Noches De Sopor
Enviado por daenpa • 14 de Octubre de 2014 • 954 Palabras (4 Páginas) • 247 Visitas
l latido famélico de Tolomeo, su perro guardián, le estremeció hasta la ultima fibra de su ser, en el momento en que, por fin, en plena madrugada, bañado en sudor, jadeante y con las manos heladas de pavor arribó a su ranchería. Ezequiel Uriana sabía de sobra que el suyo, como todos los perros de aquella interminable planicie desértica, era mudo, y que su insólita dieta de cartón, bolsas plásticas, tierra y sobras, no le permitían ánimos de ladrar a menos de que el asunto, por su gravedad o alcance, así lo ameritara. Las sospechas que por desgracia traía consigo eran validadas por esos latidos de dolor, Ezequiel Uriana supo en ese momento, sin siquiera entrar al rancho de bahareque donde ahora residía la tragedia, que la pequeña Hassai, su hija menor, había muerto de hambre.
Meses atrás, la demencia brutal de los tiempos modernos descargó todo su ímpetu. Intensos y numerosos chaparrones diluvianos saturaron las resecas tierras de la ranchería. Llovió a cantaros varias semanas, el desierto por esos días dio espacio al fango y al anegamiento, y eso, en un lugar como ese, en donde lo que nace y se sostiene poco o nada tiene que ver con la agua, en donde casi todas las cosas y las situaciones escapan a la lógica hídrica, la lluvia a veces termina haciendo más daño que la sequedad.
Ezequiel, que como todos los indígenas
de su raza asentados en aquellos áridos parajes, trataba de hacerle el quite a su destino de miseria, poseía un pequeño hato. Pastoreaba con dedicación al mismo tiempo, sus caprinos, su pobreza, su vida, la de dos mujeres y la de trece hijos, hasta que el agua, de manera insólita, fue tanta, que los animales empezaron a enfermarse por las pezuñas, debido al extraño fango en el que se movían. De esta manera, revelada la acrimonia de las lluvias, el reducido hato fue menguando por varios días. Ezequiel vio morir varios animales, se comió con los suyos otros tantos y el resto fueron objetos de unas presurosas ventas en el mercado de la capital de la provincia. Su reducido haber había sido arrasado por la desgracia. En la ranchería no quedó sino el tierrero, los hijos hambrientos con el costillar a flor de piel, igual que Tolomeo, y las mujeres fabricando unas especies de sandalias tejidas con suela hecha en retazos de llantas de automóvil llamadas por ellos ‘guaireñas’, que a decir verdad, eran muy mal pagadas en el mercado de la capital, a pesar de ser el calzado típico de su etnia. Decidido a no dejarse caer y de alguna manera solventar la situación, se fue a aventurar a la capital de la provincia, en donde logró, después de muchos intentos y de casi perder las esperanzas, conseguir que se aprovecharan en el día de sus
brazos en un restaurante en el que hacía oficios varios, y en las noches le mal pagaran el sacrificio de su sueño en una bodega donde almacenaban mercancías de contrabando. Trabajando en el día y celando en la noche no tenía la oportunidad
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