Welden.
Enviado por morgan159 • 1 de Septiembre de 2013 • Informe • 1.795 Palabras (8 Páginas) • 240 Visitas
Estaba dotado de un sentido riguroso de la probidad. Era muy
exigente consigo mismo en lo tocante a su propia independencia de
criterio, y consideraba que todos los demás seres humanos debían
cumplir en igual medida con esa obligación. No tuvo una profesión
fija, aunque practicó varias; se rehusaba a renunciar a su gran
ambición de conocimiento y de acción a cambio de un oficio estrecho
o limitado; su vocación era mucho más amplia: pretendía ejercer el
arte de saber vivir. “Fui a los bosques porque quería vivir
deliberadamente —escribe—, enfrentar sólo los hechos esenciales de
la vida, y ver si no podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea
que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido.”
No se casó, vivió solo, nunca fue a la iglesia, no votó, se negó a
pagarle al Estado un tributo que a su juicio era injusto, por más que le
costara la cárcel. Aunque era un naturalista, jamás recurrió a las armas
ni a las trampas del cazador.
La buena ropa, los modales gentiles, la decoración de la casa, las
charlas intelectuales y galantes de los salones, no le incumbían; creía
que todas esas sofisticaciones eran obstáculos para una buena, humana
conversación; le gustaba hablar con los indios, que en materia de
Naturaleza eran los únicos que podían tratar con él de igual a igual.
Tenía una aversión rayana con el desdén por los gustos, maneras y
aficiones europeos, y en especial por los ingleses. Era auténticamente
un habitante del Nuevo Mundo, al que creía superior. Por eso dijo
Ralph Waldo Emerson: “No existió ningún norteamericano más
auténtico que Thoreau”.
Los hombres se imitaban unos a otros, estaban hechos sobre la
base de un molde minúsculo. ¿Por qué no podía cada uno apartarse lo
suficiente de la sociedad hasta ser un individuo realmente autónomo?
“Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que
3Henry David Thoreau
eso se deba a que escucha un tambor diferente. Que camine al ritmo de
la música que oye, aunque sea lenta y remota.” Pero no trató de vivir
fuera del mundo, sino de toda atadura inconveniente del mundo.
Quizás haya sido ese hombre raro y envidiable que ha logrado ser
completa y absolutamente él mismo.
Prefería ser rico por frugalidad, por escasez de apetencias: “La
riqueza de un hombre se mide por la cantidad de cosas de las que
puede privarse”. Y quiso abastecerse a sí mismo. En sus viajes, sólo
iba por la carretera principal para sortear un territorio que no le
interesaba recorrer en esos momentos; evitaba escrupulosamente las
tabernas y prefería caminar decenas de kilómetros a subirse a algún
carruaje; le gustaba alojarse en las casas de los granjeros y los
pescadores, que eran más baratas y rústicas pero también más afines a
él, pues allí encontraba los hombres con quienes simpatizaba y los
datos que él buscaba sobre el entorno natural.
Quería ahorrar “tiempo”: tiempo para leer, tiempo para los
lenguajes no escritos (los ruidos del campo y del bosque), tiempo para
caminar solo, tiempo para la amistosa conversación, tiempo para
conocer el cosmos. “Jamás ningún hombre ha valorado tanto el ocio
como Thoreau”, afirma el crítico Oscar Cargill.
Lo impacientaban las limitaciones de nuestro trillado
pensamiento consuetudinario y tenía un instinto polémico y
beligerante. De un vistazo comprendía la esencia de cualquier asunto
que se tratase y veía las deficiencias e indigencias intelectuales de sus
interlocutores; nada parecía ocultarse a su mirada penetrante. Esta
condición de su carácter lo volvía poco sociable y lo privó de tener
muchos amigos; pero quienes aceptaban sus intransigentes desplantes
tenían en él al compañero más puro, el amigo más honesto, ajeno a
toda hipocresía. Era la sinceridad misma. La convicción con que los
profetas defendían las normas éticas se habría robustecido al ver a un
ejemplar humano de vida tan santa. Ermitaño y estoico, estaba empero
hambriento de cordialidad humana y se entregaba apasionado a
entretener a los jóvenes con interminables anécdotas sobre sus viajes
por tierras y ríos poco explorados.
Fue, en forma innata, el vocero y el actor de la verdad en todos
los terrenos, sin que le importara, cuando correspondía declararla, la
oposición de los demás. Tampoco le importaba hacer el ridículo, como
de hecho ocurría con los que lo enfrentaban en cuestiones en las que él
4Introducción
tenía un parecer discrepante, que a la larga demostraba ser el correcto.
“En cada página de Walden —dice su biógrafo Henry Seidel Canby—
se percibe la presencia inconfundible de una personalidad, de un
hombre semejante a una roca por la solidez granítica de sus principios,
a un roble por su reciedumbre inconmovible, a una flor silvestre por su
sensibilidad y a un halcón por los vuelos de su imaginación.”
Quienes lo conocieron admiraron la maravillosa armonía
existente entre su mente y su cuerpo. Sabía encontrar su camino en la
oscuridad nocturna del bosque, guiándose más por los pies que por los
ojos. Sabía calcular con precisión de comerciante, con sólo verlo, el
tamaño de un árbol, el peso de un ternero o el de un cerdo. De una caja
en la que había decenas de lápices podía tomar sin mirar y sin
equivocarse, rápidamente, una docena por vez. Era buen corredor,
nadador, patinador, botero, y probablemente muy pocos de sus
conciudadanos podían caminar más que él, y con más provecho,
durante una jornada a campo traviesa. “Caminar con él era un placer y
un privilegio”, dijo Emerson.
Su poder de observación era tal que parecía insinuar la existencia
de sentidos parapsíquicos. Veía como si a través de un microscopio,
oía como si a través de altoparlantes, y su memoria era el registro
fotográfico de todo lo que había visto y oído. Pero a la vez sabía mejor
que nadie que no es el hecho lo que importa, el dato empírico, sino la
impresión o el efecto que ejerce ese
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