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Cultura Popular


Enviado por   •  29 de Octubre de 2012  •  1.940 Palabras (8 Páginas)  •  439 Visitas

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que no es en absoluto comparable

GENOCIDIO

Mercellin Kwibuka vive aún atormentado por aquella horrible decisión que tuvo que tomar hace 10 años, en un remoto país africano llamado Ruanda: debía matar a su esposa o él y su familia serían asesinados.

Kwibuka es de la etnia hutu y estaba casado con una mujer de la etnia tutsi. El, sin quererlo, fue uno de los protagonistas de un genocidio espeluznante, concretado con garrotes, azadas y machetazos, que duró sólo 100 días y que dejó al menos 800.000 muertos, según la ONU. Hoy se cumplen 10 años del inicio de aquella barbarie, que transcurrió bajo la mirada impasible de las potencias internacionales.

"Hemos venido por tu animal", le dijo entonces una turba armada de hutus extremistas a Kwibuka, de 47 años, en la puerta de su casa. "¿Qué animal?", preguntó él. "Tu esposa", contestaron.

En la época del inicio del genocidio, Ruanda era un país de casi 8 millones de habitantes. El 85% eran hutus, y el 12% eran tutsis. Es fácil distinguir a simple vista una etnia de la otra: los hutus son más bien petisos, de piel negra azulada, nariz ancha y labios gruesos. En cambio, los tutsis son altos y longilíneos, de un color más achocolatado, y con la nariz y labios finos.

Tres años antes de la independencia de los belgas, en 1962, el rey tutsi había muerto y los hutus se rebelaron y tomaron el poder, obligando a exiliarse a unos 130.000 tutsis. Entonces las tensiones étnicas comenzaron a ser fuertes, pero el tema nunca había pasado de escaramuzas.

Pero en 1994, y cuando el gobierno del hutu Juvenal Habryrimana se sentía amenazado por una posible invasión de los tutsis desde el exterior, comenzó a organizarse el genocidio. Desde las radios gubernamentales se incitaba al odio y a la lucha racial. Pero todo se desató el 7 de abril de 1994, al día siguiente de que el avión del presidente ruandés fuera derribado de un misilazo por desconocidos.

El ladero del presidente, el terrorífico coronel Theoneste Bagosora, tomó las riendas del poder y llamó a los hutus a asesinar a los tutsis y a los hutus moderados que no querían sumarse a las matanzas. Se distribuyeron machetes y azadas como armas asesinas. Los hutus, enardecidos, los decapitaban y quemaban las casas de sus vecinos. Medio millón de mujeres jóvenes fueron violadas, según UNICEF.

Fue entonces cuando los hutus tocaron la puerta de Kwibuka, según contó a The New York Times. El les dijo que su esposa no estaba, que se había escapado. No le creyeron y amenazaron de muerte a él y a sus hijos, de 12, 3, 4 años y un mes. Al final, Francoise salió de su escondite y ofreció la vida a sus verdugos. En el patio de su casa, uno de ellos le asestó un golpe en la cabeza y luego gritó: "El mismo debe matarla", señalando a Kwibuka. El se negaba, pero ella, le imploraba: "¿Por qué vacilas? Dios sabe que no eres tú quien me está matando". El machete cayó sobre la cabeza de Francoise.

Los hutus también tendieron crueles trampas. Obligaron por ejemplo a unos 5.000 tutsis a concentrarse en una iglesia en Ntarama, en supuesto refugio, y luego les lanzaron granadas y mataron a todos.

El genocidio terminó cuando los tutsis que estaban en el exterior, que se aglutinaron en el Frente Patriótico Ruandés, al mando de Paul Kagame, logró tomar la capital, Kigali. Cuando vieron lo que había sucedido comenzaron a perseguir a los genocidas (mataron al menos a 25.000) y muchos de ellos huyeron con sus familias al vecino Congo, entonces llamado Zaire.

Recién entonces comenzaron a aparecer las imágenes en los medios. Las largas filas de mujeres y niños en inmensas caravanas en medio de las montañas verdes. La desesperación en la ciudad zaireña de Goma, donde la gente moría como perros en las calles miserables y polvorientas. Hasta allí los persiguieron y según se estima mataron hasta 200.000 hutus más. Los cuerpos flotaban en el lago Kivu, donde la gente tomaba agua y lavaba la ropa.

A 10 años de la tragedia, Ruanda lucha por cerrar las heridas. Los principales genocidas están siendo juzgados en una corte internacional en Tanzania. El presidente ruandés Paul Kagame lanzó una política de reconciliación nacional que muchos consideran exitosa.

Los más sangrientos asesinos fueron a la cárcel. Otros, a campos de reeducación para enseñarles a vivir en una nueva Ruanda "para todos", donde no importen las diferencias étnicas. Muchos de ellos aprendieron un oficio, salieron en libertad, y han vuelto a vivir en sus casas, muy cerca de los familiares de sus víctimas.

Kwibuka fue encarcelado tras confesar que mató a su mujer, pero el año pasado fue liberado por una amnistía, junto a otros 23.000 presos. Lo primero que hizo fue pedir perdón a los familiares de su esposa y explicarles a sus hijos qué había pasado exactamente aquella noche, hace 10 años.

2. EL GENOCIDIO EN RWANDA

Rwanda esta localizada en el centro de Africa en la región conocida como de los grandes lagos, limita al norte con Uganda, al este con Tanzania, al sur con Burundi al oeste con Zaire.

Su población está conformada por tres grupos: los HUTU (Bahutu, 85% de la población), TUTSI (Batutsi, 14% de la población) y los TWA que forman la población indígena. Todos ellos hablan una lengua común, Kinyarwanda (Kirundi), y comparten muchas tradiciones culturales.

Rwanda fue un protectorado alemán de 1899 a 1916. Tras la Primera Guerra Mundial se convirtió en un mandato de la Liga de las Naciones y después se transformó en un territorio fiduciario de la ONU, bajo administración Belga en ambas etapas. Los belgas agudizaron las diferencias de clase señalando a un TUTSI con menos de diez vacas como un HUTU y consecuentemente imponiéndole trabajos forzados.

Hasta 1950 la educación era disponible solo para los TUTSI. En 1940, sin embargo, muchos TUTSI

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