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¿Debe la Iglesia Meterse en Política?


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2019  •  Ensayo  •  4.373 Palabras (18 Páginas)  •  146 Visitas

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¿Debe la Iglesia meterse en política?

La interrogante que rotula el presente escrito quizá representa uno de los temas más cotizados en los últimos tiempos, especialmente ante la situación por la que pasa la sociedad venezolana, donde se asiste al litigio entre oficialismo y oposición y las opiniones proferidas por la Iglesia en medio de ambos bandos.

La Iglesia ha recibido, por boca de su divino fundador, la facultad de «atar y desatar»[1], obteniendo así el respaldo en el cielo de cuanto haga en la tierra por la salvación de las almas. Para el apóstol San Pablo ella es la que «(…) sostiene y defiende la verdad»[2], lo que le da la potestad de ser una voz autorizada ante las realidades que surgen en el dinamismo universal. Por otro lado, San Juan XXIII en su carta encíclica Mater et Magistra[3] (Madre y Maestra), planteó el perfil de la Iglesia como una Madre que engendra hijos para el Señor pero que a su vez se preocupa por ellos y se encarga de educarlos como una Maestra. Él mismo dice que,

la santa Iglesia, aunque tiene como misión principal santificar las almas y hacerlas partícipes de los bienes sobrenaturales, se preocupa, sin embargo, de las necesidades que la vida diaria plantea a los hombres, no sólo de las que afectan a su decoroso sustento, sino de las relativas a su interés y prosperidad. [4]

La Iglesia, igual que Cristo, concibe al ser humano en su totalidad como un ente que tiene cuerpo y alma, donde le da la misma importancia a ambas esencias que convergen en un mismo ser. Es como «un dos en uno». No se puede separar una cosa de la otra porque entonces el hombre sería otra cosa menos hombre. El cuerpo pertenece a lo terrenal, lo temporal, lo corruptible; y por el contrario, el alma, corresponde a lo celestial, lo espiritual, lo eterno, lo incorruptible, pero estas dos dimensiones confluyen en un mismo ser llamado hombre y tienen un mismo creador que es Dios, según el testimonio del Génesis[5], y afirmado por el Símbolo de los Apóstoles cuando dice: «Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, Factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium».

Esta apología busca resaltar el afán de la Madre Iglesia no solo por salvar las almas sino también por procurar el bienestar del cuerpo durante su paso por la tierra, porque de esta manera,

(…) cumple el mandato de su fundador, Cristo, quien, si bien atendió principalmente a la salvación eterna del hombre, cuando dijo en una ocasión : «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6); y en otra: «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12), al contemplar la multitud hambrienta, exclamó conmovido: «Siento compasión de esta muchedumbre» (Mc 8,2), demostrando que se preocupaba también de las necesidades materiales de los pueblos.[6]

Todo esto nos lleva a establecer una máxima: La Iglesia no puede quedarse relegada a las realidades inherentes a la dimensión temporal del hombre, de la que participa por poseer un cuerpo. Esto se ha evidenciado en los dos milenios de existencia que tiene la Iglesia desde su fundación. Si echamos un vistazo a lo largo de la historia de nuestra era, en todas las épocas, podremos observar cómo la misma le ha ofrecido a la humanidad magnos servicios sociales: salud, educación, alimentación, entre otros…

A propósito de esto, gracias a la libertad de culto otorgada por Constantino el Grande en el Edicto de Milán[7] del 313, y más tarde la promulgación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano por Teodosio el Grande[8] en el 374, la Iglesia comienza a: ocupar un importante lugar en el Imperio, tener pesadas influencias, e incluso, asumir responsabilidades gubernamentales y políticas; todo ello expresado en la figura de una Iglesia del apogeo medieval reconocida universalmente como la máxima autoridad, a la que se sometían emperadores y reyes, generándose así una unificación de Iglesia y Estado, donde este se debía a aquella. Aquí se corona la figura de Dios como el centro de todo y la Iglesia era la garante de que así fuera.

Ya con el Renacimiento, en el umbral de la época moderna ─y también en nuestros días─, se empieza a desarrollar un interesante declive de lo expresado en el párrafo precedente, pues los movimientos humanistas colocan al hombre como el centro y se va dando un disimulado desplazamiento de Dios y por ende de la Iglesia. Por el proceso de secularización se va forjando en el mundo un divorcio de Iglesia y Estado, y para argumentar esta separación muchos apelan a las palabras del mismo Cristo: «Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios»[9].

Lo anteriormente mencionado ha dado pie para que muchos afirmen con plena certeza: «La Iglesia no tiene por qué meterse en política». Pero ahora bien, esto nos lleva a preguntarnos: ¿Qué es la política? Definiendo este término podremos verificar si aquella protesta cuenta o no con la absoluta razón.

«Política» es un término que toma un gran auge en el siglo V A.C. tras el desarrollo de la obra de Aristóteles titulada justamente: «Política»; la cual busca estudiar las cuestiones sociales y determinar las características del espacio en el que se debe desarrollar la vida del hombre[10]. En este mismo orden de ideas, se puede definir que,

La palabra política viene de πόλις (polis = ciudad). De modo que en un primer acercamiento diremos que política es todo lo relativo a la vida de la polis.

Los griegos utilizaban muchas palabras derivadas de polis para referirse a lo político. La primera de la que hablaremos es politikos, con el sufijo –ico (πολιτικός). Esto es, lo relativo a la polis y a sus ciudadanos. El término politikos (πολιτικός) es pues sinónimo de social, por eso cuando Aristóteles dice que el hombre es un "zóon politikón" quiere decir realmente que el hombre es un animal social, que vive en un estado o ciudad sujeto a leyes elaboradas por la razón y gracias a la capacidad lingüística y moral de los hombres.[11]

A tenor de la cita apenas empleada, nos apropiaremos del significado de política como todo lo relativo a la vida de la polis, es decir, de la ciudad. Habiendo comprendido esto lúcidamente, se podría concluir que, si la Iglesia opinara sobre las cuestiones relacionadas a la vida de los ciudadanos, por lo tanto, estaría adentrándose en el campo de la política, en sentido general.

Por otro lado, es muy oportuno resaltar y tener en cuenta la grácil diferencia en que la Iglesia se meta en política y la posición que la misma asume ante la «comunidad política»[12], donde,

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