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Al monseñor Manuel Tovar


Enviado por   •  26 de Mayo de 2013  •  Ensayo  •  660 Palabras (3 Páginas)  •  348 Visitas

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¡AL RINCÓN! ¡QUITA CALZÓN!

RICARDO PALMA

Al monseñor Manuel Tovar

El liberal obispo de Arequipa, Chavez de la Rosa, a quien debe esa ciudad, entre otros beneficios, la fundación de la casa de expósitos, tomó gran empeño en el progreso del seminario, dándole un vasto y bien meditado plan de estudios, que aprobó el rey, prohibiendo sólo que se enseñasen Derecho natural y de gentes.

Rara era la semana, por los años de 1796, en que su señoría ilustrísima no hiciese por lo menos una visita al colegio, cuidando de que los catedráticos cumpliesen con su deber, de la moralidad de los escolares y de los arreglos económicos.

Una mañana encontróse con que el maestro de latinidad no se había presentado en su aula, y por consiguiente los muchachos, en plena holganza, andaban haciendo de las suyas.

El señor obispo se propuso remediar la falta, reemplazando por ese día al profesor titular.

Los alumnos habían descuidado por completo aprender la lección. Nebrija y el Epítome habían sido olvidados.

Empezó el nuevo catedrático por declinar a uno musa, musoe. El muchacho se equivocó en el acusativo del plural, y el señor Chaves le dijo: —¡Al rincón! ¡quita calzón!

Y ya había más de una docena arrinconados, cuando le llegó su turno al más chiquitín y travieso de la clase, uno de esos tipos que llamamos revejidos, porque a los sumos representaba tener ocho años, cuando en realidad doblaba el número.

—Quid est oratio?— le interrogó el obispo.

El niño o conato de hombre alzó los ojos al techo ( acción que involuntariamente practicamos para recordar algo, como si las vigas del techo fueran un tónico para la memoria) y dejó pasar cinco segundos sin responder. El obispo atribuyó el silencio a ignorancia, y lanzó el inapelable fallo: —¡Al rincón! ¡quita calzón!

El chicuelo obedeció, pero rezongando entre dientes algo que hubo de incomodar a su ilustrísima.

—Ven acá, trastuelo, ahora me vas a decir qué es lo que murmuras.

—Yo, nada, señor... nada —y seguía el muchacho gimoteando y pronunciando a la vez palabras entrecortadas.

Tomó a capricho el obispo saber lo que el escolar murmuraba, y tanto le hurgó que, al fin, le dijo el niño: —Lo que hablo entre dientes es que, si su señoría ilustrísima me permitiera, yo también le haría una preguntita, y había de verse moro para contestármela de corrido.

Picole la curiosidad al buen obispo, y, sonriéndose ligeramente, respondió:

—A ver, hijo, pregunta.

—Pues con venia de su señoría, y si no es atrevimiento, yo quisiera que me dijese cuántos Dominus vobiscum tiene la misa.

El señor Chaves, sin darse de la acción, levantó los ojos.

—¡Ah! —murmuró el niño, pero no tan bajo que no le oyese el obispo—. También él mira al techo.

La verdad es que a su

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