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HISTORIA ECONÓMICA Y ÓRDENES DE MAGNITUD


Enviado por   •  27 de Mayo de 2012  •  9.592 Palabras (39 Páginas)  •  1.069 Visitas

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HISTORIA ECONÓMICA Y ÓRDENES DE MAGNITUD.

Capítulo 1: La Formación de la Economía Colonial (1500-1740).

Por: Germán Colmenares

Una de las dificultades más comunes con las que tropieza la comprensión de la historia económica reside en la falta de familiaridad con órdenes arcaicos de magnitudes, propios de economías precapitalistas. Esta dificultad induce muy frecuentemente al anacronismo, es decir, a sustituir nuestras propias nociones sobre el tamaño o el valor de las cosas a las nociones mucho más imprecisas de épocas pretéritas. Hay una resistencia natural a aceptar, digamos, la medición de distancias en días o aun en meses, y se prefiere expresarlas en nuestras convenciones decimales. Con ello estamos eliminando muchos elementos que harían posible una verdadera comprensión histórica. Por ejemplo, la dimensión sicológica de la inseguridad que podía experimentar un hombre de los siglos pasados ante la perspectiva de emprender un viaje.

Aquí enfrentamos un problema que no consiste sólo en la confusión introducida por sistemas anárquicos de mensura. Un problema más radical se desprende del hecho de que los órdenes arcaicos de magnitud expresaban ante todo relaciones. No es muy intrincado determinar el contenido en gramos de oro de un castellano o su equivalente en pesos de plata o patacones. Pero resultaría absurdo convertir tales denominaciones acomodándolas a los precios contemporáneos de la onza de oro. Desde el punto de vista de la comprensión histórica, el único expediente consiste en familiarizarse con los precios corrientes de las cosas que se vendían. Tener en cuenta, por ejemplo, que en el siglo XVII un esclavo negro entre los 16 y los 25 años podía costar entre 250 y 300 patacones en Cartagena y de 500 a 600 en una región minera. Que a comienzos del siglo XVIII una res se vendía por cuatro patacones y a finales del siglo por catorce. O que una extensión considerable de tierras (digamos mil hectáreas en el Valle del Cauca) costaba apenas tres mil patacones, en tanto que el rico atuendo de una mujer noble de Popayán podía llegar a valer 500 patacones, los cuales representaban el salario de unos 35 peones de concierto en un año o la totalidad de los salarios que podía devengar un peón en el curso de su vida entera.

Descritas así, las equivalencias parecen incongruentes o absurdas. Obviamente ellas no hacen parte de nuestro propio sistema de relaciones. Expresan una sociedad en la que las relaciones de trabajo, los consumos o el valor de la tierra no se ajustan a las proporciones que nos son familiares. Pero tales magnitudes y equivalencias tan disímiles a las nuestras son apenas el indicio de una discordancia más fundamental. No sólo son intraducibles y tienen, por lo tanto, que abordarse y comprenderse por sí mismas, sino que remiten a realidades articuladas de una manera diferente.

Estas comprobaciones preliminares proponen un problema que debe considerarse: el de si nuestros esquemas interpretativos de la realidad económica —tal como lo formula una teoría económica— podrían utilizarse o no en el estudio de la historia de una época precapitalista. La cuestión no se refiere tan sólo a la dificultad de emplear materiales cuantitativos procedentes de una época que ignoraba las técnicas estadísticas o en la que las mismas nociones de mensura poseían una imprecisión absoluta. Se trata también de un problema que toca el fundamento mismo de la reflexión sobre la economía. En nuestros días dicha reflexión está basada en un concepto central, el del mercado, y en el supuesto de que absolutamente todos los bienes y servicios se realizan a través del mercado. La noción del mercado hace posible la homogeneización y la mensura de fenómenos sociales que de otra manera desorientarían cualquier tipo de análisis debido a su complejidad. En este sentido, el mercado es un mecanismo de abstracción que despoja relaciones sociales complejas de todo aquello que no resulta pertinente para el análisis económico.

Ahora bien, durante el período colonial, factores económicos esenciales se hallaban excluidos del mercado. La circulación misma del dinero era muy escasa. El numerario que se acuñaba en las Casas de Moneda de Santa Fe y Popayán consistía en monedas de plata. Estas acuñaciones eran insuficientes para rescatar la producción de oro (es decir, para comprarla). Tanto monedas de plata como oro físico eran drenados por el comercio con la metrópoli, en mayor volumen aún por el contrabando y en parte por las cargas fiscales cuyo producto debía remitirse periódicamente a España. Las elevadas denominaciones de la plata acuñada y el alto valor del oro hacían de estos metales un vehículo inadecuado para las transacciones más corrientes. Aunque a veces se traía a la colonia moneda de cobre, ésta resultaba insuficiente para los intercambios menudos. Por tal razón, las transacciones que se valían de moneda quedaban confinadas a los centros urbanos, pero aun allí el comercio debía valerse de créditos con plazos muy largos.

La situación permanente de iliquidez se traducía en la ausencia de lo que hoy llamaríamos mercado de capitales. Aunque los comerciantes empleaban capitales ajenos, sólo lo hacían en el momento en que las flotas del monopolio metropolitano llegaban a Cartagena. Entonces constituían sociedades en comandita destinadas a encubrir préstamos usurarios (de 15 a 25% para una transacción que debía durar seis meses). Los terratenientes, por su parte, gozaban de una forma de crédito institucional en el que la tasa de interés estaba fijada en un cinco por ciento anual. Los créditos se otorgaban mediante el sistema de censos y el prestamista debía garantizar su pago mediante un gravamen sobre sus bienes inmuebles. Esos préstamos, que sólo se amortizaban en el curso de varias generaciones (o a veces nunca, lo cual traía como consecuencia que las propiedades inmuebles fuesen pasando poco a poco a manos de institutos religiosos), dan una idea de la inmovilidad de los capitales.

La fuerza de trabajo tampoco constituía un factor ofrecido libremente en el mercado. Las empresas más considerables (minas, haciendas de trapiche) ocupaban mano de obra esclava. Otros tipos de unidad productiva agrícola apelaban a diferentes formas de coerción para obtener fuerza de trabajo. En cuanto a las manufacturas, éstas podían organizarse íntegramente con formas coercitivas de trabajo, como en los obrajes, o imitar el patrón de las corporaciones medievales.

Finalmente, la tierra, el factor de mayor peso, junto con el trabajo, en un sistema agrario precapitalista, tampoco se ofrecía en un mercado abierto. Naturalmente había algunas ventas de tierras, pero la rareza de estas transacciones no justifica hablar de un mercado de tierras.

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