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Unidad Educativa Franciscana “San Andrés” Ensayo


Enviado por   •  7 de Enero de 2018  •  Ensayo  •  1.533 Palabras (7 Páginas)  •  165 Visitas

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Unidad Educativa Franciscana “San Andrés”

Ensayo

Los dos libros de lectura, los cuales hemos leído son muy importantes para mejorar nuestro vocabulario y para empezar a ser más analíticos en nuestra lectura comprensiva, la cual solo se puede aprender leyendo cada vez más libros y que cada uno de estos superen la dificultad   del anterior que ya hemos terminado, así podemos lograr nuestro objetivo, obteniendo un pensamiento más crítico el cual nos ayudara a mejorar la calidad de nuestros trabajos.

La relación entre estos dos libros de lectura es que se basan en historias muy atractivas para nosotros que al transcurso de este nos atrae más y más siendo así una actividad muy interesante y un trabajo con mucho progreso de aprendizaje.

Los dos libros mantienen tanto personajes principales y secundarios con un pensamiento y una manera de actuar, muy definida, a pesar de que esto haga a los personajes muy predecibles, los cambios de historia en la mayoría de estos cuentos hacen de estas lecturas una manera fresca de aprender y de         quedarnos con la intriga del desenlace hasta el final de todos estos textos.

Los dos textos mantienen ideas con personajes jóvenes y mantienen una relación con problemas de la juventud con la cual muchos de nosotros nos podemos sentir identificados de alguna manera, los desenlaces guardan secretos y en muchas ocasiones estos son trágicos como la muerte de los personajes principales o alguno de ellos, y la resolución de problemas que en igual de ocasiones son muy absurdas pero posiblemente funcionen pero para el caso no es ni la mejor idea, ni la más correcta

La idea de alas rotas es   de un amor doloroso que ni la muerte pudo curar. Gibrán se encontraba en Beirut-Líbano. Todo es más hermoso en Líbano, especialmente la primavera y todo su follaje. Un día fue a visitar a un amigo, quien le presentó a Farris Efendi. Farris Efendi saludó con Gibrán y lo reconoció, era el hijo de un viejo amigo suyo; y le dijo que lo fuera a visitar para recordar su juventud con el padre de Gibrán. Farris Efendi era un hombre rico y amable, combinación extraña que hace sufrir a la persona durante toda su vida. Entró una joven en la sala y Farris la presentó como su hija, Selma. Gibrán se sintió en las nubes, en el cielo transportado por la misma Selma. Farris les dijo que se tendrían que tratar como hermanos. Farris hablaba sobre las anécdotas que había vivido con su amigo en su juventud. Gibrán seguía visitando a Farris y de paso contemplando a Selma en el jardín. Un día Farris invitó a Gibrán a cenar Gibrán se quedó con Selma y ambos fueron a sentarse en el jardín, junto al jazmín, y allí se confesaron su amor entre diálogos y el silencio. Ambos estaban felices al saber que el sentimiento era mutuo. Llegó Farris con lágrimas en los ojos y le dijo a Selma que muy pronto será entregada a un hombre, al sobrino del obispo  Selma entró con su padre llorando y pidiéndole explicaciones a la casa. Gibrán se quedó un momento meditando en el jardín y luego entró para despedirse. El casamiento de Selma con Mansour Bey Galib era por el simple interés de adueñarse de la fortuna de Farris. Pasó una semana y Gibrán fue a visitar a Selma y a Farris. Selma estaba sola porque Farris había ido con el obispo para fijar la fecha de la boda. Al final el sobrino del obispo le da prácticamente igual Selma ya que no le importaba, en cambio  Gibrán le seguía importando y a pesar de todo jamás se dejaron de ver en un momento de esos los 2 quedaron en verse y Selma llegó y se notaba un cambio en ella, a lo que Gibrán le preguntó que pasaba. Selma dijo que sería su último encuentro porque temía que el obispo los hubiera descubierto. Selma hacía esto porque tenía miedo de que el obispo castigara a Gibrán de alguna manera. Se dieron un dulce beso y ella se fue. Gibrán se dio cuenta de lo que pasó cuando ya había caído la noche. Ya habían  transcurrido 5 años de matrimonio entre Selma y el sobrino del obispo, pero no habían tenido hijos. Selma quería un hijo para que le sirva de consuelo. Selma le rogaba a Dios que le diera un hijo hasta que al fin se lo concedió. Selma se alegró y salió por un momento de la cueva del sufrimiento cuando se enteró de que estaba embarazada. Selma contaba los días que faltaban para que su hijo llegara a llenar de alegría su vida. Despuntaba el alba cuando Selma dio a luz a un varón. Selma tomó al niño en brazos y estaba feliz. El niño abrió los ojos y miró a su madre, pero el médico le quitó el bebé y le dijo que el bebé había fallecido mientras los vecinos festejaban con el padre y bebían vino a la salud del heredero. Selma se desesperó y le rogó al médico que le dejara darle un beso a su hijo. El médico accedió y le dio al bebé. Selma lo abrazó, lo miró y le dijo: “Hijo mío, has venido por mí; has venido a mostrarme el camino que conduce a la playa. Aquí estoy, hijo mío, pronta para partir; llévame, salgamos de esta oscura nueva.” Salió el médico llorando a comunicar lo sucedido a los que festejaban. En el funeral, el marido de Selma no pronunció palabra de dolor ni derramó lágrima de compasión. Gibrán acompañó todo el funeral y cuando todos ya se habían ido, él habló con el sepulturero. Le preguntó que si se acordaba del lugar donde había enterrado a Farris Efendi, a lo que el sepulturero le dijo que debajo de Selma se hallaba el ataúd de Farris. Gibrán le dijo: “En esta fosa también ha enterrado usted mi corazón”. Gibrán cayó sobre la tumba de Selma y lloró, lloró.

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