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Puente Carretero Santiago Del Estero


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2013  •  1.344 Palabras (6 Páginas)  •  692 Visitas

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El emblemático puente Carretero que cruza el río Dulce y enlaza la ciudad de La Banda con la capital provincial es un estandarte de la cultura y la música locales. Declarado Monumento Histórico Nacional, guarda en su construcción una historia que navega entre lo mítico y lo real.

En 1926 terminó la construcción del Puente Carretero, que en su momento fue uno de los más largos de Sudamérica y comunicaba a la ciudad con La Banda. Fue donado por el gobierno alemán como un acto de reparación hacia la República Argentina por el hundimiento de dos barcos durante la Primera Guerra Mundial.

A comienzos del siglo XX Santiago ya había delimitado su centro con las avenidas Rivadavia, Alsina, Roca y Moreno, y había nomenclado varias calles importantes. El Mercado Armonía agrupaba los productos de fincas y chacras, y sus paisanos empezaban a caminar las plazas Belgrano e Independencia. En 1908 se estrenaba el Colegio Nacional, y un par de años después el Teatro 25 de Mayo. Las inauguraciones se sucedían unas detrás de otras, pero faltaba algo: cómo llegar a uno y otro lado del caudaloso Mishki-Mayu, como llamaron los pueblos originarios a ese divisor natural de La Banda y el corazón urbanístico de la provincia. “Mis padres, que eran del campo, solían viajar cada tanto en sulky hacia Santiago para hacer trámites y comprar provisiones. Yo era changuito, y recuerdo que llegábamos a la orilla del río Dulce, dejábamos el caballo atado y cruzábamos en balsa”, cuenta Pedro Ramírez, hoy director de Cultura de La Banda, reconocida cuna de poetas y cantores populares.

Según la historia oficial, el puente fue gestionado por la presidencia de Hipólito Yrigoyen, la gobernación local de Manuel Cáceres y una reconocida ferroviaria. Pero se cuenta también que la inmensa obra fue donada íntegramente por el gobierno alemán como acto de reparación hacia nuestro país, aunque algunos aseguran que “es otro de los mitos santiagueños, como el de la Telesita o la Salamanca”. Durante la Primera Guerra Mundial los europeos habrían confundido dos barcos de la República Argentina con los del enemigo, hundiéndolos a cañonazos. Así, un acuerdo diplomático habría dado inicio a la obra estrenada en 1927, tres años después de la primera excavación, generando gran expectativa local. Empresa nada sencilla, había que cruzar el poderoso río en diferentes tramos, sorteando las crecidas y los misterios del Dulce.

Toda la población vivenció el alboroto en los alrededores: enormes y continuos movimientos de arena en estación invernal sentaron de a poco los pilares sustentadores 16 metros bajo tierra. Rodillos de 30 centímetros de diámetro, fabricados en acero cementado, serían los encargados de absorber las vibraciones, manejando asimismo la dilatación y contracción derivada de las cambiantes temperaturas norteñas. Ya con 12 tramos de 70 metros, el Carretero se erigía como una obra de vanguardia por tamaño y características estructurales. Era un gran mecano que tomaba forma con los días, y cuyas piezas, traídas desde la ciudad alemana de Rhur, sumaban 6400 toneladas de acero plateado. Sólo por citar un número curioso, se estima que fueron empleados dos millones y medio de remaches. Famoso por sus riadas, el Dulce no daba tregua, y la empresa Müller-Binda, gestora de la construcción, debió suspender varias veces los trabajos durante el verano. Pero el destino estaba sellado, y de a poco fueron cobrando vida los 14 metros de altura de su parte central, arqueándose hacia los extremos, sobre los cuales se apoyaban las vías del ferrocarril y el paso automovilístico. “He nacido en 1921, así que usted se encuentra delante de alguien más viejo que el propio puente”, bromea Oscar Alberto Vélez desde el tinglado bandeño donde aún sigue trabajando metales. En su taller guarda una verdadera reliquia de esta historia: “Esta máquina alemana trabajó en la defensa del río Dulce, en plena construcción del puente. Es una pieza única, que aún agujerea redondo y cuadrado, y corta perfiles universales”. Si bien la tecnología moderna ha superado con máquinas más pequeñas esta mole de hierro, para aquellos tiempos era valiosísima; ya se podía trabajar con ella sin electricidad y en distintos turnos, sin hacer fuerza, a través de principios matemático-mecánicos.

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