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Travesuras De La Niña Mala


Enviado por   •  24 de Mayo de 2013  •  5.115 Palabras (21 Páginas)  •  383 Visitas

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Carta de batalla por una niña mala

A propósito de la novela: Travesuras de la niña mala, del escritor peruano Mario Vargas Llosa. Alfaguara, 2006.

por John J. Junieles

Las cartas de amor, si hay amor, deben ser ridículas.

Fernando Pessoa

Todos somos huérfanos del pasado. Aprendemos a vivir a la sombra de la memoria, mientras deambulamos por este difuso y ajeno presente, que en realidad es un estado de exilio. Pero algunos no se resignan, y procuran dejar testimonio de su travesía por más corriente que haya sido su existencia, más aún si mediante esos anales también salvamos del olvido las cosas que amamos.

El lector de Travesuras de la niña mala se pregunta en dónde termina el libro de cuentos y empieza la novela. Quizá en términos formales, lo más logrado de esta novela de Mario Vargas Llosa, está en aprovechar lo mejor de los dos géneros, y hacer una solución de líquidos narrativos con apariencia inseparable, que nos hace sentir frente a un universo autosuficiente de 375 páginas.

En la elección del material, y en los criterios organizadores de ese magma creativo de Travesuras de la niña mala, Mario Vargas Llosa parece adoptar los principios fenomenológicos de Husserl, para quien el conocimiento de los fenómenos es absolutamente cierto porque es intuitivo. En ese sentido nada externo a la realidad novelada la afecta. Al momento de ser abordado por la crítica, "el texto queda reducido a ejemplificación o encarnación de la conciencia del autor. Todos sus aspectos estilísticos y semánticos son aprehendidos como partes orgánicas de un total complejo, cuya esencia unificante es la mente del autor."[1]

El ser humano siempre ha estado en crisis, y gracias a la búsqueda de salidas para ella se ha desarrollado social y científicamente. Pero nunca como en nuestro tiempo experimentamos el vértigo de caer cuando aún estamos a orillas del abismo. Con esta novela el escritor peruano oficia como un Ovidio desacralizador del amor, explorador de las formas del amor contemporáneo, emociones asentadas en códigos y tráficos vitales colectivos aceptados, que gozan de una intensidad diferente a los referentes tradicionales: inmediatez y simultaneidad afectiva, ausencia de compromisos derivados del vacío y el temor a la muerte. El amor en los tiempos del hedonismo radical, esa doctrina que proclama como fin supremo de la vida la consecución del placer.

Cuánto le hubiera gustado al escritor Juan Carlos Onetti, leer estos cuarenta años de amor itinerante entre Ricardo Somocurcio y la niña mala. Ricardo y su feliz vía crucis de gozosos y dolorosos, en su obsesión por poseer a esta inasible mujer que cambia de identidad tan fácilmente como de gafas. Onetti, en desarrollo de la lectura, habría recordado aquella filosa línea rilkeana, que resultaba tan fiel a su noción del mundo: "Lo bello es apenas el comienzo de lo terrible."

Nuestro narrador hila los ajetreados caminos de su memoria mediante siete capítulos, cada uno de los cuales corresponde a una ciudad diferente que prevalece, y también a una forma particular de sociedad, de vivir y percibir el convulso mundo del siglo XX:

Capítulo 1: Las chilenitas. Es posible imaginar a Mario Vargas Llosa releyendo a Los jefes, Los cachorros y La ciudad y los perros, sus libros sobre los días azules de su juventud limeña, para ambientarse temáticamente buscando recobrar un tono, los matices de una voz vinculada al alma de esa época, y de esa manera poder escribir este primer capítulo en que recorremos de nuevo a la festiva Lima, del verano de 1950; de manera especial el barrio Miraflores, cuando descubrimos a la niña mala:

"Ocurrieron cosas extraordinarias en aquel verano de 1950. Cojinoba Lañas le cayó por primera vez a una chica -la pelirroja Seminauel-y ésta, ante la sorpresa de todo Miraflores, le dijo que sí. Cojinoba se olvidó de su cojera y andaba desde entonces por las calles sacando pecho como un Charles Atlas." [2]

En este primer capítulo, asistimos a la idealización de un mundo, a la fundación de los mitos íntimos y los horizontes vitales de Ricardo Somocurcio, así como de su generación.

"Desde que tenía uso de razón soñaba con vivir en París. Probablemente fue culpa de mi papá, de esos libros de Paul Féval, Julio Verne, Alejandro Dumas y tantos otros que me hizo leer antes de matarse en el accidente que me dejó huérfano". (P.15)

"…Se rió de buena gana cuando me preguntó por mis "planes a largo plazo" y le respondí: "morirme de viejo en París". (P. 41)

Este ámbito inaugural del primer capítulo configura un personaje que vive en presente, como los animales, en ese estado inocente, edénico, propio de la infancia y de una adolescencia en la que aún el peso de la existencia no se hace sentir del todo: Valses, polcas, mambos y huarachas. Esa dimensión del tiempo que en la memoria de quienes la vivieron seguirá estando "más allá del mundo y de la vida" (P. 10), un estado mental gregario de, casi, absoluta confianza en el mundo. El narrador-protagonista revive su entrega panteísta:

"Aquel fue un verano fabuloso. Vino Pérez Prado con su orquesta de doce profesores a animar los bailes de carnavales del Club Terrazas de Miraflores y del Lawn Tenis de Lima, se organizó un campeonato nacional de mambo en la Plaza de Acho que fue un gran éxito pese a la amenaza del cardenal Juan Gualberto Guevara, arzobispo de Lima, de excomulgar a todas las parejas participantes." (P. 9)

Un estado de entusiasmo (arrobamiento) generacional que surge porque quienes lo viven aún no son sujetos de la Historia social de su comunidad. Sólo son protagonistas de su historia personal. Aún están al margen de esa Historia que, tarde o temprano, les impondrá pragmatismos, roles y obligaciones, originados en esas estructuras sociales que, en muchas de sus novelas, han sido objeto de representación, crítica y denuncia por parte de Vargas Llosa. Tal vez el autor, consciente de ese idilio mental que se vive con el mundo a esa edad, no introduce (como sí lo hace en el resto de la novela) las referencias a las transformaciones sociales y políticas de su país y del mundo.

El tono memorioso de primera persona, su razón de ser, será comprendido cabalmente cuando lleguemos a la última página de la novela, cuando las palabras de la niña mala crearán un efecto de eterno retorno, que dará sentido al carácter autobiográfico de la novela. Ese parlamento final de la niña mala, aportará a la novela un efecto de verosimilitud interna, dando piso a la forma

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