Más Allá Del Lamami
Enviado por Bertoldo • 24 de Junio de 2014 • 1.834 Palabras (8 Páginas) • 694 Visitas
Más Allá del Lamami
Desde su vertiente misma del Lamami, el pequeño caudal serpentea entre cerros y quebradas. Siguiendo su marcha a través de pequeños rápidos, saltos y remansos, con su lecho cubierto de blancos guijarros de bordes arrugados y filosos, que le son tan característicos, va cayendo escondido entre tanta hojarasca acumulada en todo el rabioso verdor que bordea su paso.
Gigantescas plantas de quilas, con su tejedumbre de raquíticas y largas ramas enredadas desde abajo mismo, se han hecho eternas sorbiendo sus aguas ocultas, sombrías, cristalinas. El estero, ajeno al axioma casi obligado de todas las aguas chilenas, de correr al oeste buscando el Pacífico, el mar salado donde poder descansar después de su viaje tan largo, él, huye del ocaso yendo hacia donde el sol nace tratando de encontrar sus tibios rayos, aún más allá de hasta donde los lugareños pueden ver.
Generaciones pasadas rompieron las entrañas de las impresionantes hondonadas por donde se constituye su lecho, labrando los senderos que hoy constituyen los caminos de salida para el tránsito obligado desde el pueblo al hogar. Tres pequeños puentes construidos hace décadas con madera de ya extintos pellines, conforman las únicas vías sin opción de elegir.
De seguro había hecho ya fácilmente las tres cuartas partes del camino. El temor a la lluvia que pronosticaban las espesas nubes acumuladas en el cielo, lo hacían azuzar al máximo los bueyes y los nobles brutos respondían a un tranco veloz. Devorando la distancia a grandes zancadas iban haciendo suyo el apremio del hombre que, garrocha en mano, caminaba a su lado.
-¡Arre, Retintoooo...!-
Pero igual no se pudo. Con una fuerza no vista, el aguacero se dejó caer. Como si las compuertas del cielo se hubiesen abierto de pronto, una cortina cristalina les salió al paso. Si parecía que la naturaleza tomara la decisión de impedirles pasar. Y justo ahora en que debía enfrentar la única parte más difícil del camino: Cruzar el estero. Unos pocos segundos bastaron para que sus gruesas ropas se empaparan por completo y el intenso frío fue apersonándose en su cuerpo, mientras pequeños charcos se formaban a sus pies.
El arcilloso suelo del camino, se había puesto ya jabonoso, resbaladizo cuando comenzó a enfrentar la peligrosa bajada que no podía eludir. Por suerte había tenido la previsión de cargar una larga cadena con la que podía trabar una, si no ambas ruedas para evitar que el rústico vehículo, casi cargado a su máximo, se fuera de golpe contra la yunta, arrastrándola hasta el quilantal.
...Recordó una a una todas las historias de varios accidentes que, aún en mejores condiciones que las que ahora enfrentaba, se habían producido en el transcurso del trayecto en el cual se encontraba. Como su propio tío Felipe, cuando aún era niño, había porfiado por salir con sus novillos, encontrando la muerte, al ser aplastado por la carga de madera, cuando su carreta se salió del camino...
Pero todo resultó como lo había planeado. Las llantas de hierro, impedidas de girar, por la traba puesta mediante la cadena, fueron dibujando profundos surcos por el medio del camino mientras se iban deslizando suavemente pendiente abajo, hasta llegar al puente, sin que mediara riego alguno. Veterano de mil ocasiones anteriores, hasta había tenido la precaución de dar más distancia a la rueda derecha para permitir el espacio suficiente al enfrentar la cerrada curva con la que la bajada terminaba.
La primera parte del problema ya estaba resulta. Sólo le quedaba la más difícil: Subir la cuesta del otro lado del estero. La más difícil, aun cuando mucho menos peligrosa. Volver a recuperar la distancia en altura, que el Lamami le había impuesto con su sola existencia. El abrupto camino se erguía sobre paredes laterales de más de dos metros de alto, que el tránsito, la lluvia y la erosión en el transcurso del tiempo habían formado. Una verdadera zanja rodeada de tupidos renovales de hualles y coigües, que hacían contrastar la desnudez de unos y la exuberancia de los otros. Más de un kilómetro de subida en que cada metro sería una victoria que debía ser lograda contra todo. Como en tiempo de los gladiadores, 999 victorias no tendrían ninguna resonancia ante el peso de una sola derrota.
Ya cuesta arriba, el carretero vigilaba el andar sin perderse un detalle, sabedor que un pequeño traspié del “Clavel” o el “Retinto” podría significar el fracaso de toda la maniobra. Mientras la lluvia caía sobre el lomo encorvado de las bestias, haciendo olitas que el viento dispensaba o adheridas a su pelaje resbalaban hasta el suelo.
Entonces lo vio. Sobre la difusa visibilidad que el aguacero permitía, pudo ver un hombre alto y moreno que, se protegía del viento ladeando un gran sombrero negro, mientras se cobijaba lo mejor que podía en las paredes del camino, al lado de unos bultos cubiertos por una manta o algo así.
-¡Amigo!- gritó el carretero, en señal de saludo.
-¡Amigo!- respondió el otro. Su voz ronca se dejó oír con nitidez y seguridad.
- Cucho Araya- le dijo, mientras acortaba la distancia que les separaba, ofreciéndole la mano extendida con fuente apretón. - ¿Va pa’l sur?
- Correcto.
- ¿Muy lejos?
- Exacto.
- ¿Al Descanso?
- Purulón.
- ¡Purulón! Fácil le quedan tres leguas aún.
Calculó de una hojeada que el hombre llevaba, por lo menos, algunos 80 kilos de peso y que en plena subida sería como imponerle un inmerecido castigo a los que tan bien se habían
...