Análisis De La Cautiva
Enviado por Javiledz • 24 de Octubre de 2013 • 1.999 Palabras (8 Páginas) • 463 Visitas
“La Cautiva” y el paisaje nacional
La primera parte de “La Cautiva” se denomina El Desierto. Todo el primer capitulo, entonces, tiene
un énfasis topográfico. Pero el desierto no se queda ahí, no aparece como una instancia
introductoria donde se desarrollará una historia, sino que sobrevuela toda la lectura de la obra, y
aparece como un elemento fuerte de creación de sentidos. Para Sarlo-Altamirano “la llanura es
una necesidad estética; se trata del espacio más romántico que propone el Río de la Plata.” Este
espacio, por lo tanto, se vincula íntimamente con el personaje romántico (el personaje literario y
el poeta entendido como un personaje construido). Encontramos al leer la obra toda una
adjetivación de este espacio vacío que corresponde a las características del héroe romántico. El
desierto inconmensurable se extiende “triste, solitario y taciturno”. Los personajes se mueven a
través del “triste aspecto de la grandiosa llanura”. El desierto es “vasto, profundo como el páramo
del mundo misterioso”. La llanura es “lóbrega”, y está “abrumada de tristeza, abandono y
soledad”. “Y la llanura María/”, le dice Brian,” /¿no ves cuan triste y sombría?/ ¿Dónde vamos? A
la muerte.” La llanura pampeana es el mejor lugar donde el héroe romántico puede fundirse y
perderse para siempre. Un espacio externo que porta las mismas características que su propio
espíritu. El héroe romántico, solo en medio de la llanura, es como un cuadrado blanco sobre fondo
blanco.
La llanura aparece como el lugar donde el mal del siglo (ese mal que Echeverría trae en la sangre
desde Europa) se hace presente en todas sus formas. El héroe romántico, entiéndase el poeta
(léase Echeverría), es apasionado y melancólico y el mal que sufre tiene sus propios síntomas que
traducidos se convierten en signos: la perdida de las ilusiones, las fantasías de muerte y de huida
del mundo, la enfermedad física y la ansiedad espiritual. Monteleone encuentra que este espacio
“diferente” condice con la proyección del vacío espiritual, pero es otra la idea que quiero retomar
de Monteleone. Más adelante refiriéndose a esta espacialidad poética encuentra que “remite a
una interioridad visionaria y onírica que proyecta la fantasía en un espacio natural donde lo
verdaderamente importante está en otra parte” (el énfasis es mío). Se habla, entonces, de una
carencia, en cuanto lo que importa está pero en otra parte. Se trata de la “insatisfacción” que
encuentran Sarlo-Altamirano en su trabajo, de la “desposesión” del héroe romántico. Se trata, al
fin de cuentas, de esa carencia que está en el origen de la melancolía moderna; de ese “lo que
falta existe, puesto que nos falta” de Jouffroy. Se trata de un espacio que carece de puntos de
referencia, un lugar en donde no hay de dónde agarrarse. Uno, entonces, se siente perdido porque
lo que puede guiar la mirada no está; no hay signos de fácil lectura que ubiquen al sujeto en el
espacio. Es la llanura entera una carencia. Esa es la única significación posible a semejante
significante, pero no sirve para plantar los pies sobre la tierra; en todo caso el espacio se define
con el poder axiológico de una afirmación: las cosas faltan. “Gira en vano, reconcentra”, nos dice
Echeverría en su poema, “su inmensidad, y no encuentra/ la vista, en su vivo anhelo,/ do fijar su fugaz vuelo,/ como un pájaro en el mar”. Anderman, en cambio, va a buscar en la elección del
paisaje la importancia a la hora de crear un imaginario nacional. La territoriedad nacional, nos va a
decir, es un artefacto producido en el discurso. Tratará de indagar “la construcción en lenguaje de
un espacio nacional”. El desierto como un vacío que se funda, no que se llena. Se trata de un
discurso topográfico que avanza “sobre un desierto despojado de huellas culturales”. “En el primer
instante”, nos dice Anderman, “se busca inscribir una letra portadora de un discurso civilizador y
universalista en un espacio concebido como desértico y vacío”. Y en estas palabras está la
generación del 37, idea que atraviesa los discursos del Salón Literario. Fundar antes de cualquier
tipo de expresión. Hacer lógica la paradoja romántica. Cómo expresar aquello que todavía no ha
sido fundado. Y entonces aparece el discurso como una fuerza fundadora. Lo que se nombra
existe, puesto que se nombra. “La letra circunscribe un espacio y funda un territorio” nos dice
Anderman. “Construir a partir de cero una cultura, romper con la tradición colonial y fundar en el
desierto” nos dirá Sarlo-Altamirano. Es una forma, entonces, de rechazar la posibilidad de un
arraigo genealógico. La revalorización de tierras americanas (con lo que eso implica) por sobre
cualquier tipo de imaginario español. Y aquí está, nuevamente, la generación del 37. Y entonces en
definitiva el desierto es también vacío de escritura, ausencia de textualidad. Decía anteriormente,
siguiendo a Anderman, que “la territorialidad nacional es un artefacto producido en el discurso”,
por lo que la idea de este vacío empieza a complicarse. Ya no es la llanura material de la pampa lo
que evidencia la nacionalidad argentina, sino que son los espacios poéticos de Echeverría forjados
a través del lenguaje. Entramos en una segunda instancia donde “desierto” deja de ser la ausencia
de textualidad para ser el cuerpo de un texto escrito, el de Echeverría. Antes de “La cautiva” la
palabra “desierto” respondía a esa ausencia de la letra, pero luego ya corresponde a la instancia
de una letra fundacional. Es aquí donde la palabra se hace ambigua y se funda de nuevos
significados. Es la “construcción lingüística (del desierto) como originalidad pre-lingüística” de la
que nos habla Anderman.Y siguiendo con la cita doblemente citada de Anderman vemos,
entonces, que el desierto (con la fuerza de una sinécdoque) pasa a representar a todo el territorio
argentino. La llanura pampeana pasa a ser el paisaje por antonomasia de la nación. La imagen de
la Argentina entera será la de un espacio infinito, sin limites, donde “la tribu
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