NOMBRAR LO PACÍFICO PARA CONSTRUIR LA PAZ.
Enviado por Jorge David Zuluaga Angulo • 1 de Septiembre de 2016 • Apuntes • 1.968 Palabras (8 Páginas) • 239 Visitas
NOMBRAR LO PACÍFICO PARA CONSTRUIR LA PAZ
Por: Jorge David Zuluaga Angulo.
Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor.
Antoine de Saint-Exupery (1900-1944) Escritor francés
En el día a día de la cotidianidad colombiana, son frecuentes las imágenes que representan la violencia. Nuestra identidad está caracterizada por expresiones con la cuales nos auto nombramos como un país violento. Pareciera que los únicos signos que enuncian el orden de la contemporaneidad, están relacionados con las patologías, el conflicto, las guerras etc. Sin embargo, no podemos determinar el sentido de un país que busca la paz, solo desde la palabra que refleja una parte de lo que somos, pues aunque lo nombremos poco, también somos paz, vida, solidaridad, confianza. Reconocer también en lo humano esa dimensión pacifica que también nos caracteriza; dimensión que no tenemos tan consiente, debido a los imperativos categóricos de violencia y guerra, que elegimos nombrar y que nos condena a ser sujetos incapaces de ser o hacer otra cosa distinta a la violencia.
Derecho a la paz, responsabilidad colectiva
La paz es la mejor inversión individual y colectiva para el país[1]. Una sociedad pacífica se convierte en el terreno más fértil para que prospere cualquier perspectiva del desarrollo. Para Colombia es prioridad alcanzar la paz que le dé fin a un conflicto que ya supera los 60 años y que ha visto como varias generaciones han nacido y fallecido en una de las guerras más largas y dolorosas que cualquier nación haya sufrido en el siglo XX. En las últimas cuatro décadas, los gobiernos la han buscado, pero los resultados son igual de lamentables a las consecuencias del mismo conflicto. Las razones que motivan nuestro conflicto son las mismas que padecen y han padecido muchas otras naciones en el mundo, con la diferencia, de que acá no hemos podido superarlas. Entonces, ¿Por qué es tan difícil encontrar en Colombia caminos eficientes para consolidar ese anhelo colectivo de la paz? En esta pregunta hay una palabra que es clave para la respuesta y que abordaremos a continuación.
A finales del siglo XVIII, la revolución francesa reivindicó tres principios que transformaron la humanidad. Libertad; Igualdad; Fraternidad. El primero permitió reconfigurar el concepto de Estado Nación y les otorgó a los individuos, entre otras, la condición de ciudadano y la libertad para expresarse, autodeterminarse y elegir lo mejor para su vida. Casi 160 años después, la Declaración Universal de los derechos humanos, le dio base al concepto de igualdad, otorgando también a los individuos de una serie de derechos elementales que garantizan vidas dignas; estos son, el derecho al trabajo, la educación, la salud, la vivienda, etc. Luego, en los años 60s y 70s, las amenazas de nuevas guerras y los procesos de descolonización en África, dieron origen a la tercera generación de los derechos humanos.
Este nuevo bloque de derechos le da sentido al concepto fraternidad y se aleja del enfoque individual de las dos generaciones anteriores, pues se denominan derechos de los pueblos, colectivos o de solidaridad. El derecho a la paz, al menos para el contexto colombiano, es uno de los más relevantes de esta declaración, pues obliga al país a buscar y construir la paz. Sin embargo, a pesar del compromiso plasmado en el artículo 22 de la Constitución Política Colombiana, “la paz es un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento” en nuestro país, este anhelo cada vez se ve más lejos. Quizás, porque los derechos que más demandamos son los individuales y la paz, más que un derecho, es una responsabilidad y, principalmente, porque la paz es colectiva y como tal, debe ser construida por todos, no sólo por los grupos armados o los actores de la guerra, como lo han priorizado los gobiernos de turno.
En ese sentido, ese propósito de la paz no es viable si no se realiza con la participación de una ciudadanía ética y cívica, que conoce sus derechos, sus deberes y sus responsabilidades, pero principalmente, una ciudadanía consciente que la paz es colectiva y se construye aplicando los valores de la fraternidad, la solidaridad y el civismo que para Victoria Camps[2] son los mínimos éticos que cualquier miembro de una comunidad democrática tiene que aceptar y asumir, ya que comprende su protagonismo en la vida social desde el reconocimiento de su identidad y su disposición natural al encuentro con el otro.
La paz es con los ciudadanos, responsables
La paz ha sido uno de los elementos transversales de la dinámica nacional de las últimas décadas. Por ella se han creado movimientos y grupo alzados en armas de todo tipo; por ella se han planteado diferentes políticas y estrategias de carácter económica, social y de justicia; por ella se han justificado oleadas de violencia y destrucción; pero también, por la paz, la mayoría de colombianos ha resistido lo irresistible y ha conservado la esperanza de un construir en país justo, desarrollado y garante de los derechos y proyectos de vida de sus ciudadanos.
Sin embargo, pensar la paz solo desde unos diálogos entre dos actores que se nombran desde la óptica de la guerra es el mismo error que ha obstaculizado otros procesos de paz. Buscar la reconciliación nacional desde una posición neo colonial, en la cual nos comparamos desde la mirada del menos cabo y la victimización, es desde luego inconveniente. Edificar un nuevo país a partir de un discurso que deja a los ciudadanos por fuera de la responsabilidad de la construcción de la paz, fortalece esa desesperanzadora frase “esto no lo cambia nadie”, con lo que representa en los imaginarios colectivos, condenándonos a repetir los ciclos de indiferencia, pesimismo y desintegración ciudadana que son la base que ha justificado la guerra en Colombia.
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