Prueba De Ingo Y Drago
Enviado por kplemus • 3 de Junio de 2012 • 19.604 Palabras (79 Páginas) • 3.091 Visitas
Al fin libre
JJ Benítez
INDICE
«HASTA LUEGO» 5
LA SEÑAL 6
ESTOY VIVO!» 6
LOS «CAMAREROS» 10
«¡ESTOY VIVO!. ¡Y destinado a la altura! » 10
REFLEXIONES 11
MIEDO A MORIR: FALTA DE INFORMACIÓN 12
REFLEXIONES 13
EL INSTANTE MAS ESPECTACULAR 13
REFLEXIONES 15
«YO, AHORA, NO SOY TU PADRE» 16
REFLEXIONES 18
«MAT-1» 18
REFLEXIONES 21
UN DIOS SENSATO 22
REFLEXIONES 23
LO «POQUÍSIMO» QUE SÉ SOBRE ÉL 23
REFLEXIONES 25
ALGUNAS «PEQUEÑECES» 25
REFLEXIONES 27
SOLTAR LASTRE 28
REFLEXIONES 30
«LLORO POR LAS ESTRELLAS, MI VERDADERO HOGAR» 30
REFLEXIONES 32
«PELLIZQUEMOS» EL INFINITO 32
REFLEXIONES 33
«AQUÍ NO LLUEVE» 34
REFLEXIONES 37
VIVIR POR VIVIR 37
REFLEXIONES 39
«PUENTE AÉREO» A MAT-2 39
REFLEXIONES 41
UN «ENCUENTRO» INOLVIDABLE 42
REFLEXIONES 44
VIVIR EL PRESENTE. PARA ESCAPAR DEL PRESENTE 44
REFLEXIONES 46
«VOLUNTARIOS» 46
REFLEXIONES 49
«VEN. HAGAMOS EL VIAJE QUE NUNCA HICIMOS» 50
REFLEXIONES 50
«HASTA LUEGO» 51
¿Dónde estás?
Tus ojos, cerrados, duelen.
¿Qué ha sido de ti?
Poco antes brillabas.
¿Por qué nos dejas?
Ahora empezábamos.
¿Por qué callas?
Los sentimientos te reclaman.
¿Hacia dónde te diriges?
Míranos: estamos aquí .
¿Por qué no regresas?
Y una «voz», al fin,
susurró en el corazón:
«Es que ahora soy libre.»
«HASTA LUEGO»
Fue como una luz. Como un chispazo.
A mi espalda, agonizante, apenas insinuado por el amarillo vigilante de un piloto, mi padre consumía sus últimas horas. Y yo, impotente, me aferré una vez más a las estrellas, suplicando compasión y benevolencia. No para mí, sino para él. La muerte, avisada, se había instalado ya en los silencios. Todos lo sabíamos. Y él también. Pero cuándo, en qué momento besaría la frente de aquel buen hombre.
La tensa espera, vestida de plomo, fue una insoportable compañera de habitación.
Y ocurrió. Fue como un aviso. El primero de una larga serie. Fue como una luz. Como un chispazo.
Recuerdo que me hallaba acodado en la ventana, con la mente maniatada, casi tan moribunda como mi propio padre. No podía asimilarlo. Un mes antes, aquel hombre fuerte, sano y jovial me había hablado de proyectos. Al poco, todo quedaba en suspenso. Todo naufragó. Un mal irreversible lo invadió, empujándonos a ese rincón oscuro de la impotencia.
Y como todas las noches, como un rito obligado en cada guardia, me subí a las estrellas, buscando clemencia, rogando al buen Dios que acortara su agonía. Fue entonces, saltando de lucero en lucero, mientras aquel domingo, 27 de junio, se fugaba indiferente por la puerta de atrás de la medianoche, cuando escuché su voz. Sonó fuerte y clara. Tan nítida que, asustado, me volví hacia la cama. Pero mi padre, sedado, continuaba dormido. Perplejo, sólo acerté a pasar los dedos sobre su frente, acariciándolo. Mi primera y tímida caricia, ¡en cincuenta y tres años!
Y la voz regresó, repitiendo:
«¡Escribe!»
Sí, era el primer aviso. El primero de una larga serie que ahora me propongo rescatar.
¿Un aviso? Quién sabe.
Lo cierto es que, a tientas, busqué el inseparable cuaderno de campo y regresé a la ventana.
«¡Escribe, hijo mío!»
Escribir., pero ¿qué?
No tuve que esforzarme. Mi mano, convertida en corazón, se deslizó rápida —casi vertiginosa— sobre el blanco del papel. Las estrellas, respetuosas, fueron los únicos testigos. Ellas, sabedoras, se dejaron caer, iluminándome.
Minutos después, más perplejo si cabe, leía el siguiente texto:
«Carta de José Benítez a los que le aman.
»Queridísimos:
»Aunque no soy el autor material de esta breve despedida, mi espíritu está en cada palabra. Sólo deseo pediros dos cosas:
»En primer lugar, aunque bien sé que son momentos críticos para vosotros, os ruego —os suplico— que no os dejéis dominar por la tristeza.
»¡YO SIGO VIVO!
»;Estoy VIVO!
»He despertado en un mundo nuevo y ahora sigo un camino como jamás podríais imaginar.
»Por favor, contened las lágrimas., en la medida de lo posible. La vida humana tiene sentido. Un maravilloso sentido. Pero sólo aquí, EN LA LUZ, empezamos
—empezaréis— a descubrirlo.
»Si en verdad me queréis, por favor, prestad atención: no os aflijáis. Vuestro sufrimiento no me ayuda. Al contrario. Celebrad mi entrada en la verdadera VIDA. Celebrad que, al fin, soy un ángel.
»Por último, quiero que sepáis algo de especial importancia. Yo lo practiqué en vida, aunque nunca lo suficiente. Sabed que la clave de vuestra existencia es el
AMOR. Amad sin medida, sin esperar respuesta ni recompensa. Amad a cada instante, aunque no comprendáis. Yo, ahora, en este magnífico mundo en el que VIVO, lo sé: el AMOR es la única verdad. El AMOR lo sostiene todo.
»Recordadme y recordad: volveremos a vernos —físicamente—, “en su momento”. En realidad, esto no es una despedida. Sólo un “hasta luego”. Como sabéis, los que se quieren nunca dicen “adiós”.
»Que Dios os bendiga.
»JOSÉ BENÍTEZ, ahora más cerca del PADRE.»
Me negué a leer por segunda vez. ¿Qué era aquello? Y continué enganchado al brillante firmamento, rogando por aquel buen hombre.
Al día siguiente, aparentemente por casualidad (?), mi hijo Iván formularía una extraña petición:
«Escribe algo. Al abuelo le gustaría. Se lo debes.»
Y remató, levantándome en el aire:
Si quieres, yo puedo leerlo en el funeral.»
Cuatro días después, en la tarde del dos de julio, mi padre fallecía. E Iván, con una entereza poco común, cumplió lo prometido, leyendo en público el singular «aviso».
En realidad, nadie supo cómo y cuándo fue escrito. Como tampoco han sabido de los siguientes e insólitos «encuentros» con esa misma «voz». Unos «encuentros» —lo adelanto desde ahora— cuajados de esperanza.
LA SEÑAL
ESTOY VIVO!»
Esta frase —casi un grito— me desconcertó. Mi padre no era un hombre especialmente religioso. Creía en Dios, sí, pero sin alardes, sin estridencias ni preguntas. En vida —y bien que lo lamento—, apenas cruzamos un par
...