El aparapita, un marginado de la sociedad
Enviado por Caecilia • 4 de Diciembre de 2019 • Ensayo • 1.586 Palabras (7 Páginas) • 272 Visitas
El aparapita, un marginado de la sociedad.
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El aparapita es una persona, del sexo masculino, que estaba encargada de cargar cosas como alimentos y muebles. Su vestimenta consistía en un pantalón viejo y algo roto, un saco o poncho para cubrirse del frio; llevaba consigo una cuerda de unos 3 metros de largo atada en la cintura o cruzada por el pecho. Solía hacer el trabajo de carga descalzo, eran muy pocos los que utilizaban un tipo de calzado hecho de cuero llamado abarca. Esta vestimenta le daba un aspecto de una persona pobre, lo cual no estaba lejos de ser verdad. Estas personas que trabajaban como cargadores; socialmente eran considerados animales, no llegaban a ser humanos ante los ojos de la sociedad paceña. Las personas de cualquier grupo social lo discriminaban fuertemente, eran los marginados de la sociedad. ¿Por qué ese rechazo hacia ellos? ¿no es “pecado” que las personas vivan rechazándose unas a otras? Después de todo, como dice Anthony O. Smith (1995): “las naciones se componen de elementos sueltos y sus culturas poseen una variedad de ingredientes de diferentes sabores y orígenes” —haciendo una analogía a la gastronomía—, pues el aparapita no es el centro de la sociedad paceña, pero es parte de la esencia de la misma. Pero esta esencia es como un fantasma diurno que vive apartadamente y ha vivido así durante mucho tiempo que, ahora, el mundo exterior dejo de existir.
Si bien, como se dijo, este personaje es parte de la esencia de la ciudad principalmente por la fragilidad existencial que tiene. Esa fragilidad nace al momento de que ellos se convierten en un símbolo que sintetiza en su ser a la cultura aymara y la cultura urbana, pero esto, al mismo tiempo, le genera una tensión en lo que es y a lo que debe adaptarse, logrando dividirlo. Esta división genera en él el apetito de morir y la única manera de superar ese apetito es vivirlo hasta el fin. En otras palabras, se deja arrastrar por la vida, le es indiferente el que pasara mañana, vive al día, pero aun es consciente de la agonía que vive —el cargar, no se refiere solamente a lo físico, sino el cargar con su vida— y busca el consuelo y el desahogo en el alcohol.
Este personaje usualmente está ubicado en la Tablada y Tumusla, dos lugares repletos de comerciantes y vendedoras, lugares concurridos y con bastante movimiento de personas. Por esas calles que se acortan con los puestos de las vendedoras es el lugar más recurrente para el aparapita. Una de esas calles es de empedrado de ladrillo y tienen baches fueron hechos por el transcurrir de los años. Es un lugar desordenado y muy estrecho, donde cada uno debe abrirse paso entre la multitud. La otra calle es mucho más amplia, pero es empinada, lo cual dificulta el trabajo del aparapita.
Para tratar de confirmar la hipótesis de que el aparapita es un ser marginado y un ser al que no se le considera humano, se hizo el mismo recorrido de un aparapita que estaba haciendo su trabajo el sábado 27 de octubre del presente año. A una distancia prudente, se lo siguió por detrás, observando cómo él se abría paso entre las personas y como estas se quejaban por los golpes, accidentales, que este propinaba con el bulto. Hubo un comentario hecho por una señora de aproximadamente de unos 42 años de edad que decía: “Esos animales ni permiso pueden pedir”. Ese comentario salió porque el aparapita la había empujado con la carga que llevaba en su espalda mientras se abría paso, había advertido, como usualmente hacen, que estaba pasando con una carga pesada; esto ocurrió en la calle Tumusla, casi llegando a la Plaza Juariste Eguino.
Revisando la hora en el celular, casi eran las cinco de la tarde y el cielo amenazaba con dejar caer una fuerte lluvia, esto alerto al aparapita porque empezó a acelerar el paso. Se lo siguió por unos diez minutos más, pero después de eso se lo perdió de vista. Parece ser que entro a una de las tantas casas o edificaciones de la calle Melchor Jimenez. Durante todo ese recorrido, solo hubo una persona que fue “amable” con el aparapita, es decir, fue más comprensible al momento de que este personaje estaba pasando, no hizo ningún gesto de molestia o incomodidad como otras personas lo hicieron.
El sábado 8 de diciembre de 2018 se volvió ha hacer el recorrido que realiza un aparapita, pero esta vez un poco más cerca para evitar perderlo de vista. Su recorrido inició de la plaza Garita de Lima y continuó por la calle Max Paredes. Pero antes de partir colocó algunas hojas de coca en su boca y empezó a masticarlas, guardo su bolsita de coca y con ayuda de su cuerda cargo las bolsas de yute que una comerciante le pidió que llevara. Por lo que escuche le pagaría 20 bs por llevar dos bolsas de yute, de las cuales se desconoce su contenido. Durante el recorrido las personas, al ser una calle en la que transitan autos y los peatones deben arrinconarse a uno de los lados para avanzar, notaron al aparapita, pero no por su presencia o por el bulto que cargaba sino por los choques que propinaba al pasar, su presencia como ser humano no afectaba a su entorno o por lo menos no a la gente a su alrededor. Su camino termino casi llegando a la plaza Marcelo Quiroga Santa Cruz, en donde el aparapita deja el bulto y cobra por el trabajo realizado. Fue en ese momento en el que me acerque a preguntarle si podía realizarle algunas cuestiones, a lo que un poco dudoso respondió afirmativamente. Lo primero que le pregunte fue: ¿está conforme o cómodo con su trabajo? Si o no, ¿por qué? Suspiro, como si la pregunta lo afectara muy en el fondo, y respondió: “No lo estoy. Como a mula me tratan, ni gente piensan que soy” Pareció incomodarle mi primera pregunta pues me pidió disculpas, diciendo que debía buscar otras cosas para cargar y conseguir un poco más de dinero. [pic 2]
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