Chacareros
Enviado por Morocha • 8 de Junio de 2015 • 12.295 Palabras (50 Páginas) • 174 Visitas
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El retorno de la historia*
Carlos Barros
Universidade de Santiago de Compostela
Hay un proverbio que dice que no se puede, a la vez, decir misa y tocar la campana. A quienes estamos en la organización del congreso nos tienta la idea de dedicarnos sólo a la resolución de problemas logísticos, para así no tener que sacar de no sé dónde tiempo para nuestra contribución personal a los debates. Por otro lado, es justo y necesario que expongamos, y en primer lugar el coordinador del congreso, algunas claves de la estrategia de convocatoria de Historia a Debate II así como nuestras impresiones sobre la marcha del congreso, pasadas ya tres jornadas de exposiciones y debates, y seis meses de preparación galopante, durante los cuales pudimos constatar respuestas entusiastas -vosotros sois la prueba- y, todo hay que decirlo, “resistencias” que dan la medida de la trascendencia de nuestro trabajo.
Añadiré pues, a riesgo de -o “con la ventaja de”, según se vea- no tener suficiente perspectiva, algunas conclusiones de este nuestro macro-encuentro de historiadores, si bien todavía quedan, para la tarde de hoy y la mañana del domingo, importantes mesas redondas y ponencias.
Voy a hablar primero de “historia inmediata”, de la evolución de acontecimientos a medio año del fin del siglo XX, para después hablar de la historia inmediata que hacemos los historiadores, o sea de “historiografía inmediata”, y terminar finalmente con algunas de nuestras propuestas cara el nuevo paradigma [1],entendido como una serie de consensos sobre el ejercicio de la profesión, en cuya construcción, por activa o por pasiva, estamos ya participando todos [2].
La historia se acelera
La última década del siglo XX está resultando cuando menos imprevista, para no variar. En 1989 cae el muro de Berlín, sorpresivamente, y se produce lo que Fukuyama llamó “el fin de la Historia”, pero, en 1994, como se dijo ya en la mesa redonda sobre Chiapas, la historia recomienza para algunos [3], y, lo que es más evidente, diez años después, en 1999, tiene lugar la primera guerra de la OTAN después de 50 años. Cuando parecía que, desaparecidos los bloques militares y la “guerra fría”, el mundo iba a estar dirigido por la ONU, que con sus “cascos azules” habría de asegurarnos un nuevo orden internacional basado en la paz, estalla, en plena Europa, por vez primera desde la II Guerra Mundial, la guerra por iniciativa de las potencias occidentales con una violencia desproporcionada. La guerra sigue siendo, pues, la continuación de la política por otros medios no sólo para los pequeños países del antiguo bloque soviético o del “Tercer Mundo”, con sus conflictos internos o fronterizos, sino también para las grandes potencias del mundo: ¿qué mejor recordatorio en el umbral del nuevo milenio de que la historia no ha terminado [4]?
Hemos ido, pues, de sorpresa en sorpresa a lo largo de los años 90, viejas y nuevas contradicciones siguen manifestándose [5] y empujando la historia. Las previsiones teleológicas que siguieron a la caída de los regímenes llamados socialistas, en el Este de Europa, no se han cumplido. Obviamente la historia continúa, y bien sabemos los historiadores que difícilmente se puede “garantizar” un futuro determinado por los intereses y las mentalidades hoy dominantes, con lo cual se abren posibilidades de futuros alternativos: el futuro está abierto. Así fue en el pasado, pero no bastan las palabras de historiadores que no hemos renunciado a hablar del presente y del futuro: sólo cuando la historia inmediata confirma que la historia sigue, pueden recuperar los actores sociales la capacidad plena de pensar históricamente, velada por las actitudes presentistas que también arrastran, paradójicamente, a algunos historiadores.
La aceleración de la historia que estamos viviendo, síntoma, causa y efecto de la globalización, en todas sus vertientes, y del desarrollo de las tecnologías de la información, es característica de los periodos de transición histórica y está provocando que la sociedad demande crecientemente la historia que se escribe. La historia tira, por consiguiente, de la historia. Nuevos y viejos sujetos sociales, culturales y políticos, buscan, a las puertas del nuevo siglo, su legitimidad en la historia: etnias y Estados; ideologías y religiones; movimientos sociales y movimientos nacionalistas; lo local y lo regional, lo nacional y lo mundial. La rapidez del proceso de globalización recién iniciado genera tendencias confusas cuya plena comprensión resulta inverosímil sin considerar el factor tiempo, sin relacionar pasado, presente y futuro.
Los veloces cambios, de 1989 en adelante [6], nos compelen por lo tanto a saber de dónde venimos, para mejor comprender quiénes somos y, sobre todo, adónde vamos. El siglo que viene no va a ser, desde luego, el 1984 de Orwell: va a necesitar, probablemente tanto o más que el siglo XX, de la historia, de las ciencias sociales y de las humanidades [7]. Conforme la globalización avanza revuelve todo en todos los ámbitos (sociedad, política, cultura, mentalidades), desestructurando las identidades de las comunidades étnico-nacionales y de los grupos sociales a todos los niveles, así como sus relaciones con la economía, el Estado..., en suma, con la historia. Proceso de rupturas y recomposiciones en el espacio y en el tiempo que, sin duda, se va a desarrollar a una velocidad aún mayor a lo largo del siglo que comienza. En esta tesitura, ¿cuál es la responsabilidad y el papel de la historia?
De momento, los grandes beneficiarios de la creciente demanda social de historia en este cambio de siglo no parecen ser los historiadores sino los novelistas y, a distancia, los periodistas. El auge generalizado de la novela histórica [8]que afecta a todas y a cada una las épocas históricas [9]es evidente en todos los países y continentes [10]. En cierto grado, la crisis social de la historia es causa y consecuencia de la“ocupación” por parte de escritores, y otros no profesionales de la historia, del espacio que “corresponde” a los historiadores como intermediarios“oficiales” entre el pasado, el presente y el futuro [11].“Ocupación” que para nada soluciona el problema de fondo, más bien lo agrava: la relación de los ciudadanos de la aldea global con la historia no puede basarse en la ficción [12], en la invención de los hechos pasados, a riesgo de dejar el terreno libre a la manipulación política de la historia y, por ende, al totalitarismo.
La historia hecha con rigor es más necesaria pero también más posible que nunca, porque es precisamente ahora cuando se acepta de un modo más natural
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