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Etnias De Guatemala


Enviado por   •  14 de Agosto de 2011  •  5.089 Palabras (21 Páginas)  •  1.002 Visitas

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ASTURIAS, Miguel Ángel

El Señor Presidente

Ed. Losada, 25 ed., 1977, 298 pp.

1. INTRODUCCIÓN

Miguel Ángel Asturias comenzó a escribir El Señor Presidente, por los años 20, cuando fue derrocado el entonces Presidente de la República de Guatemala, Licenciado Manuel Estrada Cabrera, con quien se identifica el personaje alrededor del cual gira la novela. Después de varias revisiones en 1925 y 1932, finalmente se publica en 1940, cuando el autor inicia su carrera diplomática.

Dividida en tres partes, la primera se desarrolla temporalmente los días 21, 22 y 23 de abril y comprende once capítulos, relativamente breves, que preparan la trama de la novela: la muerte del Coronel José Parrales Sonriente alias “el hombre de la mulita”, la intervención de Cara de Angel en la fuga del general Canales, y en la desaparición y el matrimonio “in articulo mortis” de Camila. La segunda parte comprende los días 24, 25, 26 y 27 de abril, con dieciséis capítulos en los que se pinta el terror del pueblo al solo nombre del Señor Presidente. La tercera parte, cronológicamente comprende “semanas, meses, años…”, en un total de catorce capítulos más un epílogo.

2. RESUMEN DE LA NOVELA [i]

Primera parte

21, 22 y 23 de abril

I. En el Portal del Señor: Los pordioseros se arrastraban por las cocinas del mercado, perdidos en la sombra de la Catedral helada, de paso hacia la Plaza de Armas, a lo largo de calles tan anchas como mares en la ciudad que se iba quedando atrás.

La noche los reunía al mismo tiempo que las estrellas. Se juntaban a dormir en el Portal del Señor sin más lazo común que la miseria: el Patahueca, el Pelele —un idiota que en sueños llamaba a su madre—, el Viudo, el Mosco, un ciego al que le faltaban las dos piernas.

Un día el Pelele subió hacia el Portal del Señor, herido en la frente. Cayó medio muerto después de noches y noches sin dormir. Por el Portal del Señor avanzó un bulto. Se detuvo —la risa le entorchaba la cara— y acercándose al idiota le dio un puntapié y, en son de broma, le gritó:

—¡Madre!

No dijo más. Arrancado del suelo por el grito, el Pelele se le fue encima, le enterró los dedos en los ojos, le hizo pedazos la nariz, le dejó inerte y escapó por las calles.

Una fuerza ciega acababa de quitar la vida al coronel José Parrales Sonriente, alias el Hombre de la mulita.

II. La muerte del Mosco: El sol entredoraba las azoteas salidizas de la segunda Sección de Policía. En la Sección esperaban a los presos grupos de mujeres descalzas, con el canasto del desayuno.

Un gendarme ladino les pasó restregando al Mosco. Lo habían capturado en la esquina del Colegio Infantes y lo llevaban de la mano, hamaqueándolo como a un mico.

Los pordioseros que iban capturando pasaban derecho a una de las Tres Marías, bartolina estrechísima y oscura.

Un estudiante y un sacristán se encontraban en la misma bartolina, presos por política, aunque el segundo lo había sido por cometer un error: por quitar un aviso de la Virgen de la O, quitó del cancel de la iglesia, el aviso del jubileo de la madre del Señor Presidente. A media noche, los pordioseros presos fueron interrogados. Uno a uno contestaron que el autor del asesinato del Portal era el Pelele. El Auditor General de Guerra mandó atormentarlos. “¡Fue el idiota!” —gritaban.

—¡Mentira!… afirmó el Auditor, —Yo le voy a decir, a ver si se atreve a negarlo, quiénes asesinaron al Coronel José Parrales Sonriente; y se lo voy a decir… ¡El General Eusebio Canales y el Licenciado Abel Carvajal!

Al Mosco le colgaron de los dedos: seguía afirmando que había sido el Pelele. Al soltar la cuerda, el cadáver del Mosco cayó a plomo.

El Auditor corrió a dar parte al Señor Presidente de las primeras diligencias del proceso, en un carricoche tirado por dos caballos flacos.

III. La fuga del Pelele: El Pelele huyó por las calles, intestinales, estrechas y retorcidas, de los suburbios de la ciudad.

Medio en la realidad, medio en el sueño, corría perseguido por los perros y los clavos de una lluvia fina. Se desplomó en un montón de basura y se quedó dormido. Los zopilotes le cayeron encima. La noche entera estuvo quejándose quedito y recio.

“Entre las plantas silvestres que convertían las basuras de la ciudad en lindísimas flores, junto a un ojo de agua dulce, el cerebro del idiota agigantaba tempestades en el pequeño universo de su cabeza” (p. 10).

IV. Cara de Angel. El Pelele seguía soñando: “Lo que no tuvo en la vida: un pedazo de cera para masticar como copal, un pirulí de menta, un estanque de peces de colores” (p. 25).

Por una vereda de tierra de color de leche, bajó un leñador seguido de un perro. Sin dejar la carga tiró de un pie al supuesto cadáver, y cuál su asombro al encontrarse con un hombre vivo. Los pasos de alguien que andaba por allí acabaron de turbar al leñador. Si fuera un policía…

— “Vi que lo desenterraba —rompió a decir una voz a sus espaldas— y regresé porque creí que era algún conocido; saquémoslo de aquí…”

El leñador por poco se cae del susto. “El que hablaba era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles. Vestía de gris. Su traje, a la luz del crepúsculo, se veía como una nube. Llevaba en las manos finas una caña de bambú muy delgada y un sombrero limeño que parecía una paloma.

¡Un ángel… —el leñador no le desclavaba los ojos—,… un ángel —se repetía—,… un ángel!”

Lo sacaron del barranco.

“El aparecido consultó su reloj y se marchó de prisa, después de echar al herido unas cuantas monedas en el bolsillo y despedirse del leñador afablemente”.

V. ¡Ese animal!: El secretario del Presidente acompañó al doctor Barreño unos pasos. El Presidente de la República le recibió en pie, la cabeza levantada, un brazo suelto naturalmente y el otro a la espalda y, sin darle tiempo a que lo saludara, le cantó:

—“Yo le diré dónde, Luis, ¡y eso sí!, que no estoy dispuesto a que por chismes de mediquetes se menoscabe el crédito de mi gobierno en lo más mínimo. ¡Deberían saberlo mis enemigos para no descuidarse, porque a la primera, les boto la cabeza! ¡Retírese! ¡Salga!…, y ¡llame a ese animal!”

Salió el doctor Barreño. Entró en su casa que pedazos se hacía.

“En el Palacio, el Presidente firmaba el despacho asistido por el viejecito que entró al salir el doctor Barreño y oír que llamaban a ese animal”.

Ese animal era un hombre pobremente vestido, con la piel rosada como ratón tierno, el cabello de oro de mala calidad,

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