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Tu Puta Madre


Enviado por   •  28 de Abril de 2015  •  2.934 Palabras (12 Páginas)  •  191 Visitas

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Esta es la historia de un chico que un día se despierta escuchando numerosos alaridos, aunque sigue en cama y posteriormente un nauseabundo olor a carne quemada entra por su ventana, tras lo cual oye disparos, gritos que parecen sobrenaturales y están cerca, y finalmente un choque y una explosión, que lo impulsa a levantarse, asomarse a la ventana y ver que el Infierno ha llegado a la Tierra…

Yo creía que otra vez todo venía de mis pesadillas; y que, si bien me estaba despertando, aquellos terribles alaridos eran alucinaciones auditivas, pues aún padecía de cierta somnolencia propia de ese pesado estado de tránsito entre el sueño y la vigilia. No obstante, pasó un rato y los gritos persistían con una fuerza preocupante, como si no estuviesen en mi mente y proviniesen del exterior de las paredes de este doceavo piso en que tengo mi pieza.

Eran gritos de muchas personas y en distintos tonos: mujeres, hombres, adolescentes y ancianos. Alaridos que no solo reflejaban pánico extremo o desesperación, sino que en algunos casos expresaban palabras o frases, aunque yo no podía entender (ni me interesaba mucho) bien qué demonios decían, quizá por mi somnolencia.

Y pues, vivo en el centro de la ciudad, en el doceavo piso de un edificio alto, viejo y aburrido, donde a menudo, a pesar de estar bastante arriba de todo el ruido, me despiertan ciertos imbéciles que se ponen a pitar o a insultar sabiendo que el tráfico está congestionado y no ganarán nada portándose como animales. Eso es lo común, porque algunas veces ocurren accidentes de tráfico y los morbosos se aglomeran a ver si encuentran un poco de gore en vivo, o bien una ambulancia emite su desesperante sonido al no poder abrirse paso en la marea de coches, o incluso, aunque estas ocasiones son contadas, se incendia alguna casa o edificio en los alrededores… Vaya, y pensar en lo que me dijo la dueña del edificio cuando firmé el contrato de alquiler hace siete meses: “Es el centro, todo está muy cerca y en este piso hay una vista maravillosa de la ciudad, además de que aquí no llega el bullicio”… Sí, claro, “no llega el bullicio”… ¿Y los gritos que estoy escuchando, vieja estafadora, me vas a decir que me fumé un porro y por eso los oigo?

Algo así habría querido decirle a la dueña del piso si la tuviera aquí, porque todo el infernal coro (uso la palabra irónicamente) me seguía perturbando, aunque me llamaba la atención algo en la manera de gritar de esa gente: una cosa extraña, que no conseguía entender bien qué era ni por qué no entendía bien qué era… Me parecía que tenían más profundidad que los gritos comunes, que la textura del sonido era un poco diferente, que las emociones que reflejaban tenían algo que se salía de lo normal. ¿Era eso, o acaso me estaba sugestionando y simplemente se trataba de una huelga u otro tipo de manifestación? Si era una huelga: ¿qué les estaban haciendo para que griten así?; si no era una huelga ni una manifestación: ¿era un accidente de tráfico múltiple o algún horrible atentado terrorista cuyos heridos no dejaban de gritar?

Si era algo importante como parecía, seguramente lo vería pronto en los noticieros de mediodía; pero eso sí: no me iba a levantar de la cama, no con la pesadez y la somnolencia que tenía, aunque hacía un irritante calor que parecía de mediodía, cosa inusual en febrero…

Quise intentar dormir un poco más pero fue en vano: la estrepitosa polifonía continuaba jodiéndome los tímpanos y la tranquilidad. Estando así, lo mejor que pude hacer fue afinar mi oído a ver si conseguía distinguir palabras que me revelaran la razón de tanto escándalo y caos. Al hacerlo, no distinguí nada pero sí que me terminé de amargar al percibir que un olor perturbador entraba por mi ventana. Quizá el olor ya estaba antes y la somnolencia, que ahora era mucho menor, no me había dejado percatarme de su presencia, o de su maldita presencia, para ser exacto, pues era el desagradable aroma de algo quemándose, que no era madera ni papel ni plástico ni nada que conociera. Ese olor no solo entraba por mis fosas nasales (que se habrían suicidado si tuvieran voluntad), sino que se filtraba por todos los poros de mi cuerpo, impregnándome con su asquerosidad…

“¡Me cago en su puta madre!”, grité yo, ya fuera de mí, golpeando con todas mis fuerzas la pared que estaba junto a un lado de mi cama, tan duro que después tuve que insultarme porque casi me dejo sangrando los nudillos de mi mano derecha… ¿Cómo podía ser? Primero el ruido y ahora ese olor desquiciante, que se acabaría pegando en toda mi pieza si no me levantaba a cerrar la ventana, y sin embargo no, yo seguía allí acostado cual un Snorlax (el pokemon que es un gato obeso) pasado de copas…

“Esto no puede ser peor”, pensé yo ingenuamente, pues justo en ese instante escuché disparos… ¡disparos de armas de fuego! Oh Dios, oh Dios, ¿acaso estaban filmando una película de acción o terror en los alrededores? No aguantaba más, no quería levantarme, e intentaba calmarme aferrándome a la absurda idea de la película, cuando de pronto el corazón se me subió a la garganta y los escalofríos me sacudieron por completo, haciendo añicos la ya reducida somnolencia que me quedaba…

No, no, no y no: no, señores, ustedes jamás escucharán algo así, al menos no mientras vivan, y espero que tampoco después… Eran gritos inhumanos, gritos que por su intensidad y claridad era evidente que no venían de la calle, sino de fuentes localizadas a unos pocos metros de mi ventana, que por fortuna no me mostró nada porque tal vez, así como estaba en esos momentos, tranquilamente podía haber muerto de un paro cardíaco. Yo solo les diré algo: busquen horas, días enteros si lo desean, busquen las voces guturales más infernales que puedan encontrar en el black metal o algún otro género salvaje como el aggrotech, y ni con eso conseguirán algo que sea la mitad (no se diga más) de aterrador de eso que escuché.

Con el brazo temblando me persigné, yo que jamás voy a misa y tengo posters de grupos musicales con estética algo satánica. Tenía gotas de frío sudor en la frente, mis palpitaciones eran tan rápidas como las de un atleta en pleno maratón, y mi respiración era más agitada que nunca. Yo quería calmarme pero en ese estado mi mente no producía pensamiento alguno, hasta que escuché el choque de dos vehículos y seguidamente una explosión, tan fuerte como si hubiese reventado uno de esos camiones que transportan gas. No sé cómo es que el vidrio de mi ventana no se rompió y mis tímpanos sobrevivieron, pero al menos la explosión me calmó un poco con respecto a los gritos que había escuchado cerca de mi ventana. En todo caso, en ese instante, como guiado por mis reflejos, salté de mi cama y corrí a la ventana a ver qué pasaba.

No

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