Disputas por la paz: el mito de una excusa criminal

Disputas por la paz: el mito de una excusa criminal

La paz es una utopía que los seres humanos hemos creado, la paz existía cuando la vida no vivía. La paz existe cuando la alteración no. En nombre de la paz se han creado mitos que se disparan como balas en una batalla, como el hecho de hacer guerra para llegar a un estado de paz. Esta ironía está bien planteada en peroratas que causan vértigo y ambigüedad al oyente, y por tanto, la compran, la aceptan y siguen como chivos al matadero.

[…] Los países más ricos siguen acumulando armas de destrucción capaces de aniquilar, más de cien veces, no sólo a todos los seres humanos que han existido hasta hoy, sino la totalidad de las criaturas que han respirado y respiran en este desventurado planeta […] Nosotros, los inventores de fábulas, que podemos creer casi todo, tenemos el derecho a creer que no es demasiado tarde para comprometernos a construir la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie podrá decidir por los demás cómo tienen que morir. Donde el amor demostrará que la verdad y la felicidad son posibles, donde los hombres condenados a cien años de soledad tendrán todavía, finalmente y para siempre, una segunda oportunidad en la tierra (García Márquez, 1194).

La utopía, no imposible, pero tampoco posible, que menciona el escritor Gabo en “The solitude of Latin America” quizá parezca una realidad que ofusca a quien la lee, porque es la verdad, porque hoy en día en vez de buscar causas para estrechar las manos, se buscan razones para abofetear la mejilla del otro. El final del hombre empieza con el comienzo de éste; empieza con el razonamiento del mismo, y  no culmina con su extinción solamente, sino con la extinción de todo lo que lo rodea. Se inventan fábulas para moralizar a los oyentes y lectores, se inventan parábolas para lo mismo, pero no se ejerce en la vida diaria, porque es mil veces más difícil  ignorar una ofensa, que atenta contra tu dignidad, que contar una linda historia con enseñanza, como la del león y el perrito. La condena del hombre es vivir cien años no sólo de soledad, sino de guerra y sueños que no se cumplen: los de vivir tranquilo.

El dramaturgo español Jacinto Benavente (1942) menciona: “El pretexto para todas las guerras: conseguir la paz”, y tal vez suene irónico, pero es cierto. Todas las guerra han iniciado para tratar de conseguir la paz, ya sea una falsa paz (oprimiendo a la marabunta) o evitar la alteración del sistema de cosas que rigen al mundo. Este tipo de pretextos muchas veces, sino es que todas las veces, justifican los hechos criminales que se hacen a gran escala. El conseguir  la paz jamás se podrá lograr si se alzan en guerra las naciones, si se reemplaza la serenidad con una disputa.

En una frase de Cicerón (1980) escritor y orador del siglo I a.C que dice: “Si queremos gozar la paz, debemos velar bien las armas; si deponemos las armas no tendremos jamás paz”, podemos apreciar cómo en un universo paralelo donde las armas no existen, es donde la paz verdadera es un concepto casi tangible.  Es impresionante el hecho de que hayan existido hombres que desde siglos tan lejanos hayan entendido que la paz y las armas no pueden existir en la misma conversación. La sola presencia de un arma exige una carga connotativa llena de alteraciones y fenómenos semánticos que obligan al espectador (en el sentido que mejor se quiera apreciar) a envolverse en un  sinfín de pensamientos que terminan en miedo, miedo a ser dañado, a ser conjurado o miedo a temer; esta clase de manifestaciones conllevan a cualquiera a querer meditar la situación, a querer demostrar que nadie es mejor que nadie, aunque eso signifique entrar a una disputa armada, o bien, a una escaramuza.

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