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Desde Una Cama De Hospital


Enviado por   •  22 de Octubre de 2012  •  1.354 Palabras (6 Páginas)  •  421 Visitas

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Desde una cama de hospital

A Marta y Araminta, quienes murieron creyendo que el hospital era una casa de salud

Ana Lucía Fonseca R. Profesora de Filosofía-UCR 09:19 a.m. 19/03/2011

El sábado 14 de agosto del año pasado ingresé a emergencias del Hospital México. Traía ya un diagnóstico preliminar de una clínica privada donde se indicaba una posible apendicitis aguda. Supongo que ese fue mi pasaporte para que me enviaran, luego de algunos exámenes de rigor, directo al quirófano. Y sí: mi apéndice, además, estaba perforado. ¿El quirófano? Feo y lúgubre, lleno de una música más propia de una cantina que de una sala de cirugía. Pero, ¡claro!, al cirujano le gustaba esa música y a mí nadie me preguntó si quería oírla, ni siquiera esperaron a que yo estuviera inconsciente para ponerla.

Después de la cirugía me trasladaron, creo que por algún problema de cupo, a la Unidad de Cirugía de Tórax, ubicada en un piso alto del Hospital, también llamado, según me dijo un médico, “el Olimpo”: usted está en el Olimpo y nosotros somos los dioses. El último día de mi estancia en el hospital, supe que este médico no pertenecía a tan alto cielo, sino a uno inferior, ubicado cuatro pisos más abajo. Sin embargo, en algo sí se parecía a Zeus, cuando lo vi mirar con lujuria a una joven enfermera que pasaba y alentar ese comportamiento de horda, tan típico de ciertos machos, en dos de sus jóvenes subalternos, que se frotaban las manos y mascullaban necedades siguiendo el ejemplo del maestro Deseaba huir. Estuve tres días en Cardiología y las malas experiencias se acumulaban hasta hacerme desear huir del hospital. A una paciente que acababa de ingresar, llena de temores e incertidumbres, la hicieron responder un largo e irrespetuoso “cuestionario”, administrado con desidia, a vista y oídos de las otras pacientes, por una inexperta y joven estudiante, para nada interesada en la salud de aquella mujer.

Se trataba de una paciente diabética, hipertensa y con un daño cardíaco de suma consideración. Conclusión a la que llegó la joven, expuesta a viva voz en una “junta de notables” de pasillo: tenemos una paciente difícil y con pensamientos suicidas. Pero ¿sabrá distinguir esta criatura, a sus insolentes veinte años, que una cosa es tener pensamientos de muerte y otra tener pensamientos suicidas? ¿Es que no se justifica pensar en la muerte en medio de tanto dolor y sufrimiento?...

Más tarde uno de los residentes (de esos que insisten en que los llamen doctores y son, si acaso, licenciados) “diagnosticó” a la misma paciente, cuando esta le preguntó por la seriedad de su enfermedad, diciéndole que ella estaba muy grave porque tenía todas las válvulas cerradas (sic) y que su corazón casi no palpitaba. ¿Que cómo quedó esta señora después de tan sesudo y considerado juicio? La respuesta se la podemos dar las compañeras de sala, que tuvimos que calmarla para que no le diera el infarto Del Olimpo al Averno. El martes 17 de agosto por la noche, fui trasladada a la sala que me correspondía, es decir, me hicieron bajar del Olimpo al Averno y allí fue el caos total: traslado, a la carrera, de pacientes de una habitación a otra, como en campamento de refugiados y sin ninguna explicación, trato descortés e irrespetuoso cuando nos atrevimos a preguntar qué pasaba. Nada más llegar y una de las enfermeras, para completar el equipo de la sala contigua, me robó (sí, ¡me robó!) el soporte donde colgaba el suero que me estaban poniendo; me dejó con la bolsa en la mano y sin saber qué hacer con ella. Luego, tuve que esperar sentada en el pasillo, frente al puesto de enfermería, por más de dos horas, hasta que alguien quiso cambiarme la ropa de cama, empapada con las secreciones que salían por mí herida ya infectada. De más está decir que no pude conciliar el sueño entre el dolor y los llamados de quienes también requerían de una atención que nunca llegó. Al día siguiente, antes de las 7 de la mañana, todo un ejército de jóvenes

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