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Etica De La Discusion


Enviado por   •  4 de Julio de 2014  •  2.214 Palabras (9 Páginas)  •  257 Visitas

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INTRODUCCIÓN

En nuestra sociedad la razón de existencia es el dialogo en todo sentido se inicia a partir de un dialogo en donde los interlocutores tienen unas razones un fin y unos argumentos claros que cada uno trata de defender e ilustrar lo mejor posible sin afectar o herir al otro en donde no hay ganadores ni perdedores y en donde quien estaba en un error puede ser liberado de él, el resultado del dialogo debe ser el nuevo conocimiento y el enriquecimiento.

De este modo, la discusión se convierte en una buena ocasión para acomodar nuestros pensamientos con los de nuestros contrarios ocasionales con el fin de asegurarnos, en primer lugar, de no estar diciendo una burrada, o adoptando un posicionamiento torcido o limitado.

Ninguno de nuestros argumentos es definitivo. Todos ellos pueden ser mejorados y corregidos de un modo u otro. Incluso cuando nos acompaña la razón, es evidente que una buena discusión puede ayudarnos a refinar nuestra comprensión de las cosas, o dar mayor peso a aspectos de la cuestión que hemos desatendido.

Discutimos para llegar a una conclusión. Es cierto que no siempre llegamos a una conclusión definitiva cuando participamos en esta práctica humana tan importante, pero si hemos sido virtuosos, es decir, si hemos sido atentos y honestos, dicha participación nos ofrecerá, como mínimo, alguna ganancia positiva.

OBJETIVO

Brindar información sobre ética de la discusión como fundamento del cuidado de la vida a los compañeros de la clase de ética y Legislación en salud ya que dicho tema nos ayudara como profesionales en enfermería.

ÉTICA DE LA DISCUSIÓN

Una práctica ancestral de la educación ha arraigado una representación de la verdad como un hecho físico acabado, como un bien material que existe en algún lugar, o que es posesión de algún sujeto o grupo particular, hasta el punto de excluir a los demás de su disfrute, o exigir normas o rituales para acceder a él. La educación, desde este punto de vista, sería entonces el acto a través del cual un maestro que "posee" un saber -porque "se supone que sabe"- lo comunica a otro que "carece" de él. Cuando alguien "posee" la verdad sólo es posible el monólogo, ante un auditorio pasivo.

Esta concepción desconoce que nuestra "condición de existencia" es el diálogo y que no es posible imaginar algo distinto por fuera de él, en sentido afirmativo o negativo. La verdad, por su propia naturaleza, es un resultado del diálogo, a la que sólo se llega por la "constante cooperación de los sujetos" a través de "la interrogación y la réplica recíprocas". Pero como el diálogo no es un mero instrumento para alcanzarla, sino su habitat propio e insuperable, la verdad no es un resultado final y definitivo, como lo han prometido siempre las grandes religiones, sino una construcción relativa y provisional, un momento que hace parte de un proceso de búsqueda permanente y sin fin, cuya definición es, precisamente, el diálogo. La verdad, por lo tanto, no es un objeto empírico apropiable, sino el componente de una relación social.

La principal enseñanza de un siglo en el que los totalitarismos de todos los pelambres trataron de imponer su propia "verdad", es que la pluralidad de perspectivas es irreductible a una verdad única y definitiva. El diálogo entre diversas posiciones no sería entonces la simple aceptación resignada de un hecho inevitable, sino el reconocimiento, como en la mejor tradición liberal (J.S.Mill), del carácter creador y productivo de la diversidad de miradas sobre el mundo. El diálogo ha llegado a ser hoy el principal instrumento para enfrentar un futuro lleno de dudas e incertidumbres.

No obstante, sufrimos atávicamente el predominio de una cultura retórica y parlamentaria, orientada a persuadir, vencer en una causa, ganar adeptos, suscitar pasiones en cualquier dirección que sea, halagar la sensibilidad de un auditorio, provocar su imaginación o influir sobre su voluntad. El "buen decir" y el virtuosismo verbal se imponen, cuando lo que se quiere es la confirmación de la propia posición, y no la búsqueda de sentidos nuevos que se puedan llegar a convertir en patrimonio de todos los que participan en una discusión. Una tarea urgente consiste en aprender las condiciones mínimas que hacen posible el diálogo como un interés colectivo, y no como un instrumento al servicio de la imposición de una tesis o de la dominación social o política.

CONDICIONES DEL DIALOGO

La primera condición del diálogo es el reconocimiento del valor y la legitimidad del interlocutor. No existe diálogo alguno cuando la actitud inicial consiste en descalificar de antemano al adversario. El otro es alguien distinto a mí, dada su condición social, sexo, raza o posición; pero las diferencias no pueden ser motivo para considerar que su discurso ocupa una posición inferior respecto al mío, o que debe ser evaluado sobre la base de condiciones diferentes a las que uso para evaluar mi propio discurso. La presunción de igualdad es una condición ineludible de la aspiración a un diálogo efectivo.

Una vía regia para descalificar al interlocutor consiste en convertirlo en un espejo de la propia imagen, o en un eco que repite mi propio discurso, cuya función sería corroborar con su asentimiento, pero no con su crítica, la validez de lo que yo afirmo. El otro es verdaderamente un "otro" cuando le ofrezco todas las posibilidades de oponerse y diferir, porque reconozco su heterogeneidad respecto a mi, y acepto que tiene cosas que enseñarme. Su desacuerdo no se puede convertir tampoco en el criterio de autocorroboración de mi discurso. La tolerancia no es una simple virtud negativa que consista en aceptar resignadamente la existencia de la posición adversa, sino un valor positivo que significa asumir, en todas sus consecuencias y direcciones, el carácter creador y enriquecedor de las diferencias.

La primera exigencia del diálogo es delimitar claramente las razones y los argumentos del interlocutor. No se debe "caricaturizar para después criticar": hay que hacer lo posible para que el otro tenga sus mejores argumentos y los ilustre con los mejores ejemplos; si él mismo no los puede presentar debemos incluso ayudárselos a construir.

Lo que está comprometido en un debate no es la "aniquilación retórica" del oponente sino la búsqueda de una "verdad que nos libera a todos", en el sentido platónico del mito de la caverna. El interlocutor adquiere en estas condiciones una importancia decisiva, porque de él

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