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Santa Marta: Auge y declive de un bastión colonial.


Enviado por   •  20 de Septiembre de 2016  •  Apuntes  •  3.706 Palabras (15 Páginas)  •  233 Visitas

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27 de febrero de 2015

Sebastián Olarte Roldán

Santa Marta: Auge y declive de un bastión colonial

Fray Pedro Simón ha formado un estrecho vínculo con la Historia de Colombia y Venezuela mediante su vasta obra, donde aborda sin férreas restricciones los procesos iniciales de conquista y colonización de ambos países. Ejerciendo como cronista en plenitud, de un entramado de sucesos fortuitos logra plasmar en este texto aquellas ocurrencias cuyas consecuencias permiten apreciar al lector un amplio espectro del proceso de conquista en la extensión territorial denominada durante aquella época como las Indias Occidentales.

Más que ahondar completamente en este conglomerado de sitios, circunstancias, personalidades, y entidades envueltos en la consolidación del proceso expansionista de la corona ibérica en el continente americano, enfocaremos nuestra atención en un punto de referencia no solo a nivel geográfico, sino también político, económico y cultural para el siglo XVI en la época colonial, la cual marcaría un precedente en la progresiva construcción de lo que hoy conocemos como la República de Colombia: la provincia de Santa Marta.

Por su privilegiada ubicación, desde los primeros acercamientos de los navíos españoles a tierras del Nuevo Reino de Granada (comenzando por el Cabo de la Vela), Santa Marta fue adquiriendo un protagonismo dinámico no solo como sitio de desembarco para los conquistadores y sus ejércitos, sino también como punto de partida y llegada para diferentes expediciones (especialmente a las islas de Santo Domingo y Puerto Rico) emprendidas por los conquistadores, e innumerables viajes de regreso a tierras españolas (ya fuese transportando riquezas o para recoger provisiones, soldados y mano de obra esclava); centro político y administrativo de una de las primeras gobernaciones establecidas en aquellas tierras, y puente estratégico para acceder a los pueblos indígenas cercanos y a las tierras del interior, especialmente por vías fluviales.

La relevancia de la provincia samaria se incrementó no solamente por los motivos anteriormente mencionados, sino también por situaciones evidenciadas a lo largo de la conquista, y que cambiaron notablemente su rumbo, ya fuese por decisiones gubernamentales allí tomadas, enfrentamientos que involucraron a españoles, indígenas y negros cimarrones, o catástrofes naturales y demográficas que allí se desataron.

No está de sobra comentar que la historia de un pueblo es inherente a del territorio en el cual reside. Partiendo de ello nos limitamos a vislumbrar la historia de los pobladores de Santa Marta alrededor del mar Caribe y la vasta llanura al este del río Magdalena, interceptada únicamente por la majestuosa Sierra Nevada:

Antes de la llegada de los españoles, estaba habitada por un mosaico de grupos, lenguas y culturas de menor densidad de población que las del altiplano andino, entre los cuales se destacaban los gayras, tagangas, bondas, guagiros, coyaymas, tupes, itó-tos, motilones, chimilas, conchas, pocabuces, alcoholados, tamalameques, cipuazas, aruacos, tayronas, los que ocupaban la costa del mar, las orillas dilatadas del Magdalena, los valles de Upar, de

Buriticá, del Coto y las faldas de la Sierra Nevada, que viene a estar en el centro de la Provincia.[1]

La provincia está conformada por sectores dispares en climas, hidrología y topografía. Su relieve se constituye por dos regiones: una alta o montañosa y; otra baja, formada por valles, llanuras y la costa.

La zona baja es la que predomina en el paisaje, abarcando más del 50% de su superficie, e integra alturas menores a cien metros. Justamente la riqueza en fuentes hídricas que Santa Marta tuvo, hizo de ella un sitio propicio para el fomento de actividades agropecuarias, que fueron realizadas por indígenas que habitaban en sus cercanías. Su territorio lo recorrían numerosos ríos, cuya mayoría nacían en la Sierra Nevada, y desembocaban en el mar Caribe. Aunque algunos ya desaparecieron, pudieron ser descritos como torrentosos, de gran caudal y aguas permanentes.

