Una Noche De Bohemia, Al Titiritero Se Le Cayó Un Par De Tijeras Mientras Soñaba Con Su Amada
Enviado por davidherrera1987 • 8 de Julio de 2015 • 1.221 Palabras (5 Páginas) • 246 Visitas
Cada noche de presentación las escondía en la planta de sus zapatitos de muñeca. En las madrugadas, cuando su titiritero roncaba como un animal salvaje, ella miraba sus tijeras, cómo brillaba, cómo reflejaban las luces del alumbrado público de la avenida, su cuerpo metálico, su figura alargada, su bifurcación a cada extremo, la comodidad que ofrecía cuando sus dedos resbalaban por entre sus agujeros. El Amo, como ella lo llamaba, las buscaba por todos lados, desordenaba cajones de ropa, ordenaba roperos viejos, revolvía todo que se cruzara entre él y su búsqueda, gritaba, gesticulaba y sus gritos caían como gotas de lluvia sobre su cabecita de madera emitiendo un sonido semejante al de un impaciente reloj.
Un hermoso vestido de ala ancha, color azul cielo con rayitas blancas a la altura de los hombros, mangas largas y adornado con encajes dorados que permitía ver unas piernecitas delgadas pero fuertes y resistentes (cuatro presentaciones cada tarde y noche), maquillaje ligero, rubor en los cachetitos de madera, rojo sangre y una bella sonrisa en los labios, el cabello recogido en dos cachos bajos, amarrados con ligas de color blanco, azul, rojo, verde, tomate, negro, celeste, púrpura, rosado según su ánimo. Los zapatitos de muñeca tenían un lindo lasito a la altura de la punta que tenían que ser re-amarrados cada vez que se despertaba al amanecer para los repasos matutinos. Dos guantes de encaje blanco cubrían sus falanges sujetadas con alambre de acero; su sombrero hecho totalmente de paja, de ala mediana, adornado con una cinta azul marino, ligeramente postrado sobre su oreja derecha ofrecían un verdadero espectáculo.
Bailaba como una vedet, caminaba como una doncella europea del siglo XV, imitaba a la primera dama, se sentaba en su sillita de madera (cada vez que lo hacía se sentía muy cerca de su hogar) fumaba un cigarro largo y maloliente, bebía un sorbo de escocés y dialogaba con su público: un grupo de señores y señoras vestidos de fiesta; montaba teatros con el resto de marionetas y lo que no podía faltar: invitaba a un espectador para jugarle algún tipo de broma, las risas no se hacían esperar, su libertad, si.
Una tarde, el Amo, llegó a mi taller con un pedazo de madera, la más linda y rara que he visto en toda mi vida de carpintero. –Necesito una marioneta– dijo –una hermosa marioneta, estoy perdiendo público- y soltó furioso el tronco sobre mi mesa de trabajo, mis herramientas volaron por el aire y cayeron en cámara lenta para darme tiempo de admirar tan bella madera, al fin tocaron el suelo, su estruendo me despertó de mi alucinación e hicieron que mi cliente desapareciera. Trabajé por alrededor de dos meses tratando de plasmar mi admiración por la madera; al sacudir el último remanente de aserrín me fijé que su sonrisa era perfecta, sus manos eran del porte preciso, era lo que tantas noches soñé. Llamé a mi cliente para avisarle que su muñeca estaba lista, estaba hermosa como él lo pidió.
Llegó con las primeras gotas de lluvia de la tarde, con un largo abrigo que le llegaba hasta los tobillos, por primera vez me fijé en su mano derecha, o más bien, en la ausencia de ella. Me susurró unas palabras casi incomprensibles al oído, luego de esto largas y sonoras risas de los dos. Mi primera reacción fue el infinito espanto que sólo una muñeca de madera riéndose puede causar. Me tranquilicé casi en seguida porque fue esto lo que tanto había deseado, que tenga la vida que se merece tener tan bella criatura. La tomó de su pequeña cintura
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