Steve López

Steve López, (Robert Downey Jr.) nuestro co-protagonista, en esta película del director Joe Wright, encabeza a un hombre solitario, atormentado por sus demonios internos, donde las sensaciones de indiferencia, permisibilidad de lo laxo, monotonía sostenida, aburrimiento de las premisas erigidas, el caos citadino, la prisa con la que se mueven las ciudades, hoy en día, donde nadie o casi nadie ya, se detiene por alguien, lo hacen un hombre desarticulado dentro de su contexto personal. Sus símbolos casi maquiavélicos, -como los de todos los demás, quienes necesitamos de nuestros propios instrumentos para configurar el entre tramado, unos, abogados del diablo, otros, más benéficos- López los construye a través de su bicicleta y su computador. El primero se presenta como el elemento iniciador de un monólogo interior que se precipita a raíz de una caída que sufre Steve, al darse un golpe en la cabeza, por lo que termina en una atestada sala de emergencias en los Ángeles, poniendo de manifiesto las fallas del sistema americano en la salud. El segundo elemento, es su computadora, con la que nos sumerge en la historia que se precipita en la cinta.En estas primeras escenas, es de hacerse notar que Steve recorre dicho tramo de la ciudad, en su bicicleta, en sentido contrario al de los otros ciclistas. Posiblemente, el director o los escritores hayan hecho uso de este recurso, como un indicativo patente de aquellos que intentan forjar el camino desde una perspectiva diferente al común o a lo ordinario. Las crónicas que López arma y que más tarde se convertirán en un libro, surgen al toparse un día, después de su accidente en bicicleta, con un desamparado, sin hogar, a quien encuentra tocando un violín con tan sólo dos cuerdas, de manera inspiradora y con cierta calidad e impecabilidad en esas calles de Los Ángeles. Aquí nos encontramos con nuestro protagonista central, Nathaniel Ayers (Jamie Foxx), un esquizofrénico, atormentado en otro nivel, por sus demonios casi palpables. Miles de voces lo hacen alienarse de sus sueños, el plato fuerte de la desarticulación en el personaje de Ayers, pues forman parte de lo ajeno, de lo inconciliable, para convertirse en algo con lo que se tiene que convivir, un algo que lo lleva a procesar información constantemente, pero sin entender sus mensajes. Nathaniel funciona pues como un traductor simultáneo y a eso se tiene que ceñir. Es interesante destacar que aún con la enfermedad que Nathaniel presenta, el personaje es capaz de fraguarse una identidad, pues logra generarse un sistema de contacto entre el mundo y su mente, que de alguna forma lo define. Esto podemos observarlo en escenas donde el despliegue de la ciudad, la música y el vuelo de las palomas abren un movimiento uniforme, al unísono con un estado atemporal en el personaje, y donde las voces son aniquiladas para dar paso al sonido de lo existente, convergiendo en un punto de adopción con la realidad, casi sin ira, ni dolor.

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