EL RESCATE DEL CAMPO

La guerra, históricamente, nació en el campo. No voy a remontarme al despojo de los indios por los conquistadores hace más de 500 años, aunque todo empezó en ese entonces, pero la violencia actual, que tuvo sus primeros brotes en los años treinta y después se politizó en los cuarenta y cincuenta y se volvió “subversiva” en los sesenta y setenta -y hasta hoy-, hunde sus raíces en el conflicto por la propiedad agraria. Esta guerra es campesina, se da por el campo y se libra en el campo. Por eso los muertos, de uno u otro lado, suelen ser campesinos.

El conflicto que aún vivimos tiene su origen en los problemas sociales de la Colombia rural, jamás resueltos pacíficamente. Esa reforma agraria de la que empezó a hablarse en tiempos de la Ley de Tierras de López Pumarejo, que se institucionalizó y burocratizó en los de Lleras Restrepo -Ley 135 de 1961: mediante la cual fue creado el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria “INCORA”-, y fue enterrada por Misael Pastrana con el llamado Pacto de Chicoral. Y esos problemas no resueltos, agravados por la ruina creciente del campo, han hecho que en él las fuentes de ingresos y de empleo se hayan reducido a sólo dos: los cultivos ilícitos y la violencia propiamente dicha.

Por esa razón, el elemento primordial de cualquier política de Unidad Nacional en efecto debe ser el rescate del campo que consiste, para empezar, en devolverle la tierra a quienes, por medio de la violencia, han sido despojados de ella. En segundo lugar, en hacer una verdadera reforma agraria que torne la prosperidad en un derecho de todos y no apenas en el privilegio de pocos. Y por último, en subvencionar y proteger su producción para que, gracias a ello, pueda ser competitivo y rentable frente a las agroindustrias ultrasubvencionadas y ultraprotegidas de Europa y Estados Unidos.

Por eso, vuelvo y digo, la iniciativa de restitución de tierras que adelanta el Gobierno de Juan Manuel Santos y que busca el mejoramiento del acceso a la tierra, la optimización del uso de los suelos y la formalización de títulos -que son la puerta de acceso a créditos y subsidios- es el primero de varios pasos significativos que deberán darse en la solución del despojo, el desplazamiento, la inequidad, la redistribución de la propiedad rural y, por supuesto, la ruina del campo. Ojalá se entienda lo trascendental de la reforma. Pues, mientras no se consiga la paz en el campo no habrá paz en Colombia.

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