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Discurso de despedida de segundo de bachiller


Enviado por   •  29 de Junio de 2015  •  Informe  •  1.371 Palabras (6 Páginas)  •  344 Visitas

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Cuando me encargaron la tarea de tomar la palabra en esta ocasión, pensé que lo mejor era preparar un discurso breve con cuatro ideas bien claras. Además, lo que es todo un detalle, contaba con un plazo razonable para pensar, emborronar cuartillas y preparar algo que deciros. Un compañero me dio un consejo muy alentador: “No te preocupes. Haces un discurso a la americana: un chiste al principio, otro al final y nada en medio”. Debo confesaros que, desde el primer momento la tarea resultó más complicada de lo previsto. Yo creía que, después de haberlo repetido tantas veces en clase, todo consistía en hacerse un esquema y desarrollarlo después, vestirlo de la mejor manera posible. La dificultad se presentaba desde la primera frase, porque ninguna me parecía adecuada. Así, hice varios intentos, a cada cual más decepcionante. Empecé escribiendo: “Buenas tardes. Nos hemos reunido aquí para celebrar la despedida de segundo de Bachillerato...”, pero se parecía peligrosamente a un discurso fúnebre, por lo que rápidamente lo borré (suerte que ahora con el ordenador es todo más sencillo). Lamenté entonces no tener un modelo, un comienzo-tipo, algo parecido a lo que usan algunos en los comentarios de texto, algo así como “El texto que vamos a comentar...”. La posibilidad de inspirarme en discursos anteriores se me presentó por un momento como mi salvación. Se trataba de tomar el esquema de uno de ellos, dos o tres ideas de aquí y de allá, el tono más conveniente, introducir algún retoque y poco más. Sin embargo, pensándolo bien, concluí que tal vez se me tuviera en cuenta este ejercicio de intertextualidad como mérito para llegar a director en la Biblioteca Nacional pero no sería desde luego muy ejemplar. Además se me apareció la cara de circunstancias de Ana Rosa Quintana después de su trascendental aportación a la novela europea de fin de siglo, por lo que descarté de inmediato cualquier tentación.

El tiempo transcurrido me ha hecho imaginar más de una vez la angustia del escritor obligado por su editorial a entregar el manuscrito en un plazo cada vez más cercano. Pasaban los días, se complicaban las ocupaciones (comentarios, exámenes, notas, con perdón...) y el discurso pendiente se me representaba como una losa. Era una situación paralizante: la propia obsesión me impedía escribir dos palabras seguidas. En efecto, estaba como el escritor vago que ha cobrado (y gastado) el anticipo, no ha avanzado en su novela y ve acercarse inexorablemente la fecha de entrega. La situación era casi idéntica, con dos diferencias, claro: no podría engañar al “editor” para lograr un aplazamiento y lo del anticipo, evidentemente, no venía al caso.

De modo que los días transcurrían sin el menor resultado, por lo que el asunto empezaba a inquietarme seriamente, hasta el punto de pensar en ello en los lugares más inverosímiles. Un día, mi desesperación llegó al extremo de pensar en renunciar al encargo. Me encontraba atrapado completamente, sin salida. Tan embebido estaba en mis pensamientos que no me percaté de su sentido literal, pues al poco caí en la cuenta de que, efectivamente, estaba atrapado, pero en el baño de profesores frente a 2ºB. Un alma caritativa se había marchado cerrando la puerta con llave. Fue entonces cuando toqué fondo. Me dije: “De peores hemos salido”. Empecé por aporrear la puerta hasta que llegó el Jefe de Estudios a rescatarme, que, dicho sea de paso, era lo mínimo que podía hacer después de haberme metido en este lío (me refiero al discurso, claro).

En definitiva, me vi en la necesidad de aceptar las cosas como eran: no se me ocurría nada que resultara gracioso y tampoco me era ya posible desentenderme del compromiso adquirido, de modo que se imponía dejarse de rodeos y centrarse en el encargo de una vez por todas. Lo cual me llevó a pensar en las dos cuestiones que quiero plantearos en este momento: primero, una breve reflexión (breve de verdad) sobre vuestro paso por el Instituto y, segundo, una mirada al futuro inmediato.

Ya imagino lo que algunos estaréis pensando. En efecto, para terminar es estas dos cuestiones no hacía falta tanto rodeo. Es cierto, resultan casi obligadas en un día como hoy.

Me gustaría, por

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