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Enviado por jooeelrm • 21 de Mayo de 2014 • 372 Palabras (2 Páginas) • 344 Visitas
“Triunfador en el pabellón español de la Feria de Nueva York”-, Canalejas de Puerto
Real, Enriqueta la Jerezana, Manuel Cepero, Niño de Fernán-Núñez y “el auténtico José
Palanca” –lo que nos deja más tranquilos–, con las guitarras de Antonio Piñana y
Manuel Fernández, amén de los artistas locales ganadores del concurso de cartageneras
celebrado el día anterior.
En esta función, salvo Marchena, Almadén y El Malagueño, los actuantes
competían, a la fuerza, pues la comparecencia llamábase “II Concurso Nacional de
Cante por Cartageneras”, por el premio mayor de la especialidad, que fue a parar a
manos de Bernardo. El joven Enrique disfrutó de lo lindo por aquellas arterias
principales de Cartagena, acompañando a tanto sabio que acudió a la llamada de
Antonio Piñana. A principios de agosto de 2010, cuando se acercó a La Unión para
recibir el máximo galardón del Festival del Cante de las Minas, el Castillete de Oro, era
entrevistado por Noelia Arroyo en La Verdad, de Murcia, y hacía referencia al episodio
que comentamos. Se conmemoraban las Bodas de Oro del festival unionense y el
encuentro con este medio de comunicación fue en Cartagena:
Sí, se cumplen gracias al trabajo de todos los gestores, su esfuerzo y entrega para
sacar adelante este certamen. Es medio siglo y mientras paseo por esta calle Mayor de
Cartagena, que frecuentaba cuando tenía 20 años, recuerdo mis inicios de la mano de Pepe
Marchena. Veníamos para actuar una o dos noches, pero pasábamos al menos una semana
en la ciudad. Aunque un poco cambiada, conserva los mismos sabores” (7/8/2010).
Y es que pasaron unos cuantos días empapándose de las esencias del lugar,
aprovechando uno de los días previos al concurso para ofrecer una gala en honor a
Piñana, celebrada en el Gran Hotel de la ciudad con asistencia de las fuerzas vivas
cartageneras de Levante, momento donde cantaron unos y otros, sorprendiendo
sobremanera el joven granadino con sus tarantas. El colofón lo puso Pepe Marchena
que, además, natural, habló y cantó dejando una lección para todos los presentes.
El maestro, por otra parte, había quedado encandilado con la taranta del Granaíno
–Enrique el Granaíno– y animándole a tomar la ruta definitiva de la profesionalización,
hasta el punto de que le ofreció incorporarse a su compañía haciendo bolos con él1. La
demoledora impresión causada por el adolescente cantaor en el ánimo flamenco del
curtido genio nos las transmite el amigo Paco Paredes, que
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