De la no libertad y lo que no es

La libertad se define como una serie de características que son innatas al ser humano, es decir, todos nacemos libres; pero en el análisis del desarrollo de dicha libertad en el devenir del individuo, nos encontramos con elementos externos y ajenos al ser que hacen que dicha experiencia de libertad sea truncada. Es aquí cuando entramos a analizar factores como las construcciones sociales, las normas de colectividad, los prejuicios creados por la sociedad, y todos aquellos otros limitantes del ejercicio de la libertad. El individuo pierde muchas de sus características innatas al convivir en sociedad (y esto se debe a la predominancia de la característica más grande que poseemos y que como la definía Aristóteles: somos animales políticos), ya que al hacerlo se acoge a la decisión de los otros y no a lo que el considere hacer; al analizar muchas de las construcciones sociales, encontramos que la mayoría son creadas desde que no poseemos el sentido de reconocerlas como tales, es decir, desde pequeños nos implantas ideas cuyo único fin es el de acabar con la libertad y el sentido individual; un ejemplo de ello son los niños, a los cuales se les enseña a asociar el color rosa a la mujer, y el azul al hombre, en este momento, se le está coartando la libertar al pequeño, que crecerá con esa idea, y, muy probablemente la transformara a otros aspectos de su vida, haciendo más notable la división que vemos entre los géneros.

Las normas de colectividad son aún peores para la libertad que las propias construcciones sociales, porque a diferencia de las construcciones sociales, que son únicamente aplicables a la personalidad del individuo, y por tanto son eliminables, las normas de colectividad limitan al individuo a unos comportamientos específicos, y castigan otros que obstruyan el ‘crecimiento’ de la sociedad, y para ello se valen de elementos que trascienden la parte psicológica hasta llegar al castigo físico; estas normas de colectividad, generalmente más que proteger a la comunidad, están encaminadas a proteger intereses particulares, que se disfrazan de necesidades colectivas; para ejemplificar, la condena del consumo de sustancias psicoactivas, aunque esta práctica realizada por un individuo no afecta a la sociedad en general, es señalada desde el ámbito social, hasta llegar a la penalización legal, todo esto con el fin de ‘proteger a la sociedad de la decadencia generada por las drogas’, pero con el fin de proteger intereses personales.

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