Casona
Enviado por machceortiz • 4 de Mayo de 2014 • Trabajo • 6.664 Palabras (27 Páginas) • 248 Visitas
CONTAR PARA CONTAR
RESUMEN.
El presente artículo explora la relación entre la estrategia investigativa de las historias de vida, las ciencias humanas y sociales y disciplinas como la historia y la comunicación. Las historias de vida son un espacio en el que afloran hitos o acontecimientos como hechos objetivos inscritos en un mundo de sentido, inevitablemente subjetivo; este último rasgo las convierte en documentos difíciles de integrar en corrientes de las ciencias humanas que priorizan conductas, hechos y representaciones sociales sobre los deseos, emociones y representaciones.
PALABRAS CLAVE.
Historias de vida,
SUMMARY.
KEYS WORDS.
INTRODUCCIÓN.
Contar la vida propia en la vida cotidiana es un ejercicio modelado en la interacción entre el sujeto que narra y el o los escuchas, no necesariamente presentes en la medida en que la narración abre la posibilidad de la re-narración; la presencia o ausencia de subjetividad en el relato y la demanda de comprensión o empatía son indicadores de que contar la vida propia constituye un ejercicio identitario por el cual el sujeto narrador reclama su lugar en la contabilidad social de acuerdo a su(s) modo(s) de ser y, en el acto de narrar, propone un escenario donde desempeña su protagonismo. En este sentido la pregunta acerca del cómo se cuenta es tan o más crucial que la de lo que se cuenta; sin embargo ciencias humanas, sociales y disciplinas relacionadas con el acto de contar han priorizado la pregunta acerca de lo que se cuenta, del contenido sobre la forma: ¿Por qué?
El relato transmite en el discurso, en la actitud o en el gesto, “sentimientos, propósitos, deseos” (Bruner citado en Bolívar & Domingo, 2006) que forman parte de otro nivel de realidad distinto del socialmente construido. Suele recomendarse el deber de no convertir este nivel de lo subjetivo en variable de la cual se prescinde o se la rebaja al nivel de secundaria: “El investigador no debe analizar el relato, desde una perspectiva que solamente haga énfasis en los elementos objetivos (informaciones) o en los elementos más afectivos (evocaciones) sino que debe considerarse a los dos en sus análisis” (Herrera, 2008) . Pero no se dice que pasa cuando no se cumple con dicho deber.
El uso del relato oral con el objetivo excluyente de encontrar en él información a confrontar con otras supuestamente de mayor valía (la escrita por ejemplo) o simplemente la prescindencia del mismo, en algunas corrientes de las ciencias humanas y sociales y de disciplinas como la historia, tiene como consecuencia inmediata el ocultamiento del sujeto en sujetos colectivos, en personajes a la altura de la leyenda o el mito y en fuerzas que operan a la manera de las de las ciencias físicas. No por casualidad hacen esto corrientes de ciencias y disciplinas que toman como ejemplares los modos de saber y de formular el saber de las ciencias “duras”.
Para el caso, el acto de contar la vida propia en la cotidianidad, se trata de un acto de memoria. Pensar la memoria, hoy en día, pasa por la metáfora del computador; la “memoria” del computador carece de límites, lo cual asombra sobre todo a los que quisieran recordar mucho más o recordarlo todo. El ideal de un supuesto saber, consistente en recordar, hace a muchos postular la idea de que la memoria es voluntaria, no en un sentido estricto por otra parte contraevidente, sino en el de que estaría guiada por una suerte de gesto organizativo: “se diría que, a diferencia de la memoria característica de los cerebros electrónicos, la memoria voluntaria de los seres humanos, al recordar siempre destruye, siempre tiene que ver con el gesto, consciente o inconsciente, de poner aparte, de organizar” (Pujadas, 2000) . Esa memoria en “voz alta” que constituye el relato oral efectivamente “pone aparte” -en “voz baja”- algunas cosas, por irrelevantes, por inconvenientes pero ante todo por inconscientes. La organización del relato corresponde a un mundo de sentido por el cual lo narrado es a la vez explicado, justificado y en última instancia protagonizado por un yo que se construye en y para el mismo relato. No es necesario recordar que la organización (de la ilimitada “memoria”) de un computador (mejor dicho, ordenador) depende de mí limitada memoria; pero sí que mi voluntad y/o deseo de contar está en relación con la voluntad dominante por la cual se prescriben unas historias y se proscriben otras.
La reciente prescripción de involucrar la subjetividad en los análisis de las ciencias humanas y sociales y en otras disciplinas como la historia suele ir en contravía de las proscripciones de la vida política. Sin embargo la facilidad con que estas últimas fueron y son aceptadas –en la historia reciente de Colombia por ejemplo- nos obliga a trascender una voluntad académica puramente contestataria.
El recorrido que hemos adelantado hasta ahora, de pensar los relatos de la vida cotidiana, y el que realizaremos en delante de documentar lo escrito en torno a las historias de vida demandadas desde la academia, tenía por objeto servir de marco teórico hacia la búsqueda de historias de vida de las personas desplazadas por la Violencia en Colombia de los años cincuenta . Si tenemos en cuenta que la prescripción, casi unánime, del régimen político instaurado al final de esa Violencia –el llamado Frente Nacional- fue la del olvido y que a la fecha nos encontramos sumergidos en un contexto globalizado desde el que se pretende imponer a las víctimas, desde perspectivas humanistas como la de del D.H.I (Derecho Internacional Humanitario), “el deber de la memoria”, se hace necesario volver a plantear la pregunta:
“¿Qué significa obligar a un ejercicio consciente de la memoria cuando precisamente el sujeto ha sido excluido del acontecimiento y no puede rememorar, cuando la relación misma con la Historia se constituye a menudo de ignorancia y de espantos? ¿No será un atropello contra la persona, contra las comunidades?” (Roelens, 2004) .
Violencia y guerra implican de por sí exclusión del sujeto victimizado pero, además, atropellos que conforman un ambiente político de terror propicio para el silencio y la obediencia incondicionales. Como se sabe la Violencia de los años 50 en Colombia es, a este respecto, paradigmática: en el postconflicto de ésta se prescribió el olvido, desde casi todos los ámbitos –con notorias excepciones en la academia-. Podríamos caracterizar desde aquí el primero de los rasgos de la mentalidad del colombiano valiéndonos de la celebrada fórmula de Marc Augé: “Dime lo que olvidas y te diré quién eres” (Marc): si bien es cierto esa prescripción
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