REGTEST

REGTEST

No pasó más de un par de frustraciones

que me consideré siquiera disertador,
apenas y me consuela el abrir un libro;
solo soy otro más iletrado amordazado
a una constancia rupestre de “obras pestes”,

o quizá un esquizotímico receptor,
un componente clave de una molécula de aire sin mentor:
inocuo y carente de un pasado.

Proctólogo de letras,
un charlatán devastando metas
con existencialismos a cuestas.

No sé el significado de “poesía”,
pero ha de ser un dolor de muelas,
un divergente pasar del día,
un lápiz poético,
dócil, frenético,
sin ánimos, con elitismo,
con los dientes en la ruina,
viviendo en el papel de la rutina.

No me gustan los poetas:

dibujan destrucciones,  
averiguan símbolos pseudomorfos,
hipérboles, juglares, inconclusiones,
apunto de ser achatados,
comprimidos y aglomerados.
Miran epilépticos su ontológico entorno
a medida del devenir de su copa de vino.
Optan por tragar lisonjas
mientras se frotan las lonjas.

Tampoco me gustan los optimistas de la libertad del verso:
cantan “libres filosofías”,
exprimen plumas
con melódicas voces,
masajeando el pistilo a las flores.
Buscan entre los dedos
aquellos banales recuerdos,  
entre habitaciones,
al lado de sus comentarios acerca de frases célebres,
bajo el sarro de la quijada de Coelho.

Buscan “poemas del hoy”,
y emplean penas de su piel,

escribiendo e ignorando el arrastre,

escarbando en su desastre,
sin tener idea de quién fue Sartre,
quien tuvo un ojo en la prosa;
el otro, en la fosa.

Hacen llorar,
tienen dietas de amor
y de ello se van a matar.
Te tiemblan el habla

y revientan la imaginación.
Se conforman con cualquier métrica:

pueril, febril, inherente, bifurcada,
vesperal, idílica y salvaje,
que toca arpegios
de cuerpos celestes,
urbanos y pobres.

Difiriendo, bienaventurados lo sean,
junto con su estigma,
su lápiz que quiere ser enigma,
afán de ser palabra,
dicha y desasosiego,
olvidados en el mismo hoy.

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