Nuestro Tempano Se Derrite
Enviado por ogr90 • 17 de Diciembre de 2013 • 12.910 Palabras (52 Páginas) • 383 Visitas
Bienvenidos
El que acierte a manejar bien el cambio pros¬perará grandemente; el que no lo sepa mane¬jar correrá un riesgo.
Con demasiada frecuencia las organizaciones no ven la necesidad del cambio. No identifi¬can correctamente qué deben hacer, o qué ha¬cer para que suceda, o para que se mantenga. Esto les ocurre a las empresas; a las institucio¬nes educativas; a las naciones.
Hemos estudiado el desafío del cambio du¬rante décadas. Conocemos las trampas en que aun la gente más inteligente puede caer, y también conocemos los pasos que pueden asegurar el éxito del grupo. Nuestro propósito es mostrar lo que hemos encontrado.
Nuestro método es mostrar, más que dar ins¬trucciones, y lo haremos utilizando el método de la fábula, que a través de los siglos ha de¬mostrado ser la manera más eficaz de impartir enseñanzas.
Las fábulas pueden tomar asuntos graves, complejos y amenazadores y hacerlos claros y comprensibles.
Las fábulas pueden ser memorables, a diferen¬cia de la mayor parte de la información que hoy nos bombardea por todas partes y que mañana se habrá olvidado. Pueden estimular el pensamiento, darnos valiosas lecciones e inspirarnos, a todos -jóvenes y viejos- para servirnos de ellas. En nuestro mundo moder¬no de alta tecnología es fácil pasar por alto esta sencilla pero profunda verdad.
La historia que se cuenta a continuación trata de la vida en un mundo cambiante. Todos en¬contramos en ella las cuestiones básicas, pero en la vida real encontramos con mucho me¬nor frecuencia maneras de resolver bien tales cuestiones.
Si el lector sabe mucho sobre el escenario en que hemos situado nuestra historia -la Antár¬tida- verá que, como sucede siempre en las fábulas, la vida no es exactamente como se presentaría en un documental de la National Geographic. Si cree que una historia diverti¬da sobre los pingüinos tiene que ser para niños de corta edad, o por lo menos de mucho menos experiencia que la suya, pronto verá que este libro trata problemas que a todos nos dan mucho trabajo.
Para el que quiera leer algo acerca de la histo¬ria de este libro y qué relación guarda con el tradicional "libro Kotter" o cómo puede ayu¬darle en una era de cambio, hemos colocado ese material en seguida de la historia, a partir de la página 123.
Si esto no le parece necesario, busque una si¬lla cómoda y siga leyendo.
Nuestro témpano de hielo jamás se derretirá
Érase una vez una colonia de pingüinos que vivían en la helada Antártida, en un témpano de hielo flotante, no lejos de lo que hoy lla¬mamos el cabo Washington.
Hacía muchos, muchísimos años que el tém¬pano estaba en ese sitio. Grandes muros de nieves perpetuas se erguían en la superficie y daban abrigo a los pingüinos contra las rudas tormentas de invierno. El mar que lo rodeaba era rico en alimentos.
Hasta donde llegaba la memoria de cualquie¬ra de los pingüinos, la colonia siempre había vivido en ese témpano. "Este es nuestro ho¬gar", decían si alguien llegaba a descubrir su mundo de hielo y nieve. También decían, con buena lógica desde su punto de vista, "y será siempre nuestro hogar".
Donde vivían, el desperdicio de energía mata. En la colonia todos sabían que tenían que per¬manecer estrechamente unidos para sobrevi¬vir, y habían aprendido a depender los unos de los otros. Se comportaban a menudo como si fueran una gran familia (lo cual, desde lue¬go, puede ser bueno o malo).
Los pájaros eran realmente hermosos. Se lla¬maban pingüinos emperador. Constituían el más numeroso de los diecisiete tipos de ani¬males de la Antártida. Parecen estar perpe¬tuamente vestidos de etiqueta.
Doscientos sesenta y ocho pingüinos vivían en la colonia. Uno de ellos era Fico.
Fico se parecía a los demás de su especie y actuaba más o menos como ellos. Se podría caracterizar, o bien como "gracioso" o bien como "respetable", a menos que a uno en rea¬lidad no le gustaran los animales.
Pero Fico era distinto de los demás pingüinos por un aspecto muy importante: era extraor-dinariamente curioso y observador.
Otros pingüinos se iban a cazar criaturas del mar, cosa muy necesaria puesto que en la An¬tártida no había nada más que comer. Fico pescaba menos y estudiaba más el témpano de hielo flotante y el mar.
Otros pingüinos pasaban gran parte del tiem¬po con sus amigos y parientes. Fico era buen esposo y padre pero dedicaba menos tiempo que otros al trato social. A menudo se iba solo a tornar notas de lo que observaba. Se diría que era un pájaro raro, tal vez un pingüino en cuya compañía sus congéneres no se sentían muy a gusto. Pero no era así. Fico hacía sólo lo que le parecía su deber, y lo cierto es que cada día aumentaba su alarma por lo que veía.
Tenía una cartera llena de observaciones, ideas y conclusiones. (Sí, una cartera. Ésta es una fábula.) La información era más y más alarmante. La información empezaba a decir a gritos:
El témpano se está derritiendo y pronto puede despedazarse
Un témpano que de pronto estalla en mil pe¬dazos sería un desastre para los pingüinos, sobre todo si esto ocurría en invierno en me¬dio de una tormenta. Muchos de los más vie¬jos y de los más jóvenes sin duda perecerían. ¿Quién podía prever todas las consecuencias? Como sucede siempre en los siniestros que no se esperan, no había ningún plan para ha¬cer frente a semejante catástrofe.
Fico no era fácil presa del pánico, pero cuanto más estudiaba sus observaciones, más se in¬quietaba. Comprendía que tenía que hacer algo, si bien no estaba en capacidad de hacer pronuncia¬miento alguno ni de ordenar cómo habían de manejarse los demás. No era él uno de los dirigentes de la colonia, ni siquiera hijo, her¬mano o padre de algún líder. Carecía, por lo demás, de antecedentes que lo autorizaran como pronosticador de témpanos de hielo. Muy bien recordaba cómo habían tratado los pingüinos a su amigo Enrique cuando éste se atrevió a decir que su hogar se estaba hacien¬do más frágil. Nadie pareció interesarse en ese asunto y cuando Enrique trató de presen¬tar algunos indicios, sus esfuerzos sólo mere¬cieron comentarios como. `Enrique, tú te preocupas demasiado. Cóme¬te un calamar y te sentirás mucho mejor". "¿Frágil? Salta y rebota, Enrique; haznos sal¬tar y rebotar a cincuenta a un tiempo. ¿Ocu¬rre algo? ¿Ah?"
Algunos de los pájaros no hicieron ningún comentario pero de ahí en adelante trataron a Enrique de otra manera. El cambio fue sutil;
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