Por mencionar algunos, se encuentran el Achiote, Minga, Manzanares, Buriticá y el Palomino, cuyo bautizo se remonta justamente a la época de la conquista y no pasó desapercibido por la pluma de Fray Pedro Simón, trascendiendo por el impacto que tuvo en el gobierno de Santa Marta, al fallecer en un trágico accidente el capitán Rodrigo Álvarez Palomino (quien fuese previamente nombrado como teniente general por Rodrigo de Bastidas, y tras cuya muerte en Cuba, el cabildo de la ciudad lo designase gobernador) dejando así en solitario a Pedro de Badillo para asumir las riendas de la ciudad:

Prosiguiendo juntos los dos gobernadores, trataron de hacer una entrada a la tierra adentro después de haber hecho otras muchas y con intento, según lo que tenía Palomino, de llegar al Mar del Sur (que no sabían aún que distaba dos mil y quinientas leguas); lográronse mal estos intentos del Palomino, pues al pasar cierto río que se descuelga de las Sierras Nevadas, viniendo a la sazón más crecido de lo ordinario, el caballo en que pasaba, por mal nadador o por haberse asido un caimán, lo zabulló dos veces, quedando ambos ahogados a la postrera, de cuyo desastroso suceso se quedó con el nombre del capitán este río, con que permanece hasta hoy. Aunque quedó con el suceso de Palomino solo en el gobierno de Santa Marta Pedro de Badillo, que hizo buenas acciones en las entradas que dispuso la tierra adentro mientras le duró, que no fueron pocos días pues llegó hasta el año de mil quinientos y veintiocho.[2]

El terreno comprendido entre el Cabo de la Vela y la desembocadura del río Magdalena estuvo sujeto a partir del año 1500 a persistentes desembarcos de cuadrillas españolas cuyo objetivo era ejecutar pequeñas transacciones comerciales con las poblaciones indígenas, pero  sobre todo abastecerse de esclavos para transportarlos hacia las islas del Caribe (en especial a Puerto Rico y Santo Domingo), donde la escasez de mano de obra se había transformado en un inconveniente de magnitud considerable.

Las tratas de esclavos no transcurrieron siempre de la mejor manera, ya que los indígenas de Santa Marta eran duchos manipulando el arco y las flechas, las cuales empleaban como armas letales impregnándolas con potentes venenos en la punta, y además aprovechaban la ventaja que la irregularidad del terreno les podía ofrecer, ya fuese alejándose de la costa hacia las ramificaciones de la Sierra Nevada o camuflándose entre las zonas boscosas.

 La coyuntura la tercera década del siglo XVI, cuando las no despreciables fortunas encontradas en México renovaron los bríos al proceso ibérico de conquista, benefició a una cesión de la política previamente instaurada de simples asaltos de la región costera, y la búsqueda de un método de dominación continuo de la población indígena:

En 1524 se capituló con Rodrigo de Bastidas, comerciante veterano de Sevilla, cincuentón que había vivido durante las dos últimas décadas como rico hacendado, comerciante y tratante de esclavos en Santo Domingo, la conquista de Santa Marta. El texto de la capitulación revela una creciente conciencia de la necesidad de una colonización ordenada y estable, que no se limitara al saqueo de los indígenas. Entre las obligaciones señaladas a Bastidas, quien recibió los títulos de gobernador, capitán general y adelantado de la provincia estaban la de transportar 50 vecinos, 15 de los cuales debían ir con sus cónyuges y llevar un número especificado de vacas, cerdos y yeguas de cría, lo que implicaba la idea de establecer un núcleo colonizador formado por españoles decididos a permanecer como residentes del Nuevo Mundo.[3]

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