Yuri

LA ÚLTIMA PÁGINA

El autor Alberto Manguel en el apartado “La Última Página” de su libro Una Historia de la Lectura, hace un recuento de los principales lectores que existieron a través de la historia, y con ello se percata que comparte con ellos el amor por la lectura. Dando inicio a este apartado, comenta la manera en que la lectura llegó a formar parte de su pasión.

Según el autor la manera en que aprendió a leer fue asociando las figuras con los simbolos que traian al pie de las imágenes, con el paso del tiempo Manguel observó un cartel al viajar en coche y se dio cuenta que podía descifrar lo que el cartel decía, fue cuando comprendió que sabia leer.

A los 7 años el autor aprendió a escribir, según él pudiese haber vivido sin escribir pero ni sin leer, Alberto aduce que la lectura precede a la escritura. Una sociedad puede existir sin escribir, pero no sin leer. Según el etnólogo Philippe Descola, las sociedades sin escritura tienen un sentido lineal del tiempo, mientras que las sociedades en las que se lee y se escribe el sentido del tiempo es acumulativo; ambas sociedades se mueven dentro de esos tiempos distintos, pero de igual complejidad, leyendo la multitud de signos que el mundo ofrece. Incluso en sociedades que ponen por escrito su historia, la lectura precede a la escritura; el futuro escritor ha de saber reconocer y descifrar el sistema de signos sociales antes de utilizarlos en la página escrita.

Para el autor, la lectura proporcionaba una excusa para aislarse, da sentido al aislamiento que se ha impuesto. El psicólogo James Hillman afirma que quienes han leído cuentos o a quienes les han leído cuentos en la infancia "están en mejores condiciones y tienen un pronóstico más favorable que aquellos pacientes que no disponen de ese caudal... Lo que se recibe a una edad temprana y está relacionado con la vida proporciona ya una perspectiva sobre la vida. Para Hillman, estas primeras lecturas se convierten "en algo vivido y vivido a fondo; un

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a manera, para el alma, de zambullirse en la vida".

Alberto Manguel fue un gran lector, creció leyendo, leía al menos de dos maneras. La primera consistía en seguir, casi jadeante, acontecimientos y personajes sin detenerse en los detalles, con lo que el ritmo cada vez más veloz de la lectura proyectaba a veces el relato más allá de la última página. La segunda manera consistía en una cuidadosa exploración, escudriñando el texto para entender su oscuro significado, encontrando placer en el sonido de las palabras o en las claves que las palabras se resistían a revelar, o en lo que él sospechaba escondido en las profundidades de la historia misma, algo demasiado terrible o demasiado maravilloso para contemplarlo directamente.

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