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EL NEGOCIO DEL FUTBOL, LA COMUNIDAD DEL ESPECTÁCULO


Enviado por   •  14 de Mayo de 2014  •  2.302 Palabras (10 Páginas)  •  258 Visitas

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EL NEGOCIO DEL FUTBOL, LA COMUNIDAD DEL ESPECTÁCULO

on Sábado, 01 Febrero 2014. Posted in Artículos, Copa mundial de fútbol, Fútbol, Edición 26, Cultura colombiana, Nacional, Edwin Cruz

Fenómenos como el espectáculo del fútbol permiten observar que también el elemento identitario de la ciudadanía –los ciudadanos además son miembros libres e iguales de una comunidad cultural o nación- es crecientemente construido por la publicidad mercantil.

Edwin Cruz

Fuente: www.amanecemetropolis.net

Seguramente para quienes no gustan del espectáculo del fútbol debe ser poco grata la saturación de publicidad sobre el próximo campeonato mundial. No es un asunto de “cambiar de canal” o de frecuencia radial, pues por todos los medios de comunicación se nos recuerda a cada momento, en un despliegue informativo de lejos superior al de la conmemoración del bicentenario de la Independencia, que luego de dieciséis años el seleccionado nacional ha retornado a donde supuestamente siempre debió estar. Las secciones deportivas de los noticieros inician informándonos cuántos días faltan para el mundial, muchos productos que no tienen absolutamente nada que ver con el deporte se promocionan con esa competencia como caballo de batalla y no faltan los candidatos a cargos de elección que desde ya han aprovechado la coyuntura repartiendo volantes con la programación del torneo, por supuesto debidamente acompañada del logotipo de su partido y su respectivo número en el tarjetón.

Esa debe ser una tendencia global, incluso en países que no tendrán representación en la competencia, pues los espectáculos deportivos hacen parte de los más rentables negocios del mundo y entre ellos el espectáculo del futbol es el rey. Algo de sano nacionalismo débil, o tal vez sería mejor decir patrioterismo, no debería ser motivo de preocupación y quizás no lo sea en aquellos países donde se han formado imaginarios nacionales en algún sentido incluyentes o en esos otros que tienen más motivos para fomentar la identidad nacional.

Pero cómo no interesarse por ello en un país donde de la misma forma como hoy se lamenta, por más de una semana y como la peor de las catástrofes, la posible ausencia de un jugador del equipo nacional, hace veinte años otro fue asesinado por un error rutinario que a alguien le pareció una traición. ¿Cómo no preocuparse por la manipulación del sentimiento patrio en un país tan excluyente y fragmentado?, ¿por qué nos inquieta más la participación de la selección nacional en el mundial de fútbol, en lugar de preocuparnos que ya nos hemos llevado el tercer puesto entre los países más desiguales del mundo? Tal vez responder estas cuestiones pueda alumbrar la forma como se construye hoy nuestro relato nacional.

Las naciones se formaron por varios caminos: en algunos casos los Estados apelaron al pasado inmemorial para construir un imaginario nacional que les asegurara su legitimidad. Otras veces se optó por interpelar al pueblo acudiendo al mito de un supuesto origen étnico común. La Revolución Francesa erigió un concepto de nación como una comunidad en donde los ciudadanos miembros serían libres e iguales. Esa ficción fue duramente criticada ya en el siglo XIX por el encubrimiento que la ideología nacional operaba sobre las desigualdades reales y los antagonismos de clase.

En nuestro caso, dado que los criollos independentistas no podían revivir el pasado colonial para legitimarse, pues su enemigo era la Colonia, ni interpelar un supuesto origen étnico común, dada la irreductible diversidad poblacional, optaron por la concepción republicana de la nación. Durante el siglo XIX ese ideal antagonizó con el sueño de revivir la nación colonial. Quizás fue en el período del radicalismo liberal (1863-1886) cuando más lejos se llevó ese ideal de nación y más se hizo por realizar la comunidad de ciudadanos. Luego tal proyecto fue enterrado por los regeneradores, quienes plasmaron en la Constitución de 1886 un imaginario de nación orientado hacia el pasado colonial, hispánico, ultramontano y sectario que se prolongaría hasta 1991 pero que, a juzgar por el fanatismo cuasi religioso con el que hoy se abrazan la propaganda y los símbolos nacionales de la selección de fútbol, todavía persiste, si no en sus contenidos por lo menos en sus formas.

El fútbol tiene unos interesantes y misteriosos orígenes arraigados en distintas culturas, no nació en la cabeza de un educador físico en un frío cálculo para el cultivo del cuerpo, como el baloncesto o el voleibol, por ejemplo. Si bien el nacimiento formal del balompié se fecha en 1863, cuando varios clubes deportivos acordaron sus reglas en Londres, es sabido que durante la Edad Media no sólo los súbditos ingleses, muchas veces desobedeciendo su gobierno, practicaron deportes similares. Incluso, desde muchísimos siglos atrás se practicaba el Calcio florentinoi, y el juego de pelota mayaii, o el fútbol guaraníiii, entre otrosiv. Lo cierto es que a partir de cierto punto, a principios del siglo XX, la historia del deporte más popular del planeta, como la de otros, se articuló al devenir de los imaginarios nacionales y, en consecuencia, su origen popular empezó a ser instrumentalizado por las élites “constructoras de nación”. El deporte y el ritual popular empezó a convertirse en un gran espectáculo en las sociedades de masas, un productor de abultados dividendos políticos y económicos.

Suramérica en ello fue pionera, si tenemos en cuenta, como nos recuerdan los periodistas deportivos, que la Copa América inaugurada en 1916 fue el primer torneo entre selecciones nacionales. Pero la instrumentalización del deporte llegó a su extremo durante el fascismo italiano. Mussolini, quien al parecer no gustaba del fútbol, encontró en su espectáculo un método eficaz para la propaganda política. Para el mundial de 1934 el Duce no dudó en disputar con Suecia la sede del evento, que le había sido arrebatada cuatro años atrás por Uruguay, así como no escatimó esfuerzos para que la selección italiana ganara la competencia: desde dar órdenes expresas de ganar, hasta importar jugadores argentinos y brasileños de origen italiano uniformándolos con la camisa negra, incluso hay rumores de que amenazó de muerte a los jugadores –mediante un telegrama que llegaba justo antes de los partidos importantes con el lema del fascismo: “vencer o morir”-, y es seguro que manipuló árbitros y otras autoridades deportivasv.

Lamentablemente, todo eso no hace parte de una prehistoria felizmente olvidada, porque algo similar ocurrió en tiempos más recientes, bajo la dictadura de Jorge Rafael Videla en el mundial de Argentina 1978. La anfitriona albiceleste, como dirían los expertos, se coronó por primera vez campeona gracias a las ingentes gestiones

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