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Para otros usos de este término, véase Bufón


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2013  •  Tesis  •  1.060 Palabras (5 Páginas)  •  330 Visitas

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Para otros usos de este término, véase Bufón (desambiguación).

El bufón don Sebastián de Morra, por Velázquez

Se llama bufón al truhan o gracioso que con sus palabras, acciones y chocarrerías tenía por oficio hacer reír a los poderosos y hacerles llegar a la realidad riéndose de ellos y haciéndoles sentir como una persona más del mundo. Según algunos se les llama así porque, entre las gracias que hacían durante sus actuaciones, se añadía un ruido como de bufido. Mayormente solía ser gente con unas características físicas anormales, fuera de lo habitual: jorobados, enanos, etc, y se solían reír de ellos más por sus defectos que por sus chistes y devaneos.

Se piensa que los bufones son exclusivos de la Edad Media y comienzos de la Moderna, pero lo cierto es que siempre ha habido cómicos que han vivido de sus gesticulaciones, chistes, muecas o bromas para la corte real y su entorno, más o menos frívolo y palaciego.

Índice [ocultar]

1 Historia

1.1 Grecia y Roma

1.2 Edad Media

2 Referencias

Historia[editar · editar fuente]

Grecia y Roma[editar · editar fuente]

En Grecia y Roma ya figuran los bufones haciendo su papel. En Grecia, los atenienses no desdeñaban oír a los más viles bufones en los mismos teatros en que se presentaban a la vista y admiración del público las creaciones de Sófocles y de Eurípides.

En Roma, las obras de muchos autores cómicos y no pocos pasajes de las de Marcial, Séneca y Suetonio -confirmadas plenamente por pinturas halladas en Pompeya- demuestran el gusto con que el pueblo romano llegó a escuchar a los bufones. La afición a tal tipo de gentes hubo de crecer en Roma a compás que las costumbres se corrompían y que aumentaba el amor al lujo y al desenfreno por la ostentación, causando cada vez mayor deleite y siendo buscadas con mayor empeño las monstruosidades físicas, morales e intelectuales: enanos, gigantes, deformes, etc. La costumbre creó el tráfico y éste llegó a ser tan enorme que se hizo en Roma un mercado especial para esta clase de mercancías. Cuando los provechos de dicha industria aumentaron de modo considerable, los orientales se dedicaron a la confección de monstruos y enanos.

En Pompeya, se han hallado vasos etruscos con la forma de estos desgraciados engendros que servían de entretenimiento a una sociedad corrompida. Augusto, deseoso de que el pueblo participara del placer de ver uno de estos monstruos hizo exhibir un joven llamado Licino que no tenía más de 6 dm de altura, no pesaba más de 8 kg y que poseía una voz estentórea. Galba, Capitolino y Cecilio se hicieron grandes reputaciones como bufones a los cuales alcanzó la sátira de Marcial. Aun sin contar con los que aparecían en los escenarios de los teatros, tenía el pueblo sus bufones que le divertían en las plazas y en los puntos concurridos de las calles siendo política de los emperadores alimentar estos gustos para distraer a la gente apartándola de los asuntos importantes y de Estado. Las rivalidades de Pilades y Batilio, dos mímicos famosos alcanzaron carácter de cuestión de orden público a tal punto que Augusto se vio obligado a desterrar al primero.

El mundo pagano legó los bufones al cristiano, pudiéndose seguir sus huellas en el

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