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MAESTRIA DE TEATRO LATINOAMERICANO


Enviado por   •  22 de Enero de 2017  •  Trabajo  •  2.256 Palabras (10 Páginas)  •  208 Visitas

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UNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

CENTRO DE ESTUDIOS DE POSTGRADO

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN

MAESTRIA DE TEATRO LATINOAMERICANO

Planteamiento del problema

Lic. Jhonny Rivas Pulido

C.I: 13476792

Planteamiento del problema

Aristides Vargas es un autor argentino nacido en el año 1954. Debe exiliarse en Ecuador en el año 1976 como consecuencia del golpe de estado en Argentina y posterior dictadura. Funda el grupo Malayerba en el año 1979.  En su dramaturgia, donde predomina la idea del exilio, pareciera emerger una memoria subrepticia, insurgente, fragmentada, no lineal sino en espiral. Memoria que en su sedición, llena espacios vacíos con elementos semi ficcionales que les permite a los personajes conformar su presente. En su propio tiempo así como en su propio espacio la memoria despierta recuerdos olvidados, algunos por negación, otros por falta de pertinencia para la cotidianidad; pero lo más interesante es que abre un lugar en el cual pareciera haberse vivido una realidad particular en consonancia con la realidad fáctica, no obstante, ajena en sus formas y procederes. Los personajes se inventan un mundo propio, personal, cercano para no luchar contra él. Eliseo Lara nos plantea, que “la escritura de Aristides Vargas se define por la construcción de la identidad propia a partir de la experiencia de la recordación”[1].  En esa experiencia con lo recordado al encontrarte con la acción de la obra; se comienza a analizar y revisar, a reevaluar las ideas y nociones que se ponderan a nivel social, filosófico, físico, psicológico, entre otros, que parecieran ser valores absolutos. Metarrelatos propios de la modernidad.

 Las obras se sitúa en un lugar donde el espacio y el tiempo se hayan indeterminados. Donde lo ambiguo reina, y los personajes se entremezclan en sus propias características. Pareciera que el autor nos exhorta a deconstruir a partir de lo que va sucediendo en la obra, entendiendo que la deconstrucción no se limita a ser una crítica, sobre todo una crítica teórica, sino que debe desplazar las estructuras institucionales y los modelos sociales.[2] En esta deconstrucción que la acción y los personajes van realizando, muestra a su vez las carencias de un mundo y una sociedad moderna que dice haber alcanzado todo, haber resuelto todo pero que esconde grandes carencias y dificultades en su cotidianidad.

Para los personajes, según nos explica Elene Francés Herrero, el plano: “irrumpe como ruptura de la coherencia ficticia histórica: (…) un tiempo fuera del tiempo y del espacio, en situaciones a-históricas que no responden a regla alguna”[3]. Huyendo del sistema en el que se encuentran llegan a un lugar donde participar con el otro es la única opción. Pero a la vez se trata de un lugar cualquiera, poco preciso; donde la manera de relacionarse con el otro es ambigua, y relacionada con la idea de jugar. Un juego que pasa por redescubrir la propia identidad. Un espacio indeterminado que mientras es construido también lo conforma y lo hace ser lo que es.

Parecieran los personajes encontrarse en el desencanto y la incertidumbre propios del hombre posmoderno como nos lo explica Hal Foster, enmarcados en: “el declive de los mitos modernos del progreso y la superioridad”[4]. Estos personajes se muestran ajenos al lugar y al tiempo en el que se encuentran pero intentan construirse en este lugar. Rehacer su memoria, su pasado por algo que se ajuste más a lo que son internamente, Miguel Ángel Sanz plantea, que “el hombre postmoderno ya no queda como el hombre moderno que está flagrantemente contrapuesto al mundo, luchando con él como algo intratable y potencialmente hostil”[5].  Estos personajes, se atisban como postmodernos, intentando acercarse al mundo como algo conocido, y para eso deben inventárselo, hacerlo a su propia medida.

En relación al espacio, Vargas nos dice, en su obra La razón blindad que la acción “sucede en diferentes lugares de un centro de corrección, que puede ser una cárcel, un hospital psiquiátrico, o un retén policial.”[6] Esto ya nos indica un espacio en extremo estructurado, ordenado, reglamentado. De apariencia perfecta, modeladora y controladora. Sanz nos plantea que “el espacio moderno, así entendido, constituía un bloque coherente y acabado en sí mismo, o, si lo tratamos como una metáfora, un sistema de pensamiento perfecto y cerrado”.[7]  Pero los personajes deben, al no entender o desconocer el espacio en el que se hallan, comenzar el diseño de un mundo en el cual la memoria intente construirse. Porque en la medida que se construye esta memoria pareciera darse la reconstrucción de los personajes ya no como objetos, sino como sujetos, bien diferenciados uno de otro; donde la búsqueda no está fijada en encontrar respuestas o hallar claridad en sus propósitos sino en simplemente: vivir. Conscientes de ese estadio, ya no son alcanzados por las regulaciones propias de los reglamentos o de las convenciones de ese mundo superior que significa ese lugar de reclusión. El espacio se convierte en fragmentos al parecer inconexos, pero que se hacen irreductibles y únicos al momento que lo viven los personajes.  Sanz nos plantea “que tres son, en resumen, los rasgos del espacio posmoderno: (1) la ausencia de teleología; (2) la incapacidad del exterior para ser representado; (3), finalmente, la desregulación del espacio superior.”[8]

A propósito del tiempo el autor nos muestra un tiempo suspendido. Si retomamos la idea de que se desconoce ese lugar exterior, superior, y se niega, (entiéndase como la cárcel, el hospital psiquiátrico etc.) lo mismo sucedería con el tiempo: Es negado. Se desconoce su autoridad como regente entre pasado, presente o futuro. Los personajes no intentan ejecutar un cambio en el régimen en el que se desarrollan, sino por el contrario vislumbrar un cambio dentro de ese mismo régimen. Sanz nos explica que “de este modo, la representación del tiempo posmoderno podría ser la de un presente que ha desterrado el futuro de la imaginación histórica”.[9] Los personajes están en un perpetuo presente, sin proyecciones hacia lo futuro,  como única referencia hacia el pasado está, la memoria que construyen con sus acciones. Sanz nos dice en relación al presente postmoderno que este: “no imagina, ni produce, una exterioridad ontológica, sino que recuerda y reproduce dentro del sistema. Por ello, parece constituir un tiempo en suspenso, un «presente obturado» que, a nuestro entender, no ha eliminado la ansiedad, provocada por ese abismo”.[10]

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