en voz alta, si no que quedito, para no turbar el reposo de estos cuerpos.

Guardamos silencio cerca de dos horas, que para mi fueron siglos…

- oiga!- me dijo.

Yo comencé a escuchar un murmullo tenue como de voces lejanas y melodiosas, algo así que venia de ignotos lugares…

Todos los años a la media noche del dos de noviembre se escucha todo eso que vamos a oír… son las almas de estos difuntos que empiezan a rezar… son voces de hombres y mujeres que musitan oraciones. Después los escucharemos cantar y efectivamente, rezaban oraciones que para mi eran desconocidas, por la forma tan distinta a las que se escuchaban en los templos. Oraciones que se iban diluyendo en las argentinas voces de esas bocas desdentadas y secas. Esas bocas que creemos enmudecidas para siempre.

Después, callaron, y el silencio profundo volvió a reinar. A veces el aire de la noche silababa lúgubre ala entrar por las claraboyas.

- ahora van a cantar,- me dijo don Isaac.

De fondo de la galería se inicio un canto que no era de este mundo. Algo así que tenía una rara sinfonía con matices de concertina y salterio, que cautivaban mis oídos por la dulzura de su acento.

Cantaban muchas voces y cada una tenia un tono

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