Corpus Semiología
Enviado por nancy01102 • 30 de Octubre de 2013 • 8.578 Palabras (35 Páginas) • 460 Visitas
UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES - CICLO BÁSICO COMÚN
SEDE CIUDAD UNIVERSITARIA
SEMIOLOGÍA - CÁTEDRA: ARNOUX
Corpus "El sexismo en la lengua"
Alario, Carmen et al. La representación de lo femenino y lo masculino en la lengua. ........ 2
Bosque, Ignacio "Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer". ....................................... 4
Fernández, June "Sexismo lingüístico". ............................................................................. 15
Primer y segundo cuatrimestres de 2012
Coordinadora: Prof. María Cecilia Pereira
Texto N° 1:
La representación de lo femenino y de lo masculino en la lengua. Carmen Alario (Filología), Mercedes Bengoechea (Filología), Eulalia Llendó (Filología) y AnaVargas (Historia). Madrid. Instituto de la Mujer. 1995.*
Introducción
La lengua es un cuerpo vivo en evolución constante, siempre en tránsito; una lengua que no se modifica sólo la podemos encontrar entre las lenguas muertas; un ejemplo perfecto podría ser el latín, lengua muerta por definición, imposibilitada e incapaz, por tanto, para la evolución y el cambio. Si la lengua no estuviera, pues, sujeta en todo momento a transformaciones constantes, en lugar de hablar castellano hablaríamos latín.
Si tuviéramos que escoger una cualidad, un atributo, para definir a todas las lenguas vivas, a las lenguas en permanente tránsito, diríamos que todas ellas tienen un carácter evolutivo perpetuo, evolución que si se interrumpe significa su fin. La capacidad de renovación continua de la lengua, del sistema de comunicación humano, se ha de ver como una marca inherente de la potencia de la lengua y no una debilidad. El cambio está inscrito en la naturaleza misma del lenguaje: una lengua que no evoluciona acaba por perecer. Preguntarse si el cambio es bueno, si es deseable o, por el contrario, condenable, no tiene sentido.
La lengua cambia, cambia la propia realidad y también la valoración misma o las formas de considerarla o de nombrarla. Cada vez que se introducen nuevos elementos en la sociedad se introducen palabras nuevas para explicarlos. Es ya un tópico hablar de las palabras que con toda "naturalidad" han introducido los ordenadores en nuestras vidas, de la necesidad y novedad de una palabra como "sida", que se instituye para denominar una nueva enfermedad, o, por poner otro ejemplo, de la necesidad de una palabra como "ministra" desde el momento en el que la mujer ha accedido a este cargo.
Además hay otro tipo de cambios que se dan en la realidad y en la sociedad: la conciencia cada vez más pujante de que la existencia de las mujeres debe ser nombrada con el reconocimiento y la valoración de su papel en la vida privada y en la vida pública. Todo ello tiene lógicas repercusiones en su presencia y protagonismo en la lengua.
No es raro, pues, que palabras como "hombre" resulten cada vez más pequeñas y más injustas para denominar al género humano, que la palabra "vecinos" sea insuficiente y poco representativa de las vecinas que también viven en sus barrios, que la palabra "ciudadanos" sea inadecuada para representar y nombrar a las ciudadanas. Por eso, vemos cómo a medida que las mujeres se incorporan a cargos, oficios, profesiones y titulaciones que antes tenían vetadas, la lengua utiliza los propios recursos que posee o, como es necesario, "inventa" o innova soluciones perfectamente adecuadas.
Son necesarios, pues, cambios en el lenguaje para nombrar a las mujeres; y, por lo tanto, debemos realizarlos: los prejuicios, la inercia, o el peso de las reglas gramaticales, que por otra parte, siempre han sido susceptibles de cambio, no pueden ni deben impedirlo. En la lengua castellana existen términos y múltiples recursos para nombrar a hombres y mujeres. La lengua tiene la suficiente riqueza para que esto pueda hacerse adecuadamente.
Sobre el género gramatical y el sexo de las personas
El uso del femenino y el masculino
La falta de representación simbólica de las mujeres en la lengua, podemos observarla en múltiples ocasiones en las que el uso del lenguaje las hace invisibles.
Uno de los tópicos más extendidos, que es preciso desvelar cuando se habla de las formas de ocultar o subordinar a las mujeres es la confusión, unas veces deliberada y otras involuntaria, que se produce entre género gramatical y sexo de las personas.
Es evidente que cuando la lengua designa cosas tiene un género gramatical femenino y masculino que nada tiene que ver con el sexo de las personas: la palabra "tierra" es femenina, la palabra "mundo " es masculina y aun la palabra "mar" masculina y femenina, pero esta no es una cuestión a tratar aquí.
Sin embargo, vemos que en las palabras que normalmente denominan a mujeres o a hombres, el género gramatical y el sexo de la persona a quien se nombra coinciden. Fácilmente podemos comprobar que en los pares de palabras siguientes: "profesora/profesor", "ciudadanas/ciudadanos", "niñas/niños" o "campesinas/campesinos", coincide el género gramatical femenino con el sexo de las mujeres a quienes denominan, y el género gramatical masculino coincide a su vez con el sexo de quienes representan. Teniendo en cuenta esta relación, se observa que la utilización del masculino, ya sea en singular para referirse a una mujer, o en plural para denominar a un grupo de mujeres o a un grupo mixto, es sin lugar a dudas un hábito que, en el mejor de los casos, esconde o invisibiliza a las mujeres y, en el peor, las excluye del proceso de representación simbólica que pone en funcionamiento la lengua.
Sabemos también que existen palabras, ya sean femeninas ya sean masculinas, que son realmente genéricas, es decir, que incluyen los dos sexos. Palabras o expresiones de género masculino como, por ejemplo, "pueblo vasco", "vecindario", "ser humano", o "personaje" incluyen sin ningún tipo de duda a mujeres y a hombres por igual; del mismo modo que palabras del género femenino como pueden ser "persona", "víctima" o "gente" no ocultan ni subordinan en absoluto a los hombres.
Por tanto, observamos que la lengua castellana tiene términos, ya sean masculinos ya sean femeninos, que realmente incluyen a mujeres y hombres sin prejuicio ni omisión de unas y otros. Es decir, representan simbólicamente al conjunto de hombres y mujeres.
En cambio, la utilización del masculino para referirse a los dos sexos no consigue
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