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De la astuta Identidad Nacional, el Compadrazgo y la Lambisconeria


Enviado por   •  21 de Abril de 2017  •  Ensayo  •  2.904 Palabras (12 Páginas)  •  277 Visitas

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Introducción

Que presuntuoso sería decir que la razón de ser de la redacción y selección temática de este ensayo, surge de mi inconforme deseo para con mis homólogos de la sociedad humana, un reproche monumental contra los que parecen seguir los 7 pecados sociales que Gandhi advirtió. No es así. Con interés plenamente individualista he llegado al punto donde las dulces mieles de ideales ajenos dejaron de parecer viables ante una realidad deshonesta y corrupta como la que vivimos. Con mínima investigación y conocimiento puedes vislumbrar sin esfuerzo que los seres humanos dejaron de ser humanistas y escupieron a su propio raciocinio, corrompiéndose entre sí, llevándose algunos entre las piernas a su país y “deslindando” la culpa de sus enmugrecidos hombros, dejándola caer en el sistema legal teórico, cosa contraria a la función original.

Abordar al ser es para mí impensable sin hablar del deber, un vasto océano de cambios y permutas infinitas en un ente sin residuos, una bandera preciosamente diseñada, orgullosa, que no luce si no es sostenida fuertemente por el asta sobria denominada como deber, y para cuya presentación el aire le acaricia o atormenta como situación independiente.

Cada palabra que salió de mi brillante profesor Kreutzmann, quien definía al arte de las leyes, el derecho, como aquello que regula la conducta externa de las personas, cobra sentido si observas desde la ventana del transporte público mexicano, a horas cuasi tardías, un paisaje urbano donde se presentan las obras más aterradoras de inseguridad e inconciencia, sin respeto alguno por lo establecido por juristas mexicanos de tiempos pasados y presentes, pero no es culpar solo al criminal, siempre hay un trasfondo de situaciones que orillan al humano a tales bajezas, no hay orgullo ni honor en ello, dejar al hombre dudando de su ser. Dichas causales suelen provenir de niveles gubernamentales o sociales, de nuevos criminales sin vergüenza ni conciencia por lo que involucra el trabajo, la unidad, y en casos comunes y despreciables, la identidad nacional.

De la astuta identidad nacional, el compadrazgo y la lambisconería

  1. Cultura Mexicana – Primera Identidad

Razón llevan las palabras Cualquier poder si no se basa en la unión, es débil”, pronunciadas en su tiempo por Jean de la Fountaine verbi gratia, México, conformados los que nacen bajo sus faldas nacionales por una gloriosa historia en común, un idioma oficial de ricos tecnicismos, lenguas ancestrales en convivencia y contraste a la actualidad, inteligencia para facilitar las tareas más inverosímiles que se asignen, pero también compartiendo una “mentalidad de vencidos”, leyendo textos como el de Miguel León-Portilla, se llegan a conclusiones nefastas sobre las razones que llevan los mexicanos como excusas por la falta de alineación que sienten con sus compinches. Influencias que dejan de ser de criterio nacional o individual, una cultura de masas que te hace permanecer rodeado de multitud, pero no congeniar ni contigo mismo, mucho menos con el resto de connacionales. Y esto no es evitado porque presenta facilidad para manipular a cada uno por donde más sencillo sea, sin fugas de poder.

Comúnmente y sin distinciones ejerce un juicio acusatorio el ser humano contra él mismo, contra su raza, siendo víctimas de miradas y palabras desagradables todo aquel que no parece seguir los ideales de la vida correcta, pero ¿quién tendría realmente la disposición de dejar de lado su individualismo, su bien personal, para dejar pasar sobre él, un desfile de valores coloridos, que alzasen sobre sus imaginarios brazos a la colectividad de una nación? Más aun cuando sabe que quedará último en recibir el galardón en la meta al final del espectáculo. ¿Cómo exigir al hombre, sea cual fuere su posición social, laboral y económica, que se ocupe del prójimo como se ocupa del dinero de su cuenta vencida? El Derecho ni bien se ve envuelto en escándalos por el carácter que presentan en los juicios del ser --cítese cualquier rama del Derecho-- mantiene una reputación de corrupción, de ideales vacíos como probablemente estén los corazones de los que ejercen poder sin humanidad.

A oídos de más de uno a llegado, sin mentira ni recelo que sobre, la ignorancia que demuestra nuestro sistema de gobierno, cada engranaje parece olvidar su función y prefiere salir a cobrar un par de cheques que terminan agregándose al gasto público que dejó de ser nuestro desde hace mucho.

Fallar al ser es engañar a cada célula de tu cuerpo, golpearte el pecho para poder decir lo que otro puso en tu boca, ser un profeta de lo falso, un emprendedor mentiroso que se excusa en lo que el anterior hizo, ¿de dónde puede proceder una actitud completamente distinta a la que presentaría un ser humano considerado menos racional que nosotros?, citando a Samuel Ramos, con un enfoque al pueblo mexicano; “dada una específica mentalidad humana y determinados accidentes en su historia, ¿qué tipo de cultura puede tener?”(1), remontarse al principio de un conflicto puede sentar las bases para solucionarlo, en el presente yo concluyo que lo sucesivo a esta pregunta queda perfectamente plasmado en la poca cultura colectiva entre nosotros, el amor a una patria que solamente es alardeada como obligación al rendir honores o entonar nuestros himnos.

Desde el instante en que permanecimos años bajo el dominio español, hasta la fecha, donde igualmente nos inclinamos ante el imperio estadounidense, no nos hemos tomado el tiempo que requiere la creación de una personalidad conjunta mexicana. Tenemos rasgos en común como connacionales, llámense con rudeza por estereotipos impuestos por extranjeros, pero destacan entre aquellos hilos invisibles que unen al mexicano con su vecino, la astucia inigualable, la inquietante inteligencia que permite la resolución de problemas, o simplemente la maña clásica que caracterizó a nuestros ancestros indígenas al ver amenazado su estilo de vida y sus creencias. Como en algún momento, aquellos héroes del ayer, culturas avanzadas en un continente brutamente denominado como “descubierto”, defendieron con mano baja a sus dioses, construyendo los altares de la nueva iglesia sobre el sitio de veneración de sus propios dioses, cumpliendo con los requerimientos que establecían los “conquistadores” pero burlando con maestría la renuncia obligatoria que les hacían firmar de sangre los vencedores.

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