Uncolorido Horno Gris
Enviado por 091261 • 23 de Febrero de 2015 • 4.596 Palabras (19 Páginas) • 259 Visitas
Un colorido horno gris,
Remontando recuerdos, navegando los mágicos tonos de luz en mis sueños bajo la lluvia, buscando ver el cielo tras las verdes hojas entremezcladas y destellantes rayos que cruzan el arco iris, las filtradas gotas mojaban mi cara y con las manos apartaba el frio rocío esa mañana. Dentro de largos y cortos pasos me conducía como en un laberinto entre árboles y grandes ramas, a prisa, salpicando y cruzando los charcos de agua, esquivando las espinas del cují, asomándose del verdor se veían ya las piedras del aquel camino de entrada de la antigua panadería un poco oscura, abandonada, detenida o estática en el tiempo, el polvo, las telarañas, todo inmóvil y frente a mí el imponente horno, el gran cubo de adobes deteriorado, aquel que un día fuera de rojos encendidos y vivos colores, allí estaba, gris y opaco con grandes huellas de las negras llamaradas, en el centro del mismo la obsoleta puerta de hierro entre abierta desprendida, colgaba, aquella que fue el sustento y de tantas bocas que fueron alimentadas.
Subí la mirada, el alto techo de largas y anchas planchas de zinc apoyados sobre grandes troncos apolillados que formaban la base de la armazón de columnas rodeadas de los vetustos bloques que fueron y son testigos de ese largo salón donde el pan de todos los días se fabricaba.
Abriendo la oxidada puerta del horno se observaba aquella oscuridad que allí se escondía llena de misterios me hizo recordar, lo opuesto, cuándo con fuerte luz y grandes llamaradas del soplete que funcionaba a base de querosene alimentaba de calor a los adobes los cuales al rojo vivo indicaban que estaban listos para dar su vapor a las bandejas llenas del alimento que el panadero, Fernando Rondón, diariamente elaboraba.
Al voltear nuevamente, allí estaba el hombre no tan alto de espalda encorvada, delgado, cabello escaso con grandes entradas vestido en camiseta, pantalón marrón, y alpargatas, agregando levadura a la harina extendida en la gran batea de madera que cual cajón abarcaba el largo del salón, con una lata de agua rociaba y a mano limpia y a puro pulmón con los brazos extendidos dándole forma a la masa, en ese calor reinante, por esfuerzo, sudaba, con un pañuelo en el cuello su transpiración secaba, después de un largo tiempo en su afán el pandeo ya estaba, con una larga lona húmeda la cubría para que el tamaño aumentara.
Al otro extremo, en un rincón, Ernesto Mendoza, un poco más alto, de contextura gruesa, de cabellera de blancas hebras, de camisa blanca manga larga enrollada, pantalón gris y también de alpargatas, su ayudante, otro maestro del pan con un gran rodillo expandía otro tipo de masa dulce, y con un molde de metal de forma cuadrada y estriada en zig zag, golpeaba suavemente la delgada capa, formando las famosas galletas de piquito muy conocidas del lugar, con manteca y un pedazo de papel con gran rapidez las bandejas de latón engrasaba, las moldeadas galletas colocaba, era realmente de artesanos esa digna labor que colocaba con tanta precisión en serie en el gran mesón ,de bandejas se colmaba, en otra esquina los grandes bultos de harina que hasta el techo casi llegaban, el olor a calor de horno, de levadura con agua, de trigo fresco saturaba el lugar y el niño mirando todo, detallando anonadado, al pasar de las horas el señor Fernando, la lona retiraba y como arte de magia la gran bola de masa el tamaño duplicaba. Con cuchillo la rebanaba en trozos casi iguales, colocándola sobre la mesa, que después, alargándola con sus manos en rápidos movimientos, luego , cortaba nuevamente en pequeños trozos los cuales sobaba y a la vez en las bandeja ubicaba, de uno a uno todos los bollos, como los llamaba, ordenados en el contenedor, con una hojilla pequeña y gran pulso los cortaba, se abrían como flores, el formato de pan ya listo quedaba, se cubrían nuevamente para que el tamaño brotara y después de un una hora, solo faltaba, meter los largos latones con grandes paletas planas de madera cual cucharas, cerrar la pesada puerta y esperar el olor que era el que avisaba, después de un rato, se abría la boca del monumento de horno, todas las bandejas bien calientes con mucha practica con las paletas extraían y con rapidez volteaban colocando los ricos panes de trigo en una gran sesta que cubrían con tela blanca y luego al frente de la panadería la bicicleta de reparto aguardaba, salía Fernando, cruzando el patio de tierra, rodeado del gran jardín boscoso de su prima la señora Paula María Montes, la abuela, la que verdaderamente le daba vida a la gran casa con sus flores y arboles de todo tipo, animales como: gallos, gallinas, patos, pavos y turpiales que con su sonoro trinar alegraban todas las mañanas.
Por el mismo portón del fondo mientras salía Fernando con su canasta repleta de pan caliente entraba caminando un hombre bajo de estatura, delgado, de tés morena, un poco acabado de mal vivir, menesteroso, era un hombre alcoholizado, cargando sobre sus hombros un gran saco lleno de botellas vacías, era Jesús María, el hermano menor de Fernando, quien vivía en un pequeño cuarto hecho de latones tipo rancho situado entre la panadería y la casa, el cual no se veía porque estaba rodeado de grandes árboles y otras plantas, a todos los niños atemorizaba por su facha y carácter, llego frente a su rancho donde los sacos llenos de botellas colocaba, cerca de una gastada batea de cemento que usaba para lavar sus frascos, allí los acumulaba, otro día las seleccionaba y a venderlas salía con toda paciencia acompañado de una carterita de caña clara en su bolsillo, vivía como indigente, comía cualquier cosa, con su larga barba y su sombrero viejo, asustaba.
Detrás de la panadería estaba un vasto gallinero, donde la abuela Pula María criaba sus animales, tenían guacales usados como apartamentos, donde se oía el cacarear vespertino de cada día, las habían de todos los colores, blancas, negras, marrones, grifas, jabadas y pírocas muchas rodeadas de pollitos, todo estaba cercado de tela metálica y techado de laminas de zinc, frente al mismo un majestuoso samán que con sus imponentes ramas daba sombra a gran parte de patio, debajo de una de sus ramas colgaba una soga que sujetaba un consumido pero fuerte caucho de motocicleta que serviría de columpio para niños, cuando te mecías en él, elevando la mirada sorprendiéndote al contemplar las enormes ramas retorcidas y sombrías que abarcaban el cielo, retoñadas de verdes y menudas hojas que parecían enjambres sobre ti, al va y ben de la brisa y balanceo del repetido impulso que volvía al punto de partida, generado de tan querida mecedora, en ocasiones se pasaba el tiempo tan pronto que el disfrutar y apreciar el voluminoso samán entre las ráfagas de aire comenzaba a oscurecer y se percibía como comenzaban a salir del tronco hueco superior
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