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Enviado por yyaakkii • 29 de Agosto de 2012 • 4.330 Palabras (18 Páginas) • 423 Visitas
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Meteorología extrema
Diluvios apocalípticos, olas de calor interminables, tornados devastadores… Los fenómenos meteorológicos extremos son cada vez más frecuentes. ¿Una simple tendencia natural, o tal vez la señal de un inquietante cambio en el clima del mundo?
El Nilo era venerado como un dios por los antiguos egipcios, que lo consideraron fuente de vida y riqueza. sus crecidas anuales marcaron el ritmo de las estaciones y la vida de quienes vivían en sus orillas
Por José Miguel Parra. Egiptólogo, Historia NG nº 104
Se halla muy extendida la falsa idea de que la vida a orillas del Nilo en época faraónica era poco menos que un Edén, en el cual los felices campesinos se ocupaban a diario de sus tareas en unos campos irrigados por inmensas obras hidráulicas, cuya producción permitía alimentar a todo el país y generaba los suficientes recursos para que los faraones construyeran altas pirámides y grandiosos templos. Todo ello merced a la mágica y regular llegada de la crecida del Nilo en un clima caluroso, pero casi ideal, tal como nos muestran las escenas que decoran las tumbas de faraones y nobles que se han conservado. Por desgracia, estas escenas son recreaciones idílicas de un mundo perfecto, surgidas del pensamiento de los antiguos egipcios y destinadas a acompañar al difunto al Más Allá para que su vida de ultratumba fuera lo más perfecta posible. En realidad, como han puesto de manifiesto diversos estudios en los últimos años, la vida a orillas del Nilo no fue en modo alguno sencilla, al menos para quien no pertenecía a la clase alta.
Empecemos por la crecida del Nilo, que de ninguna manera era esa fuerza bienhechora y pacífica que todos pensamos. Es innegable que el Nilo y sus aguas fueron los responsables de que la civilización faraónica existiera y prosperase; pero por desgracia también es cierto que sus crecidas eran bastante irregulares y, por lo tanto, muy peligrosas. El riesgo de la inundación no procedía de la fuerza de las aguas, siempre mansas, sino de la altura que éstas alcanzaran. El sistema de cultivo utilizaba en su provecho las características de la crecida, que al menguar iba dejando pequeños diques naturales de barro paralelos al curso del río, los cuales eran fortalecidos, ampliados y completados por los campesinos con otros perpendiculares a los primeros. Se creaban, así, estanques de diferente tamaño que se llenaban automáticamente con la crecida y retenían el agua durante varias semanas, empapando el terreno, desalinizándolo, limpiándolo y fertilizándolo con el limo nuevo.
Pero este sistema no estaba exento de problemas. El principal radicaba en que si la inundación era muy escasa, muchos campos se quedaban sin irrigar y eso suponía una menor producción de alimentos, lo que se traducía en hambruna; si era demasiado alta, los diques se borraban y los campos se anegaban, lo cual terminaba también en hambruna, a la cual se sumaba la destrucción por el agua de muchas casas, construidas con adobes. Por ejemplo, durante uno de los momentos de mayor lustre económico y cultural del Imperio Medio (dinastía XII), el reinado de Amenemhat III, hubo crecidas irregulares a lo largo de buena parte del casi medio siglo que duró su gobierno: al comienzo fueron demasiado altas, alcanzando su máximo en el año 30 del reinado, tras lo cual hubo un pronunciado descenso de la altura de las mismas que se prolongó durante cerca de un decenio, con sus graves secuelas de escasez.
Y es que el clima egipcio no era tan ideal como muestran las tumbas, donde todos aparecen desnudos o vestidos con un mínimo taparrabos, si son trabajadores, o con un faldellín y una túnica ligera y plisada, si son nobles. Todo el que haya visitado Egipto durante el invierno sabe que por la noche y por la mañana no sólo refresca, sino que puede llegar a hacer mucho frío. Resulta imposible que los egipcios fueran siempre tan ligeros de ropa; en algunos momentos del año tenían que abrigarse o pasarían verdadero frío.
Vestido y alimentación
Por otra parte, exponerse al sol sin nada que cubra el cuerpo es también perjudicial. En realidad, la ropa que se ha encontrado intacta de época faraónica se parece mucho a las galabiyas, las túnicas que todavía hoy se ven en las zonas rurales de Egipto; sabemos, además, que los egipcios utilizaban otras prendas de más abrigo confeccionadas con lana de oveja. Lo cierto es que son pocas las telas de esas características que se han encontrado, pero las fibras de lana aparecen por doquier en las zonas de habitación y nos confirman que en el valle del Nilo había que abrigarse en ocasiones. Sobre todo porque la ausencia de combustible hacía que la calefacción y las hogueras fueran algo escaso en los hogares más allá de la cocina, que por lo general se situaba fuera de las casas.
Precisamente, la alimentación es otra de las cosas que no aparece reflejada tal cual era en la decoración de las tumbas. En la capilla funeraria siempre vemos al difunto frente a una mesa de ofrendas bien surtida, repleta de alimentos variados –panes, vino, cerveza, carne de bóvido, dulces, vegetales, aves, hortalizas– destinados a alimentar su ka o esencia vital en el Más Allá. Pero este tipo de alimentación era privilegio de unos pocos; el egipcio de a pie se alimentaba a diario de cerveza (una especie de gachas con muy poco contenido alcohólico), pan y verduras.
Exceptuando a la clase alta y los trabajadores del faraón que realizaban tareas pesadas, que recibían un suplemento de proteínas, la inmensa mayoría de los egipcios se encontraba siempre al borde de la inanición. La gente común sólo consumía proteínas animales en cierta cantidad con ocasión de celebraciones especiales, como la fiesta de un dios, cuando las ofrendas eran repartidas entre el pueblo. Los grandes rebaños de ovejas y vacas que pastaban en el valle del Nilo estaban destinados a la clase alta y a los templos; la ofrenda de carne por excelencia era la pata delantera derecha de un bóvido, la ofrenda khepesh.
Sin embargo, en los últimos años se ha comenzado a descubrir que, además de los peces y animales que podían atrapar en el Nilo y el desierto, la gente corriente contó con una fuente de proteínas que le era propia: el cerdo. Se trata de un animal que prácticamente nunca aparece representado en las tumbas, como si existiera algún tipo de tabú social hacia él y hubiera sido indigno de aparecer como alimento de la clase alta. No obstante, los arqueólogos encuentran restos de cerdos en los lugares de habitación que excavan, lo que es un claro indicio de que su consumo como fuente de proteínas no era algo excepcional.
La vida en el poblado
Tener cerdos correteando por la aldea tenía la ventaja de que al ser un animal omnívoro podía hozar entre los montones de inmundicias que
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