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Muros Verdes


Enviado por   •  2 de Diciembre de 2013  •  2.134 Palabras (9 Páginas)  •  400 Visitas

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La zoologización se impone cuando aprendemos géneros periodísticos y literarios.1 Alfonso Reyes comenzó a clasificar vía metáfora cuando aseguró que por su hibridez, el ensayo había nacido bajo el signo de Júpiter, en noviembre o diciembre. Por lo que era un Sagitario sin cura. Es decir, viajero, optimista, inteligente, adorador de pensamientos distintos, las costumbres extranjeras y, por supuesto, inestable, un poco infiel, un tanto claridoso. Pero eso sí, un centauro a todas vistas. Mitad hombre, mitad equino en busca siempre de distancias.

Luego Juan Villoro se explicó la crónica nutriendo este bestiario. Con ese fin recurrió a otro animal que los antiguos llamaban “perros de mar”: el ornitorrinco, pero no cualquiera, el de la prosa. Esto porque la crónica extrae de muchos otros géneros lo que es y no; de la entrevista, los diálogos; del teatro moderno, la forma de montarlos; ensayo, la posibilidad de argumentar saberes diversos; del cuento, la sugerencia de que la realidad surge para contar un relato deliberado; de la autobiografía, el tono memorioso; del reportaje, los datos inmodificables, “la lección de las cosas” (2005, 14).

Una clasificación similar se les ocurrió a Carlos Marín y Vicente Leñero al hablar del reportaje dejando en claro los vasos comunicantes entre diversos géneros. Entonces podríamos pensar que Anaxágoras no se equivocó al intuir que todo está en todas las cosas. Pero como no deseamos desentonar en esta forma de pegar calcomanías, digamos que la complejidad del reportaje ni cabalga, ni vuela, ni repta, ni pone huevos, ni respira bajo el agua, ni sale a cazar, ni recurre a mimetismos supremos, ni funda madrigueras o palacios con reinas debajo de la tierra, sino todo eso en conjunto y muchas otras extrañas costumbres.

Así que señoras y señores, el reportaje parece más bien un alebrije2 y no ese rey ante el que se postran los demás, como aseguran los maestros del periodismo del siglo pasado —lo que ciertamente no les resta un ápice de autoridad. Pero sucede que los reyes son un poco aburridos, van desnudos, cometen excesos, eligen mal y engañan a sus esposas, por si fuera poco, no llevan corona por consenso. Optemos por el alebrije ya que no es una persona y alejarnos de nuestra condición a veces es síntoma de buena salud.

Imaginemos al reportaje con un poco de centauro, de ornitorrinco, de perico rojo (la entrevista), de correcaminos (la noticia), de cuento (el búho), de artículo (el delfín), de novela (el elefante). Esto para agotar metáforas taxonómicas y liberarnos de coqueteos dogmáticos. Uno nunca se salva mejor del pensamiento oscuro3 que cuando aprehende algo nuevo y lo ensancha a su antojo. Para lo cual hace falta querer saber,4 ser atrevidos como para partir de un hecho como pedazo de estambre que se puede jalar o mover con cuidado para desenredar la madeja siempre vuelta nudos. La investigación es eso. No existe reportaje sin ese trozo de hilo gritando con toda su corta extensión, “¡aquí hay algo, es por acá!”

Lo peor es dejar que la madeja engorde y cobre fuerza, tanta, que nos lleve. Si eso ocurre, atrapados entre los nudos de mil conflictos no podremos asimilar el otro lado de las tormentas, el rostro del mundo en paz, brillante, y si tenemos suerte, un arco iris. “Para ganar el cielo hay que perderlo”, dijo por ahí San Pablo, pero eso es harina de otros costales. El discurso de este párrafo no quiere renunciar a describir la importancia y con ello la urgencia de aprender a escribir buenos reportajes. En primera porque su cuna es la investigación y esto significa búsqueda, reporteo, indagación y desplazamientos forzosos, sacrificados, nada seguros en muchas ocasiones, pero dadores de vida y experiencias que convierten al periodista un ser de alta tensión.5

Escribir “ser” ya es ganancia en tiempos de mercenarios que nos rodean. Un polaco los llamó “cínicos”, pero quien esto escribe los identifica por su precio de cobre. Pululan. El mejor ejemplo son los estudiantes. Abusando de la generalización y del riesgo que representa, podemos mencionar dos clases comerciando con su alma:

1. Los adictos al mérito frívolo: Desean sacar 10 o 9 a toda costa y ser ellos los únicos, las estrellas del salón, los que después de cuatro años de sacrificios sin límites, sonrían mirando por debajo a los demás cuando su nombre brille pegado a un muro, como si eso les quitara lo bobos. A tal grado ellos callan lo que verdaderamente piensan y sienten, que cuando descubren al rey sin ropas, no levantan la voz ni comparten con alguien más lo que observan. Por nada perderían el estatus de gente bien. Su silencio tiene razones podridas.

Y es que no se habrán formado por gusto y menos por amor, por entrega a la aventura del aprendizaje continuo que es vivir leyendo, discutiendo con autores, compartiendo dudas, reflexionando en solitario sobre lo que se sabe por primera vez6 y, sobre todo, aplicando lo que nos asombra, y por ende nos nutre como seres humanos, en cada una de nuestras acciones, por mínimas que sean.

De ahí que su contacto con el saber no sea ético. En medio de un apuro “intelectual” no dudarían en sacar acordeones, mentir diciendo que sí han leído una novela, quedar bien con un maestro o perseguirlo preguntándole por qué lleva 10 en todas sus materias y en la suya no. Sólo les importa el número que supuestamente indica, da fe, aclara, demuestra lo valiosos que son. Pero, ¿qué tanto vale una persona, cómo se puede medir?, ¿cómo funciona un “humanómetro”? Quien gana 15 mil pesos al mes, puede sintetizarse en esa cifra, ¿puede alguien decir: “Yo soy 35 mil pesos mensuales”, cuando le pregunten por sí mismo, por lo que cree que es, lo que quisiera o solamente pudo convertirse?

Cuidado. Estos cínicos son muy fuertes y aunque es fácil debilitar sus argumentos con preguntas como la anterior, utilizan disfraces celebrados por la historia. Ellos podrían escribir reportajes con orden. Pero seguirían valiendo los billetes o los puntos en una calificación por los cuales realizan el trabajo. Hasta ahí llegan, tienen límite y es corto.

2. Los dependientes de la rebeldía rapaz. Son ególatras, narcisos. Actúan como el reportaje usando a las personas. Y es que están convencidos de que buscaron y encontraron con éxito sus propias rutas. Más inteligentes que los primeros, no les importa demasiado, insisto, “demasiado” (al final el que dirán sí los afecta) lo que otros

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