Historia Verdadera De La Conquista
Enviado por vesper • 7 de Marzo de 2012 • 2.134 Palabras (9 Páginas) • 830 Visitas
La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es uno de los libros más notables de la literatura universal. Testimonio de valor único, por su amplitud y precisión, sobre los hechos de la Conquista, añade a su valor histórico la extraordinaria fuerza del relato, a los hechos que narran.
Pocas experiencias hay en la historia de la humanidad tan notables como la llegada de los españoles de Cortés a la capital azteca. Hasta entonces, hasta 1519, no se realiza el sueño de los descubridores. Ciudades inmensas, riquezas fabulosas, vastos imperios. Lo que le había sido negado a Colón y a sus acompañantes, buscadores de los tesoros de Oriente, que no ocultan su decepción ante la vida rudimentaria de los habitantes de las islas, se les otorga a Cortés y a sus hombres.
“No sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas, ni vistas, ni aún soñadas, como veíamos”, escribe Bernal. Su obra es la base de casi todo lo que sabemos de la Conquista. Elogiándole o denigrándole, todos los autores que vinieron tras él se han servido de aquélla para elaborar sus propios relatos.
Su estilo burdo semeja al de un veterano, a quien perdonamos las incorrecciones de lenguaje para sólo oírle los sucesos llenos de interés en que ha sido testigo y actor.
Bernal y los demás españoles que llevan a cabo la Conquista pasan a América “por servir a Dios y a Su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente veníamos a buscar”. Servir a Dios era aumentar la cristianidad y ayudar a la conversión de los infieles idólatras. Servir a su Majestad era procurar que se acrecentaran sus dominios y se enriquecieran las arcas reales. Ésta era una base firme como la roca, pues nunca habrán estado los sentimientos católicos y monárquicos tan arraigados como en las mentes españolas del siglo XVI.
Pero ¿y la obtención de las riquezas? Aquí sí que había libre campo para la iniciativa individual y para las pugnas de toda índole. La avidez de riquezas, que dio lugar a los episodios más deplorables de la Conquista, a todo género de crueldades y malos tratos con los naturales, esa avidez que hacía creer a un soldado que las paredes bien blanqueadas de un poblado indígena eran de plata, tiene un representante típico en Bernal.
Si en el ejército de Cortés hay divisiones, no deja de decirnos que las motiva la situación económica de los soldados. Quienes tenían en Cuba tierras, minas o indios, querían volverse. Quienes nada poseían, querían seguir adelante, para buscar la vida y su ventura. Se jugaban las vidas en un trágico juego de azar del que esperaban obtener de golpe la riqueza, para ellos y sus descendientes, la riqueza que les librara del trabajo, entonces considerado denigrante.
De aquí que ocupen tanto espacio, en el libro de Bernal, los pleitos sobre el reparto de indios y de metales preciosos, que veamos a Cortés resolviendo las dificultades de gobierno a fuerza de sobornos —con los hombres de Pánfilo de Narváez, con Andrés de Tapia, con sus propios compañeros—.
De aquí la manera que tiene Bernal de enjuiciar a los principales personajes del drama, según que fueran más o menos “francos”, más o menos dadivosos. Moctezuma le deslumbra por su esplendidez, y se aprovecha de ella para pedirle mantas y una india. La muerte de Cuauhtémoc le apena porque, en el terrible viaje a las Hibueras, le había prestado indios que le buscaran hierba para su caballo. Los grotescos magistrados de la Primera Audiencia encuentran disculpa ante sus ojos porque eran muy buenos con los conquistadores, es decir, porque les daban indios en cantidad, para lo cual herraron a tantos por esclavos que el mismo Bernal confiesa que la tierra estuvo a punto de desplomarse.
¿Y Cortés? según Bernal, no es generoso con sus compañeros. Siempre toma del botín la parte del león. Por eso Bernal tiene hacía él la actitud del criado viejo, que no podría vivir sin su señor, pero al que no pierde ocasión de censurar. Obsérvese en las páginas del libro la admiración que Bernal siente por su jefe, cómo habla de sus virtudes militares, su valor, su tenacidad, el ser siempre el primero en los trabajos y peligros; pero no se porta bien con sus compañeros. Quiere arrebatarles su parte de gloria y su parte de botín. Bernal mira de reojo a Cortés y a todos los que van a España en busca de mercedes, y siempre se considera postergado, aunque su situación no sea precaria, ni mucho menos.
Él, que tanto había reprochado al grupo partidario de volverse a Cuba, una vez conquistado México no tiene más ambición que la de obtener buenas encomiendas, alardeando de formar parte de los conquistadores primitivos, y reniega cada vez que se le ordena participar en nuevas empresas, como ocurre cuando el viaje a las Hibueras.
En Bernal hay un enigma. ¿Por qué no consiguió ascender más en la jerarquía militar? El título de capitán se lo concede a sí mismo graciosamente, y por todo su relato vemos que no pasó de soldado de a pie, al que ocasionalmente se le dio el mando de grupos de soldados que no tenían misión mayor que la de buscar comida o encontrar un camino en la selva tropical.
¿Que pasa con él? Sin duda tenía más cultura y más inteligencia que la mayoría de sus compañeros. Y si no fuera por su libro, nada sabríamos de su persona. !Qué diferencia, no ya de un Cortés, sino de un Sandoval, un Alvarado, un Olid, un Andrés de Tapia y de tantos otros! Bien vemos por su relato, en especial en el caso de Sandoval, que partían de la nada, y que su encumbramiento era hijo de sus obras. ¿Habría en Bernal algo que lo incapacitara para mandar y que no conozcamos? ¿Quiso alcanzar con la pluma el puesto destacado que no logró con la espada?
Su deseo de gloria y de inmortalidad iguala casi a su ansia de riquezas. No pierde ocasión de situarse en primer plano en su relato, en momentos en que no hay la menor duda de que miente. Véase lo que dice del desastre de la calzada, cuando los mexicanos arrojaban a los distintos reales las cabezas de los españoles muertos y Bernal hace figurar la suya entre las que los aztecas
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