EPITAFIO PARA OTRO 11 DE SEPTIEMBRE
Enviado por lujofelix • 23 de Septiembre de 2011 • 1.063 Palabras (5 Páginas) • 752 Visitas
Aquel 11 de septiembre letal –recuerdo que era un martes– me despertó un sonido de angustia por la mañana, la amenaza de aviones que sobrevolaban nuestro hogar. Y cuando, una hora más tarde, divisé una nube de humo que subía desde el centro de la ciudad, supe que mi vida y la vida de mi país había cambiado en forma drástica y tajante por siempre jamás.
El año era 1973 y el país era Chile, y las fuerzas armadas acababan de bombardear el palacio presidencial en Santiago, estableciendo desde el principio la ferocidad con que responderían a cualquier intento de resistir el golpe contra el gobierno democrático de Salvador Allende. Ese día, que comenzó con la muerte de Allende, terminó convirtiendo en un degolladero la tierra donde habíamos intentado una revolución pacífica. Pasarían casi dos décadas, que viví mayormente en el exilio, antes de que pudiéramos derrotar a la dictadura y recuperar nuestra libertad.
Veintiocho años después de aquel día inexorable de 1973 sobrevino un nuevo 11 de septiembre, también un martes por la mañana, y ahora le tocó el turno a otros aviones, fue otra ciudad que también era mía la que recibió un ataque; fue un terror diferente que descendió desde el aire, pero de nuevo mi corazón se llenó de angustia, de nuevo confirmé que nunca nada sería igual, ni para mí ni para el mundo. Esta vez el desastre no afectaría únicamente la historia de un país y no sería tan sólo un pueblo el que sufriría las consecuencias del odio y la furia, sino el planeta entero.
Me ha sobrecogido, durante los últimos 10 años, esta yuxtaposición de fechas. Es posible que mi obsesión de buscar un sentido oculto detrás de tal coincidencia se deba a que era yo residente de ambos países en el momento preciso en que sobrellevaron la embestida, con la circunstancia adicional de que estas dos ciudades agredidas constituyen los fundamentos gemelos de mi identidad híbrida. Porque crecí aprendiendo el inglés de niño en Nueva York y pasé mi adolescencia y juventud enamorándome del castellano en Santiago, porque pertenezco tanto a la América del norte como a la del sur, no puedo dejar de tomar en forma personal la paralela destrucción de esas vidas inocentes; abrigo la esperanza de que del dolor y la confusión ardiente nazcan algunas lecciones, tal vez algún aprendizaje.
Chile y Estados Unidos ofrecen, en efecto, modelos contrastantes de cómo se puede reaccionar ante un trauma colectivo.
Una nación sometida a una adversidad tan brutal enfrenta ineludiblemente una serie de preguntas básicas sobre sus valores esenciales, y la necesidad de obtener justicia para los muertos y reparación para los vivos sin fracturar aún más un mundo quebrantado. ¿Es posible restaurar el equilibrio de ese mundo sin entregarnos a la comprensible sed de venganza? ¿No corremos el riesgo de parecernos a nuestros enemigos, de tornarnos su sombra perversa? ¿No nos arriesgamos acaso a terminar gobernados por nuestra rabia, que suele ser tan mala consejera?
Si el 11 de septiembre de 2001 puede entenderse, entonces, como una prueba en que se sondea la sabiduría de un pueblo, me parece que Estados Unidos, desafortunadamente, salió mal del examen. El miedo generado por una pequeña banda de terroristas condujo
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