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EL PANTEÓN DE JEFES DE ESTADO DE LA BASILICA DEL VOTO NACIONAL


Enviado por   •  20 de Junio de 2013  •  438 Palabras (2 Páginas)  •  349 Visitas

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EL PANTEÓN DE JEFES DE ESTADO DE LA BASILICA DEL VOTO NACIONAL

Al comenzar los años noventa los Oblatos consiguieron trasladar al panteón nada menos que los restos del General Juan José Flores, el primero de la dinastía, dejando a la Catedral sin una de sus reliquias mayores. Al parecer aquel traslado fastidió a tal punto al Arzobispo que los venerables Oblatos no tuvieron más remedio que devolverlos.

Antonio Flores Jijón, que gobernó Ecuador entre 1888 y 1892

Mariano Suárez, que gobernó catorce días en 1947,

Andrés Córdova, presidente interino en 1940, y

Camilo Ponce, gobernante de 1956 a 1960

Antonio Flores Jijón, otro ex-presidente que se convirtió hace cinco años en el cuarto huésped de la cripta

Fallecido en Suiza en el verano de 1915, Antonio Flores Jijón no solo murió en Europa cerca de sus hijas, sino que siempre anheló vivir allá. Tan es así que, según cuentan los historiadores, lo eligieron presidente en su ausencia y sin que él lo sepa mientras vivía plácidamente en París. Regresó al Ecuador para ocuparse del gobierno y tan pronto terminó su mandato tomó el primer buque y regresó. ¡Quién se lo puede reprochar! De manera que no dudo que el legendario cementerio parisino de Père-Lachaise, donde lo enterraron, era el más apropiado destino para don Antonio. Después de todo, se trata del cementerio más visitado del mundo, donde descansan, entre muchas otras celebridades Jim Morrison, Marcel Proust, Miguel Angel Asturias y Oscar Wilde, además de los mártires de la Comuna de París. En Père-Lachaise los restos de Antonio Flores Jijón permanecieron algo más de tres cuartos de siglo, hasta casi llegado el siglo XXI, cuando llegó el momento de renovar la concesión del nicho que ocupaban. ¡Vaya descuido! La familia de don Antonio, quién sabe por qué penuria pasajera, no había tenido el cuidado de adquirir a su debido tiempo la perpetuidad del nicho. Sin parientes cercanos en vida, la autoridad funeraria de París notificó al consulado del Ecuador con el término de la concesión y el costo de renovarla: nada menos que el equivalente de 7 mil dólares americanos. El consulado debía elegir entre ese digno pero oneroso gasto, o la repatriación, que salía, grosso modo, por la mitad del precio. Pobreza obliga, don Antonio volvió a la patria ecuatoriana y fue inmediatamente conducido al panteón de los Oblatos. Fue casi un castigo. De hecho, así debe leerse el decreto del presidente Gustavo Noboa Bejarano que dispuso tajantemente que todo ex-jefe de Estado sea llevado allí después de muerto “salvo deseo en contrario manifestado en vida o expresado por sus herederos”. Ni más ni menos que un albergue para los olvidados.

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